Discursos, cartas y recuerdos de las evacuadas por el desastre nuclear de Fukushima Daiichi de 2011
Akiko Morimatsu

Akiko Morimatsu
Discurso pronunciado el 15 de marzo en el foro Voz de las mujeres en la zona del desastre, como parte de la Conferencia mundial de la ONU sobre reducción del riesgo de desastre (14-18 marzo 2015 en Sendai, Japón)
Señoras y señores,
Quisiera expresar mi gratitud personal por el apoyo mundial que hemos recibido. El 11 de marzo de 2011, el este de Japón sufrió un catastrófico terremoto y el consecuente gran accidente en la central nuclear de Fukushima Daiichi, propiedad de la compañía eléctrica TEPCO. Inmediatamente después del desastre, gente de todo el mundo nos envió mensajes de solidaridad y provisiones necesarias para sobrevivir ayudándonos anímica y materialmente. Os agradezco a todos y a todas vuestra generosidad.
Sin embargo, el gobierno japonés nunca ha sido capaz de controlar las centrales nucleares desde el accidente del 11 de marzo. Las plantas han contaminado el océano, el aire y las tierras que están conectados un el resto del planeta sin importar las fronteras nacionales; el accidente de la central nuclear Fukushima Daiichi de TEPCO nunca se ha podido controlar y, personalmente, creo que debemos disculparnos ante la población mundial por ello. El agua contaminada se ha seguido filtrando y, como consecuencia de ello, ha contaminado el océano durante cuatro años, y ni una sola persona en Japón cree que Fukushima está bajo control. Es una vergüenza que todavía no nos hayamos disculpado, por ello, quisiera disculparme aprovechando esta ocasión y lamentar que Japón siga contaminando esta bella tierra.
Según la Agencia Gubernamental de Reconstrucción, el número de evacuados refugiados en junio de 2012 alcanzó las 347.000 personas. En este mismo momento, mucha gente ha evacuado las áreas contaminadas para evitar exposición a la radiación. Lamentablemente, otros se han visto forzados a permanecer allí ante la falta de apoyo y financiación del gobierno; la mayoría son familias con hijos pequeños vulnerables a la radiación. Mi situación personal es un caso más.

Central Nuclear de Fukushima
Desde el accidente nuclear, nuestra familia se ha separado, obligados a vivir en dos ciudades alejadas. Mi esposo y padre de mis hijos se quedó en Fukushima, pero nuestros hijos y yo nos marchamos a Osaka. En marzo del 2011, nuestros dos hijos tenían tres años y cinco meses. A esta separación para proteger a los más pequeños se la llama boshinan, o «evacuación de una madre con niños a su cargo», y hay muchas personas en esta situación.
El Informe Especial sobre Desplazamiento Forzado Interno de 1998 para la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas considera a los evacuados nucleares como gente «de desplazamiento interno». La evacuación es un acto humano natural para escapar de la radiación y disfrutar de una vida sana: tenemos que protegernos de la contaminación procedente de la central nuclear Fukushima Daiichi de TEPCO.
El segundo artículo de este informe dice: «Determinadas personas desplazadas internamente, como los niños, especialmente aquellos sin compañía, las mujeres embarazadas o con hijos pequeños, las madres cabezas de familia, las personas con discapacidad y las personas mayores tendrán derecho a la protección y a la asistencia requerida por su condición y al tratamiento que tenga en consideración sus necesidades especiales». Sin embargo, el Gobierno japonés no ha incluido este principio en sus políticas para las personas desplazadas por el accidente nuclear ni ha aprendido la lección de protección social de las víctimas en el accidente de Chernóbil.

Operario en Chernóvil.
Es más, el Gobierno japonés ha objetado y rechazado el consejo dado por el ponente especial de las Naciones Unidas Anand Grover en 2013.
En otras palabras, los derechos concernientes a la vida y salud humanas han sido violados sistemáticamente por nuestro Gobierno desde aquel 11 de marzo. El ser humano ha tenido la experiencia del accidente de Chernóbil en la antigua Unión Soviética y ha sido testigo de la reacción de la sociedad civil en Chernóbil. El Gobierno japonés, sin embargo, no ha aprendido aquello de «la protección social de víctimas» en dicha tragedia. Por culpa de que el Gobierno ignore esta lección, mucha gente en Fukushima y otras áreas contaminadas en Japón siguen siendo a día de hoy forzadas a la innecesaria exposición a la radiación.
Yo quisiera proteger la vida, la salud y el futuro de los niños que viven en mi país. Pese a ello, sin evacuar las zonas contaminadas por radiación, o sin asegurar posibilidad de recuperación, no podemos seguir el 24° artículo de la Convención de Derechos del Niño, que Japón ha firmado, el «derecho a disfrutar de los mayores niveles de salud posibles». Necesitamos la ayuda de la comunidad internacional.
