En épocas recientes, el folclore, la mitología y las tradiciones religiosas de los pueblos del mundo han inspirado la creación de singulares barajas de Tarot, muy atractivas y extraordinariamente bien adaptadas.
Las primeras representaciones de pueblos extraeuropeos en las cartas de juego se remontan a 1644, cuando el grabador Stefano della Bella realizó para Luis XIV un bellísimo Jeu geographique. Pero hasta el siglo XIX los Tarots no se unieron a la «moda étnica», moda que nunca ha desaparecido del todo, pero cuyos puntos de referencia han ido variando. En efecto, hay barajas regionales europeas que pueden llamarse «étnicas» porque tratan de sus tradiciones antiguas; es el caso del Tarot des Régions de la France (París, 1986), de Florence Magnin, 54 cartas de figuras dobles que recogen la tradición de algunas regiones francesas. Es más específico el Tarot Breton (París, 1986), de Alan Borvo, inspirado en antiguas leyendas bretonas. El Tarocco della Sardegna (Milán, 1984), de Osvaldo Menegazzi, consta de 78 cartas clásicas: los 22 triunfos reproducen testimonios arqueológicos de la época fenicio-púnica, sobre la cual se estableció la dominación romana en el siglo 1 a.C.; las figuras de corte visten trajes tradicionales sardos. A la mitología de los vascos, un antiquísimo pueblo hoy dividido entre Francia y España, se refiere el Euskal Tarot Mitikoa o Tarot Mítico Vasco (Vitoria, 1982), de Ángel Elvira, adaptado a la iconografía clásica de los Tarots.
LAS SUGESTIONES DE LOS CELTAS
En el ámbito europeo, merecen mención aparte las barajas dedicadas a los celtas. Este antiguo pueblo, que en los siglos anteriores a la era cristiana había conquistado casi toda Europa, fue primero colonizado por los romanos, pero después de las invasiones germánicas fue totalmente aplastado y apenas conservó la independencia en Gales, Irlanda y Escocia. Desde estas regiones, el folclore y la religiosidad de los celtas, o gaélicos, han pervivido durante toda la Edad Media, irradiando hacia Europa. Tras la dominación inglesa, a principios del siglo XX llegó la reencontrada libertad, que coincide con el despertar de la cultura gaélica. Desde entonces, los estudios etnográficos han hecho renacer el druidismo como una forma de religión animista que ya existía antes de los celtas. A uno de estos estudios, The White Goddess (1946), de Robert Graves, hacen referencia dos barajas: el Celtic Druid Tarot (1977), de Tracy Hoover y Sue Skell, cuyos dibujos, casi infantiles, quieren reproducir los árboles que representan el alfabeto celta, y el Beth-Luis-Nion; este último posee 18 letras, por lo que hubo que añadir las cuatro que se incorporaron al gaélico tras las invasiones de los anglos y de los sajones.

La reina de oros del pueblo gaélico de los Tuatha dé Dannan, es decir, los Hijos de Darla de la mitología irlandesa del Tarot de los Celtas, de Gaudenzi y Tenuta.
La otra baraja, The Celtic Tree Alphabet Tarot (1977), también trata del alfabeto de los árboles, pero gráficamente es más interesante. Su autor, Jim Cleveland, reproduce los significados rituales, mágicos y adivinatorios descritos en la obra de Graves. El Celtic Tarot (1985), de Don Stern, es muy distinto; sus fuentes iconográficas son las típicas decoraciones laberínticas que aparecen en restos arqueológicos, como, por ejemplo, escudos, espadas o báculos, o en los libros miniados de los monjes irlandeses de la Edad Media. Otras dos barajas participaron en una exposición sobre los celtas de Venecia (1991); su creador, Giordano Berti, se basó en las leyendas de los celtas de Irlanda, y cada figura representa una divinidad o un héroe de un ciclo histórico. Esta serie se inicia con los primeros colonizadores gaélicos, que llegaron a Irlanda en el siglo VII a.C., y se cierra con su conversión al cristianismo (siglo V). Para los trajes, objetos, armas, etc., los artistas, Antonio Lupatelli (Tarocchi dei Celti) y Giacinto Gaudenzi (Tarocchi celtici), utilizaron fuentes arqueológicas reproducidas minuciosamente. En el año 2000 se añadió a la baraja de Gaudenzi la serie de arcanos menores, ilustrada por Saverio Tenuta. Los personajes de los palos corresponden a cuatro épocas distintas: en los bastos aparecen los Fomori, los primeros y salvajes conquistadores de Irlanda; en los oros, sus vencedores, los Tuatha dé Danann; en las espadas, los Ulaid, que vencieron a estos últimos; en las copas se ilustran los Fianna, que trataron, en vano, de rechazar las invasiones de vikingos, anglos y sajones.
LA REVANCHA DE LOS NATIVOS AMERICANOS
En el otro lado del Atlántico encontramos el Xultun Tarot (1976), 78 cartas dibujadas por Peter Balin inspirándose en el mundo maya y de la que se ha trata en la Galería del Tarot. En 1982 se publicó el Native American Tarot, de Josep y Magda González, dedicado a los nativos que vivían en los desiertos y en las grandes llanuras antes de su trágica destrucción. Hacia finales de 1960 surgen asociaciones que reclaman los derechos civiles de los nativos americanos, difundiendo sus tradiciones míticas y religiosas en las que se inspira esta baraja. A un pueblo en la actualidad completamente extin guido está dedicado el Aztec Tarot (1986), una baraja de 54 cartas anónimas que se basa en manuscritos de los siglos XVI y XVII. Los triunfos reproducen divinidades, héroes y animales totémicos, mientras que las figuras de los palos y las cartas numerales están dedicadas a los trabajos estacionales.
LA DULZURA DE POLINESIA
A las islas de Polinesia se dedicaron dos barajas. El Tahitian Tarot (1980) está formado por 54 cartas de figuras dobles, en las que su autor, Michélle Feltrin, reprodujo en blanco y negro, con líneas simples, pero precisas, los diversos momentos de la sencilla vida cotidiana de aquellas islas, que ya inspiraron a Paul Gauguin. El Hawaiian Tarot Tarot Cards (1986) consta de 78 cartas realizadas en acuarelas de vivos colores por Sue Annbroke Jones y Edward Jenny. Los autores han tratado de adaptar el folclore local a la iconografía clásica; pero, si bien hay imágenes cargadas de poesía, como la joven que observa la gran Luna llena frente a la laguna, otras son casi ridículas; por ejemplo, La Fuerza, un jefe guerrero en pie sobre una pelota a merced de las olas, o bien El Carro, un pescador sobre una barca arrastrada por dos delfines, uno blanco y otro negro.