En España existe hoy (1976) una conciencia generalizada de que es imposible salir del presente caos económico sin la presencia activa de las clases trabajadoras. Sólo con ellas se puede hallar una salida a la presente crisis del capitalismo que no es tan sólo económica, sino política; una profunda crisis del modelo de civilización y de desarrollo.
Pero participación de las clases trabajadoras quiere decir libertad sindical, libertad de partidos sin discriminaciones y libertad sindical quiere decir autonomía reivindicativa y de actuación del sindicato, hoy como mañana. Después de haber yugulado la autonomía sindical mediante la utilización del sindicato vertical, importantes sectores del capitalismo español tratan de retomar los intentos aplicados en algunos países europeos orientados a recortar, limitar sustancialmente la autonomía sindical imponiendo ya desde ahora determinados pactos sociales antes de la conquista de la democracia, es decir, cuando aún cuentan para ello con el apoyo de la represión y de la carencia de libertades sindicales.
Ese pacto social sería la hipoteca del movimiento obrero en su estrategia y táctica tanto previos a la democracia, como durante la consolidación y desarrollo de ésta. Aceptar limitaciones a la autonomía sindical sería llegar a la democracia con unos sindicatos domesticados, cogidos de pies y manos en el mismo momento en que deberán extender sus áreas de Influencia bajo las nuevas condiciones, en el momento en que, más que nunca, deberán demostrar ante las masas su capacidad de defensa y representación de sus intereses. De la misma manera que en la construcción del socialismo habrá que mantener la autonomía sindical si se quiere evitar la penosa situación que ofrecen los sindicatos en los países del Este.
El idilio generado por la ideología reformista de los años cincuenta y sesenta en Europa y Estados Unidos, según la cual, la autonomía sindical sería perfectamente compatible con la participación del movimiento obrero en la gestión del sistema, está haciendo quiebra y nuestro capital más avezado trata de frenar la dinámica de esa autonomía reivindicativa tal como se expresa hoy en el actual proceso español.
La creciente incompatibilidad entre la autonomía reivindicativa y la estabilización del sistema capitalista —más en estos momentos de crisis profunda— ha impuesto finalmente a las organizaciones sindicales y a los partidos obreros de Europa y con urgencia imperiosa, una tarea eminentemente política: definir una alternativa a las políticas económicas de los gobiernos, alternativa que tienda a establecer nuevos mecanismos de acumulación basados en profundas reformas de las estructuras económicas y sociales, así como en una articulación democrática de las decisiones que sea capaz de imponer, mediante criterios selectivos, una orientación distinta a las inversiones públicas y privadas que hoy operan bajo el único signo del beneficio monopolista. Se trata de definir una política de desarrollo, nueva y distinta, que sea compatible con la autonomía reivindicativa del sindicato, con la garantía del pleno empleo y con el rápido desarrollo de los consumos y de las inversiones colectivas, prioritarias para los trabajadores.
Este proyecto que afecta a los sindicatos en íntima relación con los partidos obreros en todas las democracias europeas —y al cual responden de forma desigual según los países—se halla presente ya en las tareas sindicales de la España posfranquista. Cuando las organizaciones sindicales españolas están todavía luchando por la conquista de los derechos sindicales reconocidos en las democracias europeas, ya están asumiendo, al mismo tiempo, la responsabilidad de proponer sus propias alternativas.
En suma, frente a una política de planificación capitalista en la que se articulan las medidas de gestión pública y un cierto intervencionismo estatal siempre a favor de los intereses privados de las multinacionales —que, en última instancia, condicionan y determinan las opciones y los criterios de los planes de desarrollo de los gobiernos— los sindicatos se ven obligados a superar los estrechos límites del sindicalismo tradicional, puramente reivindicativo y corporativo, debiendo establecer al mismo tiempo nuevos criterios de relación y de articulación con los partidos obreros. Tal es el reto que se le plantea también al nuevo sindicalismo español en vísperas de la democracia que, él como nadie, ha contribuido a conquistar.
Esta es una síntesis de la historia sindical reciente. Los trabajadores españoles han debido luchar a un mismo tiempo por lo viejo y por lo nuevo. En pleno siglo XX, han debido batirse por el derecho a asociarse libremente en sindicatos de clase al margen del sindicato vertical con el que se pretendía controlarlos y explotarlos impunemente. Un siglo después del reconocimiento universal del derecho de asociación obrera, han debido luchar incesantemente por sus propios sindicatos, construyéndolos al mismo tiempo en las nuevas condiciones que plantea una sociedad de capitalismo avanzado, de acuerdo con los cambios tecnológicos y la nueva política industrial de las multinacionales a que nos acabamos de referir. Esta es la clase obrera que sale de la larga noche del franquismo. Este es sustancialmente, salvo los errores del cronista, el sindicalismo que propone. Un sindicalismo planteado con la irrenunciable determinación de orientarse hacia el sindicato unitario en libertad, como una de las instituciones protagonistas de un futuro de democracia y socialismo.