El preámbulo de la Constitución japonesa declara el «derecho a vivir libre del miedo y la privación y a vivir en paz» (derecho a la vida pacífica).
El derecho a vivir libre del miedo a la exposición radiactiva y a vivir o u paz debería pertenecer a todas las personas por igual. No podemos hacer más «hibakushas» si hemos aprendido las lecciones de Hirossima. Nagasaki y Fukushima.
Ser libres de la exposición a la radiación y disfrutar de una buena salud es un derecho humano básico para proteger la vida, es el derecho humano más importante y universal. ¿Pueden ustedes imaginar algo más preciado que la vida?
Necesitamos la ayuda de la comunidad internacional para atender a todas las víctimas y evacuados por los accidentes nucleares. Por favor, intervengan y exijan al Gobierno nipón que actúe de acuerdo a las leyes internacionales y que respete los principios y recomendaciones de las Naciones Unidas; por favor, ayúdennos a proteger a la gente, especialmente a los niños, de la exposición a la radiación tanto Fukushima como en el este de Japón.
Muchas gracias
Akiko Morimatsu

Mitsuko Sonoda
Mitsuko Sonoda Una historia del desastre nuclear de Fukushima Daiichi
Hace seis años, un gran terremoto, un tsunami gigante y varias explosiones en la central de Fukushima Daiichi asolaron Japón. 21.000 personas murieron, a día de hoy más de 120.000 personas han evacuado según los registros oficiales y el accidente aún no ha terminado. Tres reactores se fundieron, pero todavía nadie sabe adónde fueron a parar los núcleos; además, la central nuclear ha emitido enormes cantidades de radiación en el este de Japón, exponiendo a la ciudadanía.
Yo vivía en Fukushima con mi marido y nuestro hijo, nuestro pueblo se encontraba en un bello paraje rural. Recogíamos nueces en las montañas, cultivábamos nuestra propia comida en el jardín, nadábamos en el lago y esquiábamos en las laderas de la zona; nuestros familiares y vecinos nos traían regalos de sus cultivos: arroz, setas y brotes de bambú. Vivíamos en un maravilloso ambiente natural y con una fuerte comunidad local, pero el desastre destruyó nuestras vidas en Fukushima.
No podía creer lo que veía cuando emitieron en directo la explosión del reactor 1 por televisión. Era el día después de que el terremoto golpeara el este de Japón y las réplicas seguían siendo constantes. El panorama ya resultaba aterrador cuando llegó la explosión, un autentico shock que generalizó un estado de ansiedad. No teníamos suficiente información sobre la radiación que se propagaba, pero comenzamos a prepararnos en caso de que tuviésemos que marcharnos pronto; dos días después, el reactor 3 estallaba. Fue entonces cuando nos decidimos a evacuar, sobre todo porque el reactor 3 utilizaba combustible MOX2, que contiene plutonio.
Le dije al alcalde del pueblo que debíamos llevarnos a todos los niños al oeste de Japón: tanto él como el concejal de educación estuvieron de acuerdo conmigo e intentaron organizar la evacuación, pero por desgracia les pararon los pies desde el gobierno regional d Fukushima. En estas, los profesores del colegio se me acercaban para decirme que me marchase con mi hijo para cuidar de él, que ellos se quedarían en Fukushima para proteger a los niños en el colegio.
El transporte público dejó de funcionar casi por completo y la carreteras fueron cortadas debido a los daños causados por el terremoto. Además, en las tiendas se habían agotado los bienes esenciales como comida y gasolina. La gente se exponía a la radiación al hace cola por agua o al salir para comprar lo poco que quedara. Todavía en shock por el megaterremoto, el tsunami y las explosiones nucleares, pero entre cientos de réplicas y sin información honesta por parte del gobierno, teníamos que prepararnos para evacuar.

Reactores Fukushima
Finalmente llegamos al aeropuerto. Estaba lleno de personas que querían escapar de la región de Tohoku. Un trabajador de TEPCO iba en el mismo vuelo que nosotros, allí me dijo que le habían autorizado para visitar a sus padres antes de volver a Fukushima. Sus palabras me horrorizaron, me hicieron darme cuenta de que la guerra contra la radiación había empezado. No conozco la tranquilidad desde entonces.
A día de hoy, muchos padres y madres se arrepienten de que, por culpa de su ignorancia, sus hijos se hayan expuesto a la radiación. Cuando la explosión tuvo lugar, el Gobierno insistía en televisión en que la radiación no afectaría a nuestra salud inmediatamente. ¿Cuánta gente hubiese evacuado sin repercusiones para su salud de haberse dicho la verdad? ¿Cuánta gente ha sufrido por culpa de ocultar información?
