ANIMALES EN LA HISTORIA – EL NACIMIENTO DEL PURA SANGRE INGLÉS.

POR. NICOLÁS SUÁREZ ALARCÓN

DOCTOR EN ANTROPOLOGÍA Y CRIADOR DE CABALLOS.

La pasión de los ingleses por las carreras de caballos los llevó a seleccionar una raza legendaria: el pura sangre inglés; en el siglo XVIII ninguno de ellos alcanzó tanta fama como Eclipse

Desde tiempos remotos, diversos grupos humanos han tratado de seleccionar las cualidades que deseaban en los caballos. Partiendo del tarpán, uno de los équidos que habitaban en Oriente, se creó la primera y más importante de todas las razas caballares: el pura raza árabe, una montura caracterizada por la frugalidad, la resistencia, la rapidez y una fascinante belleza.

 En el norte de África, a partir de unos corceles locales que lograron sobrevivir a las últimas glaciaciones, se creó el berberisco, un caballo que, como el árabe, influyó en la formación de muchas de las razas equinas existentes hoy. Tal vez una de las primeras en recibir la influencia del berberisco fue el caballo español, que descendería del cruce de los caballos norteafricanos con las yeguas locales de la península ibérica.

 La fascinación por los caballos llegó también a Inglaterra, cuyos reyes, a partir del siglo XVI, comenzaron a seleccionar caballos de gran velocidad para competir en carreras. Para dicho empeño sumaron, a la sangre de sus yeguas locales, la de hembras de otras razas, como la berberisca ola española.

 Como sementales escogieron a unos caballos que los viajeros ingleses habían conocido en sus periplos orientales a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, y que no eran otros que los veloces y resistentes caballos árabes.

Tres fueron los sementales que dieron lugar a la cabaña ganadera del pura sangre inglés: Byerley Turk, del que procede la rama del legendario Eclipse; Darley Arabian, que fue el padre del primer gran caballo de carreras, Flying Childers, y Godolphin Arabian, antepasado del célebre Matchem… y de Eclipse.

 Eclipse, el invencible.

 En un firmamento cuajado de estrellas, tal vez la más refulgente sea Eclipse, un caballo que nació en la primavera de 1764 en la cuadra del duque de Cumberland, durante un eclipse de sol, por lo que recibió ese nombre.

Era hijo de Spiletta y —según el General Stud Book— de Marske, aunque en realidad no se sabe qué caballo fue su padre porque, por descuido, la yegua también fue cubierta por Shakespeare. A la muerte de su criador, su nuevo propietario, William Wildman, tuvo problemas con el indómito potranco, por lo que, tras vender la mitad del equino al coronel O’Kelly, éste encargó su doma a un reputado preparador irlandés llamado S»llivan, que logró convertirlo en un ganador, invencible en la carrera.

 El campeón, finalmente propiedad exclusiva de O’Kelly, terminó transfigurado en una leyenda viva que dejaría tras su estela innumerables campeones

Curiosamente, tan rápido caballo estuvo a punto de acabar con el negocio en el hipódromo, ya que nadie apostaba por sus contrincantes. Incluso algunos pensaron en acabar con aquel proyectil castaño que, según datos de la época, podía alcanzar los 90 kilómetros por hora.

Pura sangre Eclipse.

 Parece que el alto rendimiento de este atleta equino radicó en un corazón de gran tamaño y en unos vigorosos pulmones. Tras ganar todas las carreras en las que participó, y abrumado por las amenazas, su propietario lo dedicó a tareas de semental, multiplicando de esa forma las ganancias que el corcel le había proporcionado.

Entre su numerosa descendencia destacaron más de trescientos descendientes, de los que se tiene noticia que ganaron algunas de las carreras en las que participaron.

 Junto a su portentosa potencia y su rapidez legendaria, Eclipse pudo transmitir a su numerosa prole su fuerte temperamento, heredado de su bisabuelo por parte de madre, Godolphin Arabian, que, como la montura de Alejandro Magno, Bucéfalo, sólo se dejaba montar por su amado jinete, un joven árabe llamado Agba.

 Hoy los pura sangre ingleses, descendientes del más famoso de todos los caballos de carreras, son la raza más rápida y cotizada del mundo.

Aglutinan a su alrededor una floreciente industria, sustentada tanto en la cría como en la competición. Poseedores de una gran energía física y mental, muchos opinan que algunos ejemplares pueden mostrar un carácter nervioso y difícil, lo que los convierte en aptos únicamente para jinetes muy especializados.

 En cualquier caso, las expectativas de sus creadores se han cumplido, razón por la que hoy el pura sangre inglés es considerado, con justicia, el más veloz de los hijos del viento.

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