A partir de la magia ceremonial de la Golden Dawn y de ambientes de la contracultura juvenil, en los años 60 surgió la Wicca, una especie de fraternidad de brujos que ha inspirado el nacimiento de nuevas e interesantes barajas de Tarot.

Detalle de Aquelarre, de Francisco de Goya, óleo realizado en 1798, que se encuentra en el Museo del Prado.
El célebre esoterista inglés Arthur E. Waite, en su obra The pictorial Key to the Tarot (Londres, 1909), escribió: «Si el Tarot tuviera sus raíces en la adivinación, más que en alguna Doctrina Secreta, para hallar sus orígenes tendríamos que hurgar en lugares tan extraños como el arte de la brujería o las ceremonias del sabbat». Waite, como tantos otros ocultistas franceses e ingleses, estaba convencido de que las alegorías de las cartas del Tarot incluían una filosofía oculta que no tenía nada que ver con las supersticiones populares y con la baja magia. De hecho, hasta tiempos muy recientes ningún autor ha puesto en relación directa el Tarot y la brujería, pero las cosas cambiaron desde que en Gran Bretaña y en Estados Unidos comenzaron a surgir grupos dedicados a ceremonias neopaganas o satánicas, entre las cuales las alegorías de las cartas del Tarot han sido interpretadas de un modo particular y con aspectos inéditos.
NACIMIENTO DE LA WICCA
La brujería, entendida como fenómeno organizado, se convirtió en un aspecto marginal de la cultura europea tras la dura persecución sufrida, especialmente entre principios del siglo XVI y mediados del XVIII, por parte de la Inquisición católica romana y, en los países de fe protestante, por los tribunales civiles. Pero a partir de la Segunda Guerra Mundial, en el mundo anglosajón se ha asistido al nacimiento de la Wicca, contracción de la palabra inglesa witchcraft (brujería). En 1951, un ex discípulo de Crowley, Gerald B. Gardner (1884-1964), se convirtió en sacerdote de un culto implantado en la isla de Man, y reunió junto a él a algunos discípulos. En 1965, otro inglés, Alex Sanders, declaró ser un elegido y, con sus logros publicitarios, contribuyó a difundir el interés de los medios de comunicación por la brujería, provocando duras críticas de las hermandades ocultistas y las Iglesias institucionalizadas. A principios de 1970, algunas feministas acudieron a Los Ángeles, atraídas por las ideas de Zsuzsanna Szilagy, alias «Z Budapest»; también se desplazaron a San Francisco siguiendo a Miriam Simos, alias «Starhawk», y a Dallas, tras Morgan McFarland. De esta forma nació la llamada «Wicca diánica», constituida por grupos feministas y homosexuales, entre otras minorías, que tenían en común el hecho de venerar a una Gran Diosa, a la que a veces veían como la creadora del Universo y en otras ocasiones identificaban con la Madre Tierra, la Luna o la diosa Diana. A algunos seguidores de estas hermandades se debe la creación de nuevas barajas de Tarot que son la expresión de sus creencias.
EL TAROT DE LAS BRUJAS
Un desconocido seguidor de una hermandad de brujas inglesa realizó el Sexual Tarot The Sorcerer’s Apprentíce (1983), una baraja de 79 cartas en blanco y negro que marcan las etapas de la iniciación a la brujería. Los dibujos son muy simples y se apartan de la habitual iconografía del Tarot; por ejemplo, en El Mago hay una pareja de amantes sentada en la posición del loto sobre un pedestal piramidal, sostenido por cuatro hombres, tres bueyes y dos árboles; La Emperatriz aparece apaciguando una fiera con una cruz ansada, con los pies sobre un tablero de ajedrez; en La Templanza, dos amantes están sentados a los pies de un árbol del que mana un líquido espiritual. El Robin Goodfellow Pagan Tarot (1983), constituido por 22 arcanos mayores de autor desconocido, reúne algunos temas de la contracultura juvenil con un trasfondo mágico: El Loco es un freak que camina desnudo con las alforjas sobre el hombro; La Sacerdotisa es una joven bruja también desnuda que remueve el contenido de un caldero; El Diablo es el legendario genio de los bosques ingleses, Robin Goodfellow, representado con cuernos de ciervo y el pene erecto, bendiciendo a una pareja de amantes. El Tarot of Dianic Initiation (1986), del holandés Hugo Vermeulen, es interesante desde el punto de vista gráfico, pues sus imágenes, en blanco y negro, presentan un logrado juego de luces y sombras que quieren reflejar los grandes temas mágicos y mitológicos de la Meco. El Barbara Walker Tarot (1986), que consta de 78 cartas basadas en el libro The Secrets of Tarot (Nueva York, 1984), de la bruja Barbara Walker, reelabora los arcanos mayores manteniendo casi intacta la iconografía clásica, mientras que los menores muestran gran variedad de escenas, algunas de ellas explícitamente brujescas; las figuras de los palos son magos famosos, héroes mitológicos y divinidades tanto occidentales como orientales. El Magical Tarot (Wellingborough, 1986) está realizado por el inglés Anthony Clark, que reelaboró en él figuras del ya conocido Libro de Thot de Aleister Crowley.

El sabat de las brujas, obra pintada por el flamenco Frans Francken hacia 1620 (Kunsthistorisches Museum de Viena).
VARIACIONES SOBRE EL TEMA
Hay otros Tarots inspirados en la brujería. El más famoso es el Tarot of the Witches (Stamford, 1984), del pintor escocés Fergus Hall; pero la suya es una brujería fabulosa. Lo mismo puede decirse del Wicca Tarot (Tokio, 1983), 78 cartas dibujadas por Hiroshi Kitagawa; se trata de una baraja muy trabajada desde el punto de’ vista gráfico, pero, a pesar del título, escasean las referencias a la «gran familia» de las brujas. Por su parte, los Arcani dí Elisabetta (Lissone, 1986), 22 acuarelas de la italiana Elisabetta Cassari, son una especie de narración por medio de imágenes que describe el drama de las brujas en el Medioevo, desde la magia al pacto con el diablo pasando por las torturas a manos de los inquisidores y el fuego final.