Antes del desastre, Japón se encontraba en el puesto decimoprimero de entre 180 en el Índice de libertad de prensa, pero en 2016 había descendido hasta el número 72 (el más bajo entre los países del G7). El 21 de marzo de 2011, el profesor Yamashita, un consejero oficial sobre riesgo de radiación, visitó la zona de Fukushima para hablar sobre seguridad y le dijo a la gente que la radiación no afectaría a quienes sonriesen. Que solo afectaba a quienes se preocupaban por ella, que estaba probado en animales. También decía que los niños y niñas de Fukushima estaban de suerte porque podían medir los altos niveles de radiación ellos solitos y aprender sus efectos en sus propios cuerpos; que la exposición de hasta 100 mSv al año era completamente, segura y no corrían riesgo de jugar en la calle. Mucha gente quería creerle, pero otros no lo hicieron: sus charlas dividieron familias y amistades, y más tarde declararía que no podía responsabilizarse de que los niveles por debajo de 100 mSv al año no fueran seguros.
No es cierto que nadie muriera tras el desastre de Fukushima las personas fueron abandonadas en Okuma-machi, cerca de la central. Nadie podía acceder al área a rescatar a las víctimas debido a los niveles increíblemente altos de radiación. Hasta mil cadáveres fueron encontrados en la costa, pero sus niveles de radiactividad eran tan altos que nadie los podía retirar, así que no fueron devueltos a sus familias. A día de hoy algunas familias siguen buscando los cuerpos de los suyos por la zona.
Las explosiones crearon peligrosos puntos de radiación o hotspots en el este de Japón. La salubridad de la comida pasó a convertirse en una fuente de preocupación a la hora de evitar la exposición radiactiva Existen más de 50 centros independientes de medición de la radiación a los que se puede llevar alimentos, agua, tierra, ropa, zapatos y polvo recogido por las aspiradoras; en las muestras se suelen encontrar niveles más altos que los hallados en las comprobaciones oficiales. Pero aún, el Gobierno no busca estroncio o plutonio en las comidas, solo hacen la prueba para el cesio. Más de 50 países dejaron de importar productos japoneses, aunque algunos aligeraron las restricciones Quisiera que contemplen la posibilidad de que alimentos contaminados estén siendo importados a sus países. ¿Pueden imaginar los sentimientos de las madres cuando encontraron cesio en su leche materna?

Evacuaión Fukushima
Se ha hecho el test de la tiroides a alrededor de 217.000 niños de Fukushima; por desgracia, 185 han tenido que ser operados y en algunos casos el cáncer se ha extendido a los ganglios linfáticos o a los pulmones. Antes del desastre, la ratio oficial de cáncer de tiroides en los niños japoneses era pequeña: en 2008 era de 0% en Fukushima, de acuerdo con el Centro Nacional de Investigación para el Cáncer. Un miembro del Comité de Investigación de la Salud en la zona de Fukushima aún declararía que no podían afirmar que los nuevos resultados tras el accidente eran causa de la radiación. Alguna prensa occidental ha llegado a culpar a las madres por preocuparse demasiado por sus hijos, arguyendo que el estrés era el único efecto sobre la salud; sin embargo, no hay evidencias de que el estrés cause cáncer de tiroides.
El accidente nuclear severo provocó muchos tipos distintos tipos de dolor. A varios niños evacuados les costó adaptarse a un nuevo ambiente y echan de menos a sus familias, amistades y hogares. Bastante echan de menos a sus padres, que han permanecido en Fukushima por trabajo. Algunos niños de Fukushima han sido acosados por otros niños en sus lugares de destino. Las divisiones familiares y los divorcios son también comunes.
El Gobierno japonés decidió levantar las órdenes de evacuación para todas las zonas salvo para aquellas «de difícil retorno», y terminar con el apoyo habitacional para la mayoría de evacuados en marzo de 2017 — el presente día3, de hecho. Esto fuerza a la ciudadanía regresar a Fukushima. Es importante admitir el sufrimiento de estas víctimas y seguir proveyéndoles de ayuda habitacional para que encuentren alguna estabilidad en sus vidas.
Desde el desastre, aproximadamente 20.000 terremotos han tenido lugar en Japón, entre ellos 873 de magnitud superior a 5, incluyendo uno de magnitud 7.4 en noviembre de 2016. Ante estas circunstancias, tenemos que vivir con el riesgo de un nuevo accidente nuclear.
