
ALAIN FRACHON
Periodista

La dialéctica de las relaciones entre estas dos potencias es compleja y determinará en gran medida lo que ocurra en el siglo XXI. El economista e historiador británico Niall Ferguson acuñó la expresión «Chinamérica» para denominar al dúo chino-americano. Por un lado, un imperio todavía renaciente, el del Medio; por otro, un imperio establecido, pero que vacila. ¿Están condenados a enfrentarse o, como cree Ferguson, están ya imbricados en una singular asociación? Punto de partida: por primera vez desde la Unión Soviética, una potencia creciente, la de China, relativiza el poder estadounidense. Le hace la competencia.
Puede que tenga la intención de igualarlo, o incluso de superarlo. La competición es multiforme. Por supuesto, la demografía concede ventaja a la población china, que con 1 400 millones resulta abrumadora, pero está envejecida. Por el contrario, Estados Unidos dispone de una demografía dinámica que, de aquí a finales de siglo, le permitiría contar con aproximadamente 400 millones de habitantes, la mayoría de ellos jóvenes. La comparación del Producto Interior Bruto sitúa a Estados Unidos a la cabeza, con un PIB más de dos veces superior al de China.
El PIB de China por habitante se encuentra todavía más alejado: ocupa el puesto 104 a escala mundial, mientras que Estados Unidos está entre los cinco primeros. Pero, desde hace treinta arios, China ha demostrado una capacidad de crecimiento sin igual frente a las economías estadounidense y europea debilitadas y castigadas por la crisis. En el ámbito ideológico, la democracia jeffersoniana muestra ciertos fallos, parece «disfuncionar y tiene problemas para afrontar las patologías actuales de Estados Unidos. El modelo chino, también conocido como el «consenso de Pekín», una forma de autocracia más o menos instruida, le hace la competencia en el Sur emergente y le roba terreno al soft power estadounidense.
LA ESTRATEGIA DEL COMPROMISO
Aunque son subestimados en las estadísticas oficiales, los gastos militares chinos siguen sin tener punto de comparación con el presupuesto de defensa estadounidense: unos 100 000 millones de dólares anuales por una parte; más de 400 000 millones por la otra (sin contar Afganistán e Irak). Los japoneses estiman que el esfuerzo de defensa chino se duplicará de aquí a 2020 y se triplicará de aquí a 2030 para alcanzar aproximadamente los 300 000 millones de dólares. Hecho que mantendrá a Estados Unidos muy por delante durante bastante tiempo.
En todo caso, considerando que Rusia es una nación más «subsistente» expresión de Hubert Védrine que emergente y que Europa se enfrenta a una profunda crisis de identidad, China se mantiene como el verdadero único rival potencial de Estados Unidos. Así es como se percibe en Washington, donde, para coexistir de forma pacífica con el gigante naciente, se ha perfilado la llamada doctrina estratégica de «compromiso».

Desde el establecimiento de las relaciones diplomáticas entre Pekín y Washington en 1979, año que marca también el inicio de las reformas económicas en China, todos los presidentes estadounidenses han practicado el «compromiso»: una actitud más de apertura que de confrontación y la voluntad de implicar a China en «el sistema» internacional comercial, político y diplomático a fin de que se convierta en actor de pleno derecho y que le interese no perjudicarlo.
En la base del «compromiso» hay una cierta creencia, sin duda algo ingenua, de que el desarrollo del «buen comercio», como diría Montesquieu, y el capitalismo al estilo pekinés terminarán provocando de todos modos reformas políticas. Se imagina que esto inducirá al último gran dinosaurio de la familia comunista, el Partido Comunista Chino (PCCh), a aproximarse a la democracia de tipo occidental…
YO TE TENGO, TÚ ME TIENES…
Todo ello no evita que aparezcan conflictos, pero permite impedir que degeneren: ambas partes tendrían mucho que perder. Estados Unidos continúa vendiendo armas a Taiwan, en perjuicio de Pekín. Reconoce que el Tíbet forma parte de China, pero sigue recibiendo al jefe espiritual de los tibetanos, el Dalai Lama, cosa que exaspera al PCCh. ¿Derechos humanos en China?
La relación chino-americana es demasiado importante para que esta cuestión se interponga, comunicó crudamente Hillary Clinton, la secretaria de Estado. En el dominio económico, «el compromiso» ha superado todas las expectativas de Washington. China y Estados Unidos tienen en este sentido una relación de interdependencia única en el mundo. El consumidor estadounidense absorbe gran parte de lo que China produce; y avaricioso como es, se endeuda para comprar productos chinos.
Y de acuerdo con la lógica de sus propios intereses, China paga la deuda estadounidense comprando los bonos del Tesoro americano (los famosos TB), de los que posee un arsenal actualmente valorado en más de 2,5 billones de dólares… Yo te tengo, tú me tienes… «pillado», sería la regla. Los chinos pueden poner en peligro las finanzas de Estados Unidos, si dejan de comprar o si venden masivamente los TB del Tío Sam. Y éste puede conducir a decenas de millones de chinos al paro y desestabilizar el PCCh, cerrando sus fronteras a los productos made in China.
Entre la URSS y Estados Unidos reinaba el equilibrio del terror nuclear, entre Pekín y Washington, escribe el politólogo estadounidense Joseph Nye, se instala el equilibrio del terror económico financiero. China, instada por Estados Unidos a participar de forma más activa en la extinción de los focos que amenazan el inicio de siglo Irán, Corea del Norte, calentamiento climático, juega a ser coqueta: tan pronto moderada, rehusando implicarse, como cortante y amenazadora.
El PCCh debe tener en consideración a una opinión china que, respecto a Estados Unidos, pasa de un extremo al otro: de la admiración al revanchismo nacionalista. La Casa Blanca debe negociar con un Congreso cuya disposición tiende al proteccionismo antichino. Sinólogo de experiencia, el francés Jean-Luc Domenach estima que «los chinos buscan un cara a cara exclusivo con Estados Unidos, la única potencia a quien respetan y estiman digna de la suya». Pekín se defiende, desmintiendo toda idea de G2, y Washington se niega a hablar de un posible condominio chino-americano. Pero… ¿podemos creerlos?