De acuerdo con la Comisión Internacional de Protección de Radiación», y la actual ley nacional de Japón, la máxima dosis de radiación ionizante originada por una central nuclear a la que se puede exponer un ciudadano o ciudadana es de un milisievert al año, pero en Fukushima se permiten 20 mSv al año. En la zona de Chernóbil, 5 mSv al año es el nivel a partir del cual la evacuación es obligatoria. La dosis de radiación anual permitida en Fukushima es, por tanto, 20 veces mayor que el nivel internacional y 4 veces superior que el nivel de Chernóbil. Algunas órdenes de evacuación se han levantado este último año, incluyendo las de áreas como la ciudad Minami Soma, que tiene niveles de 50 mSv al año. Antes de Fukushima decían que no podía ocurrir un accidente de gravedad: ahora dicen que la radiación no es un problema después de todo y que apenas hace falta evacuación alguna, ergo que no se precisa de ninguna compensación. Este es el nuevo modelo para el mundo.
EI mes pasado, TEPCO anunció que en el interior del reactor 2 la radiación había alcanzado 530 Sv por hora y después 650 Sv por hora. Una persona moriría en breve tras ser expuesta a estos niveles, ni siquiera los robots aguantan por mucho tiempo antes de volverse invisibles. Según TEPCO, en enero de 2017, 12.720.000 Bq de cesio 137 y yodo 131 se emitieron de manera localizada cada día. El gobierno anima a las personas evacuadas a regresar a sus hogares, a veces a solo 5 kilómetros de la planta, a partir de mañana, uno de abril.
La electricidad producida en la central de Fukushima ni siquiera se producía para la población local: iba enteramente a Tokio. Si las centrales nucleares son tan seguras como dicen, ¿por qué no las construyen en una gran ciudad? ¿Por qué no en el corazón de Tokio, Londres o París? Cantidades descomunales de «residuos del desastre» contaminados se guardan en contenedores en lugares estacionarios de almacenamiento algunos cerca de áreas residenciales y colegios. ¿Por qué tenemos que retornar y vivir nuestras vidas en una zona radiactiva? .¿Por qué no tenemos el derecho humano a no ser expuestos a la radiación de Fukushima Daiichi cuando vivimos ante la evidencia de que el ser humano no puede controlar la energía nuclear?

Fuskushima 7 años después
En Fukushima, los trabajadores locales se encuentran bajo una norme presión: nueve se suicidaron en 2016, cinco en los primeros meses de 2017. Mucha gente ha perdido sus trabajos y han visto sus negocios arruinados. Cuatro mil de ellos están denunciando al gobierno japonés y a TEPCO. Aseguran que no quieren que nadie más sufra el mismo destino. Se decía antes que la industria nuclear creaba puestos de trabajo. Sin embargo, ha arruinado trabajos y comunidades, con consecuencias para millones de personas.
Japón es uno de los países con la tecnología más avanzada del mundo pero no puede controlar la energía nuclear con seguridad; incluso si un desastre natural no tiene lugar, el error humano o el terrorismo pueden causar una catástrofe. Como en Sellafield en 1957, Three Mile Island en 1979 y Chernóbil en 1986.
Hace dos meses, la corte de Gunma deliberó que TEPCO y el Gobierry eran responsables del desastre nuclear; sin embargo, la compensación fue nimia. Era el primer juicio de las muchas batallas judiciales por la evacuación de Fukushima y la decisión podría sentar precedente en las causas judiciales de 12.000 demandantes en todo Japón.
Las personas que viven en el este de Japón nunca habían pensado que afrontarían radiación en algún momento de sus vidas; si un desastre nuclear tuviese lugar ahora, ¿sabrían tomar la decisión correcta inmediatamente? ¿Sabrían a cuánta distancia de la central se encontrarían? ¿En qué dirección iría la nube tóxica? ¿Tendrían preparadas tabletas de yodo las autoridades locales? ¿Podrían proteger ipso facto a sus familias y amistades? La radiación no espera a que tomes tu decisión. Ahora siempre llevo conmigo un contador Geiger, esto no debería ser lo habitual. ¿Por qué tenemos que vivir con energía nuclear?
Antes del desastre nos enseñaron que la energía nuclear era barata, limpia y segura: nos dijeron que jamás ocurrirían accidentes nucleares serios. En Reino Unido hay una situación muy similar ahora. No queremos que nadie en el futuro se convierta en víctima nuclear, no solo los seres humanos: animales, insectos, peces, árboles; en las montañas y en los océanos, toda la naturaleza está expuesta a la radiación. Este es un problema global sin fronteras. Ojalá lleven mi historia personal a sus países y hablen sobre la energía nuclear con sus amigos, familiares y gobiernos.
Gracias por darme la oportunidad de hablar sobre el desastre de Fukushima Daiichi como una de sus miles de evacuados.
(Discurso pronunciado en el Congreso Verde Global de 201Z sesión Paz y Seguridad sin Energía Nuclear, 31 de marzo de 2017 en Liverpool, Reino Unido)

Akiko Morimatsu
Akiko Morimatsu Memoria de una evacuación, mayo de 2012
Desde Koriyama, prefectura de Fukushima, Japón, a la prefectura de Osaka Japón: 8 horas, 11 minutos en coche; 756,6 kilómetros.
Me marché de la ciudad de Koriyama, Fukushima, a Osaka tras la semana dorada (vacaciones de primavera en Japón) en el 2011. Formamos una familia de cuatro: mi esposo, mi hijo de cuatro años y cuatro meses, mi hija de un año y ocho meses y yo. Resido en Osaka con mis hijos mientras mi marido permanece solo en Fukushima para proporcionarnos un sustento.
El 11 de marzo de 2011, el día del terremoto, estaba yo con mi hija, de 5 meses por aquel entonces, en casa: un apartamento en la octava planta de un edificio de diez. Mi hija estaba durmiendo la siesta aquella tarde, como hacía todos los días. Mi hijo, que acababa de cumplir los tres años, se encontraba en la escuela de infantil. Se había subido al autobús a las 8 de la mañana, como de costumbre.
A las 2:46 de la tarde sentí un intenso temblor que enseguida reconocí como un terremoto. Lo primero en lo que pensé fue en la seguridad de mi hija y la tomé cubriendo su cabeza para protegerla. Era distinto a los terremotos menores, de escala 3 o 4. El temblor además iba a más, no podía estar de pie. Sentí mi vida y la de mi hija peligrar.
El terremoto de intensidad 6 duró un instante, pero yo perdí los nervios y entré en pánico en medio del ruido horrendo y de los intensos temblores. Ante mi situación, deposité a mi hija bajo una mesa baja. Mi hija, que acababa de cumplir 5 meses, reía feliz, confundiendo el terremoto con una fuerza que la acunaba. Ahora puede sonar divertido, ya que no perdió la vida, pero en aquel momento no lo era.
El terremoto duró mucho tiempo. Vi mobiliario pesado caer al suelo en el salón, vajillas de té temblar y el sofá saltando y cayendo como a cámara lenta, acercándose al centro de la sala, donde estábamos nosotras. Aún hoy me horroriza siquiera recordarlo. Siendo sincera, pensé que era algo más siniestro que un terremoto, al ser el temblor tan intenso, tan horrible. Me inspiró tanto miedo que pensé que no terminaría nunca y que yo seguiría siendo sacudida eternamente.

Semana dorada
Por suerte, ni mi hija ni yo resultamos heridas. No sé en qué momento terminó el terremoto. Cuando me di cuenta, mi casa estaba hecha un desastre y no se podía apenas caminar. El miedo que sentía no se había ido a ninguna parte. Dirigí la mirada hacia la puerta de salón, en busca de una salida. Entonces vi el agua emanando y cubriendo el suelo.
El apartamento era antiguo y completamente eléctrico. Cada vivienda tenía un depósito que almacenaba agua caliente durante dos días. Se había desgajado o colapsado a la altura del piso seis, quedando la línea de distribución rota. El agua brotaba del salón a otras habitaciones y, una hora después, el apartamento estaba cubierto de agua a una altura de entre diez y quince centímetros. Me llevé a mi hija al dormitorio y la dejé en el suelo envuelta en el futón. Al poco, empezó a caer agua desde el techo, muros y vigas. Los depósitos de los pisos superiores, el noveno y el décimo, se habían roto también. Al principio parecía como si lloviera. El agua, del color del óxido, se extendía por todas las habitaciones del hogar. Me preocupaba la integridad del edificio, ya que con previos terremotos de intensidad 4 jamás había pasado lo que estaba pasando. No había un solo lugar seco y seguro en el que depositar a mi hija en medio de tanta agua que se filtraba y lo cubría todo. No quería que esa agua sucia y fría la alcanzase así que, aunque afuera hiciese frío y nevase un poco, me decidí a salir a la calle. Llevé a mi hija a la espalda por primera vez a sus cinco meses.
Coloqué el cabestrillo para el bebé, un regalo que me habían hecho por el nacimiento. Las instrucciones decían que la correa se habría de usar una vez la cabeza del bebé quedara estable, es decir, aproximadamente seis meses después del parto. Estaba nueva, no la había usado una sola vez. Pese a las dudas, la utilicé ante la emergencia. El ascensor no funcionaba. Y desconocía cuántos escalones había del octavo piso a la planta baja. Parecía casi imposible recorrer esa distancia sujetando así a mi hija, pero tomé el riesgo de llevarla sobre mi espalda, rezando porque no se desestabilizara.
Además, debía salir afuera y buscar a mi hijo que, me suponía, se encontraría en la escuela infantil. No había dejado de pensar en él desde que empezara el terremoto. «El colegio infantil se construyó el verano pasado… pero este terremoto ha sido muy fuerte… quizás no esté bien.» Aún durante el terremoto pensaba en las peores posibilidades. Al mismo tiempo, rezaba e intentaba convencerme a mí misma de que el personal de la escuela infantil estaba cuidándole. No había sido capaz de ir directamente a la escuela a reunirme con él ante la inundación de mi casa y la urgencia de proteger a mi hija. Cuando quise darme cuenta, habían pasado dos horas desde el inicio del terremoto. El autobús escolar solía llegar a la puerta del edificio sobre esa hora, pero esta vez no lo había hecho.
No quería que nada malo le ocurriese a mi hijo, pero no había lugar a salvo para él de volver a casa. Estaba dudando qué hacer o dónde ir, con mi hija pequeña todavía a la espalda. Justo cuando alcancé la planta baja, un asilo en la misma calle abría sus puertas a personas con bebés. Ya tenía un sitio seguro para la niña y así poder buscarlo a él. Comencé sobre las 7 de la tarde, ya había oscurecido. Tuve mucha suerte de ver el coche que la escuela había enviado para devolver a los niños a sus hogares. Por fin me reencontré con mi hijo. Estaba sano y salvo. El terremoto de intensidad 6 le había despertado de la siesta, la experiencia parecía no haber sido traumática para él, ni siquiera por las réplicas. Era una suerte de bendición.
Mi marido había salido a trabajar por la mañana como siempre, había dicho que iría en viaje de trabajo a Sendai esa misma noche. Un Shinkansen (el tren bala japonés) tarda una hora desde Koriyama, donde vivíamos, hasta Sendai. En medio del terremoto me había acordado, haciéndome sentir lástima por mi marido porque el tren se habría parado por el temblor. Como no sabía exactamente a qué hora tenía el tren, me preguntaba si habría llegado a Sendai o si se encontraba aún en el tren. Si le vería ese día, si se encontraba bien. Más tarde supe que había terminado de trabajar a la hora de siempre e iba de camino a la estación cuando comenzó el terremoto. Volvió enseguida a la oficina. Por suerte, seguía en Koriyama. Después de poner en orden el estado caótico de la oficina, se subió al coche y regresó a casa sobre las 11 de la noche.
Escribí «¡Los niños están bien! Estamos los tres en el asilo de la esquina» en dos papeles con un bolígrafo y los pegué en la puerta d casa y en el buzón en la planta baja. Al llegar, los vio y nos fue a buscar. Terminamos el día en paz y los cuatro juntos. A partir de entonces viviríamos en un centro de evacuación durante un mes.
Perdimos así nuestro hogar y todas nuestras posesiones. Los accidentes en la central nuclear habían sido tan graves que nuestra vida en Fukushima no podía volver a ser la misma. Nos obligaba a seguir allí o marcharnos a Osaka. Finalmente, lo haríamos en mayo del a pasado. Casi un año ha pasado desde que llegamos a Osaka. Toda lo vivo como si estuviera soñando. Tengo la esperanza de que nos asentaremos, pero esta vida se ha convertido en una losa: no tengo una vida normal desde el desastre.
El coste económico de mantener esta vida doble (gastos de dos casas y de vivir en ellas), y del transporte de mi marido hasta Osaka para ver a nuestros hijos, nos han obligado a apretarnos el cinturón. No contamos con ningún subsidio ni del Gobierno central ni del local. Esto se debe a que Koriyama, a 60 kilómetros de la central Fukushima Daiichi, no está dentro del área designada de evacuación o bajo orden de evacuación alguna. Nuestra evacuación fue completamente «voluntaria».
Sin embargo, el valor numérico de la cantidad de radiación que calculaba el Geiger en Koriyama, prefectura de Fukushima, era tan alto que deseaba taparme los ojos, incluso en las zonas calificadas como «completamente descontaminadas». En realidad, jugar en la calle ni se contemplaba. Incluso dejar que los niños salieran para llevarles a la escuela o a la compra era peligroso. No era un ambiente adecuado para educarles con normalidad. La situación sigue sin cambiar año después. Al contrario, no podemos olvidarnos de la realidad ante nuestros ojos porque ahora la inmensa mayoría poblacional lleva consigo un contador Geiger. La situación es difícil.
En infinidad de ocasiones, pensé que evacuar a mujeres embarazadas y con hijos era mejor. En lugar de eso, desperdician valor humano y dinero en una descontaminación consistente en dispersar escombros por todo el país, algo que se antoja poco científico incluso para personas sin conocimiento de la materia. No se me ocurre cómo podría ser menos racional. Creo que alejar a niños y niñas, que cuentan con un futuro ante sí lejos de las zonas contaminadas y sin preocuparse por el coste, es mejor solución que desplazar desechos. Lo creo profundamente.
Mi esposo se pudo permitir visitarnos una vez al mes como máximo este año. A veces, transcurría más tiempo. Me encargo de mis hijos yo sola diciéndome a mí misma que somos un caso entre muchos de un esposo que no vive con su familia por trabajo. Pero no tenemos la estabilidad de las familias en esa situación. Cuando pienso que seguiremos igual durante bastante tiempo, me preocupa la influencia que esto tendrá sobre la salud mental de mis hijos.

Golden Week
No recuerdo con qué frecuencia pensaba si no sería mejor que nos marchásemos de Fukushima. ¿Era correcto separar a nuestro hijo de su padre, a quien adoraba? Mi hija, de cinco meses en marzo de 2011, estaba creciendo sin apenas pasar tiempo con él. ¿Les creará esto una distancia insalvable en el futuro?
Me preocupo sobre todo por la salud mental de mi marido, que se queda en Fukushima por nuestro bien y no llega a casa a ver a sus hijos dormir en sus camas. ¿Está él bien? En sus días libres, recorre más de 700 kilómetros con su coche para venir a Osaka a verles, pero no puede quedarse más de 24 horas. Regresa el mismo día sin apenas descanso Aunque venga ex profeso para verles, les insisto a mis hijos en que no armen ruido para que él descanse un poco. No estoy segura de que esto tenga sentido.
Desde que el desastre tuvo lugar, nadie en mi familia ha disfrutado del suficiente descanso físico o mental. Todavía sigue en nuestras cabezas el terror por la radiación invisible de Fukushima. Y una vez hemos evacuado, debemos vivir una vida inestable, lejos de mi esposo. Nuestras vidas de personas normales en Fukushima cambiaron después del accidente. Un año después de la evacuación, intento superarlo y aceptar la situación actual, aunque sea poco a poco.
Un año tras el desastre, mientras se pone fin a los programas de ayuda oficial, una madre, un hijo y una hija hemos conseguido subsistir en la región de Kasai porque entiendo que nos toca aceptar nuestra situación actual. Pero, más que nada, porque hay tanta gente que nos apoya como víctimas del desastre y evacuados, que siempre nos ayudan como les sea posible.
Agradezco cualquier tipo de apoyo. Lo agradezco, pero hay al que agradezco más que nada. A mis hijos les encanta jugar en la calle pero desde que vivimos día a día no encuentro el momento de sacarles afuera, ni siquiera en fines de semana o vacaciones. Universitarios, madres y padres de forma completamente voluntaria juegan con niños evacuados. La experiencia es maravillosa y tanto mis hijos como yo la sentimos como el mayor de los regalos.
En verano, los estudiantes invitan a los niños a una acampada, que les encanta porque así juegan con «hermanos mayores». Con tengo un bebé, no me puedo encargar de llevarles de acampada o jugar en el río, incluso viviendo en Osaka, que no está afectada por radiación. Debo mucho a estos voluntarios y voluntarias.
Pese a encargarme de mis hijos a diario, me cuesta horrores compaginar lo que ya hago con su divertimento. Siento una inmensa culpa y lo lamento por ellos. Pero contar con un grupo joven de voluntarios y voluntarias que juegan con niños evacuados supone una gran ayuda mental y anímica. Las personas evacuadas de Fukushima no les podemos agradecer lo suficiente cuanto hacen. Además, miembro de la concejalía de Bienestar Social proporcionan ayuda en específica a familias sin figura paterna en el transporte de mobiliario pesado. Mientras acondicionaba nuestro nuevo hogar al llegar, los voluntarios se encargaron de entretener a mi hijo y a mi hija. Mucha gente nos ha ayudado de muchas maneras distintas. Nadie agradece el apoyo en la región de Kansai más que yo. Me faltan las palabras para expresarlo, simplemente diré que lo agradezco desde lo más profundo de mi corazón.
La concejalía de Bienestar Social de Osaka publica una revista para las personas afectadas por el desastre y en un número aparecía anunciado un encuentro para nuestro colectivo. Participé en él, compartí mis problemas y preocupaciones y me escucharon. Me ayudó ver que había personas en mi misma situación, que no estaba sola.
Supone un gran alivio para mí exponer aquí nuestra circunstancia, a veces me siento aislada del mundo y sin nadie con quien hablar. Por ahora me las he apañado para vivir con esta dificultad gracias a quienes organizan los grupos de voluntariado y los encuentros de personas afectadas por el accidente. Me toca seguir haciéndolo y seguiremos adelante sea como sea.

Mutaciones flora fukushima
Hace un año, vivía la evacuación sin confianza, cuestionando si la decisión era la correcta. Ahora creo que así lo fue, pese a que la separación familiar nos cueste. Conforme ha pasado el tiempo, he ido sabiendo más y conociendo otros casos, la duda poco a poco se ha evaporado. Ahora estoy convencida de que hicimos lo correcto.
Hasta donde yo sé, ninguna madre que vive con sus hijos en Fukushima vive sin preocupación alguna. Constantemente buscan lugares en el exterior donde puedan jugar. Con tenacidad buscan programas de ayudas para las vacaciones. Algunas no pueden marcharse de todo, toda su familia reside en Fukushima y muchas personas se encuentran atrapadas.
Cuando me encontraba en el centro de evacuación en Fukushima, empecé a pensar en la idea de reconstruir nuestras vidas sin marcharme. Le di vueltas a cómo solucionar las complicaciones obvias pese a la ansiedad que generaba la contaminación radiactiva mientras la información que recibíamos no hacía más que confundir. Al final decidí por tratar de encontrar el lugar adecuado por el bien de mi familia y de mi hijo.
No hay nada más estresante que una vida de preocupaciones y temores sin fin, con muchas regulaciones y precauciones de pronto. Por ejemplo, me gustaba tender el futón afuera y que se secase al sol. Pero desde el accidente empecé a utilizar la secadora, la ropa también se secaba dentro del apartamento pese a lo pequeño que era.
Por las mañanas hace frío, incluso en verano por la noche refresca en Fukushima. Allí podíamos vivir sin aire acondicionado. Pero quienes viviendo allí ahora tienen que utilizarlo en verano. Para las pocas personas que ya lo hicieran no existe diferencia, pero las personas que se han quedado han adaptado sus gestos cotidianos uno tras otro, teniendo en consideración la amenaza de la contaminación sobre sus familias. Este ejemplo es uno entre miles y todos ellos afectan a sus vidas.
Dado que la radiactividad es invisible, a veces yo misma me decía que me relajase, que olvidara la polución como si el accidente nunca hubiese pasado. Pero la salud de mi hijo y de mi hija me lo impedía. Esta batalla diaria casi me volvió neurótica, agonizaba un poco todos los días.
Lo más difícil y costoso es que nos preocupemos por pequeños aspectos de nuestras vidas por unos temores y amenazas ambiguo Quiero decir, las autoridades no nos dicen que tomemos medidas preventivas ante la peligrosidad de la radiación. Se limitan a decirnos que es mejor tomarlas por si resulta ser peligrosa. Esta ambigüedad nos afecta y nos agota mentalmente. Las madres comprenderán es ansiedad, ninguna optaría por poner la salud de sus hijos en peligro por más mínimo que este fuese.
Mi hijo, que ahora tiene cuatro años, juega en la calle frente a nuestra casa a diario. Da igual cuándo salga, nunca vuelve a entrar hasta el anochecer. Hace un año era demasiado pequeño para montar en bicicleta. Pese a conocer lo importante que es para los niños jugar en la calle, me avergüenza admitir que no imaginaba cuánto les iba a gustar. Mi hijo ya juega fuera en la escuela infantil, pero en cuanto llega a casa sigue con ello. Verle todos los días me refuerza en mi idea de que evacuar era lo correcto.

Animales radiactivos
A mi hija de un año le gusta jugar con la arena del parque. Solo lo bebés puedan quedarse en casa durante meses. En cuanto empiezan a andar, no hay manera de que se queden dentro. A ella le encanta salir y jugar a diario. Al salir, camina por las cunetas de los caminos, las cunetas donde, en las zonas afectadas por la radiación, se abandonan desechos radiactivos. Los llamamos hotspots. Cada vez que sale, se cae al menos una vez. Al caer, instintivamente lo hace sobre sus manos. Ahora, en Osaka, solo me preocupo por si se hace alguna herida. No me preocupo, como sí hacía en Fukushima, por los efectos a largo plazo de la radiactividad sobre ella. En una vida normal que tu niña se caiga no tiene mayor tragedia.
Después de vivir el terremoto y el accidente nuclear, mi concepción de lo que es normal y natural ha cambiado. Mi sentido de qué posee valor y perspectiva desde la que veo las cosas han cambiado profundamente. Ahora me preocupa que mis hijos adquieran la capacidad de vivir de forma autónoma, que aprendan a sobrevivir y a valorar el mero hecho de vivir. Quiero educarles de forma que aprendan a hacerlo. Mis experiencias me han hecho pensar así.
Finalmente dejen que recuerde algo que leí en un libro y que me gustó: “La mejor solución ante las crisis es usar tu cerebro». Pese a la tragedia que nuestro país ha vivido, en Japón hay quien empieza a pensar en reabrir el parque nuclear sin considerar nuevas medidas de seguridad o de investigar adecuadamente el accidente de Fukushima. Ver que mi país no ha aprendido nada, cuando somos tantas las víctimas me decepciona profundamente; algún día tendremos que aceptar nuestra propia responsabilidad tras un ejercicio de introspección personal. Mis experiencias me han hecho pensar así.
Pese a todo, la calidez y generosidad de los voluntarios y voluntarias de nuestra zona nos permite a mis hijos y a mí seguir adelante con nuestras vidas. Les agradezco cuanto hacen.
Gracias.
Un abrazo
Akiko Morimatsu