Muchos esoteristas sostienen que el juego del Tarot está relacionado con la alquimia espiritual, que usa los metales como metáfora de los sentimientos humanos. Sin embargo, tampoco aquí los expertos han llegado a un consenso acerca de tal relación.

Grabado que muestra al alquimista Hermes Trigemisto junto a una alegoría de la Gran Obra, un acto sagrado de unión entre los principios complementarios del Sol (el azufre) y de la Luna (el mercurio).
La idea de que las imágenes del Tarot son metáforas de los procesos de transformación de los metales, objetivo de los operadores alquímicos, puede remontarse a la época de Antoine Court de Gébelin. En la obra Mundo primitivo (París, 1781), en el capítulo dedicado al juego del Tarot, el polígrafo francés escribió: «Totalmente ignorantes de las lecciones que contiene, nosotros hemos continuado distrayéndonos con el juego que constituía la Obra de los Filósofos». Dado que por la expresión «Obra de los Filósofos» se entiende la Gran Obra alquimista, está claro que Court de Gébelin pensaba que existía una relación directa entre las cartas del Tarot y esta disciplina.
El origen mitológico de la alquimia se hace remontar, tradicionalmente, al dios egipcio Thot, que equivale al Hermes griego y al Mercurio romano y es patrono de las técnicas, las artes mágicas y la escritura; por este motivo, la alquimia también se denomina «arte hermético» o «ciencia de Mercurio». Partiendo de estos supuestos se entiende el sentido de una frase de un colaborador de Court de Gébelin, un oscuro personaje que respondía a las iniciales de M. Le C. de M. Dicha frase aparece al inicio del artículo «Investigaciones sobre el Tarot y la Adivinación», y afirma: «Parece ser que este libro (se refiere al Libro de Hermes) ha sido llamado ‘ARosh’, de ‘A’, Doctrina, Ciencia, y ‘Rosh’, Mercurio, lo que, junto al artículo T, significa Tabla de la Doctrina de Mercurio». Esta etimología, claramente falsa, pretendía demostrar el vínculo entre el Tarot y la alquimia, pero ni Court de Gébelin ni M. Le C. de M. se atrevieron a ir más allá en sus elucubraciones. También en el Libro de Thot de Etteilla se encuentran alusiones a la alquimia; a pesar de todo, la baraja diseñada por este esoterista no tiene ninguna relación con la tradición hermética, con excepción de las ocho primeras cartas, que describen el origen del mundo. Hay que llegar a su compatriota Éliphas Lévi para encontrar referencias más precisas.

Gran parte de la iconografía del Tarot era bien conocida en la imaginería popular de la Edad Media; un ejemplo es esta figura de El Colgado, que aparece como detalle en la obra L’inferno, de Giovanni da Modena (1410).
TAROT Y ALQUIMIA EN FRANCIA
En su obra Dogma y ritual de la alta magia (París, 1856), dentro del capítulo «La Gran Obra», Lévi sostenía que las 22 claves del Tarot sintetizaban la sabiduría hermética: «Mercurio es el batelero; el Gran Hierofante es el adepto, o extractor de la quintaesencia H. La duodécima llave representa un […] símbolo alquímico, bien conocido por todos los adeptos, que representa la realización de la Gran Obra; la vigesimosegunda llave […] reúne dos varitas […] símbolo de las acciones magnéticas». Por otra parte, en el capítulo «El Libro de Hermes», el ocultista explicaba que el término TAROT es sinónimo de AZOT, una materia sutil que, según los alquimistas, es la quintaesencia de los cuerpos. Además, en la síntesis de los significados esotéricos, citaba la relación de algunos triunfos con la alquimia: El Mago equivaldría a la «sustancia primera»; la postura de El Emperador recordaría el atanor, el horno de los alquimistas, y estaría en relación con la «piedra cúbica», y La Templanza trasvasaría de una copa a la otra las esencias del elixir de la larga vida. Estas ideas embrionarias fueron desarrolladas por Franois JollivetCastcllot (h. 1860-1937), miembro de la Orden Cabalística de la Rosacruz. En su obra Comment on devient alchimiste (París, 1897), JollivetCastellot describe las correspondencias entre los arcanos mayores y el proceso que lleva al cumplimiento de la Gran Obra alquimista. Para describir el nexo entre las figuras y las etapas de la evolución interior del individuo, el autor hace referencia a teorías alquimistas de épocas y lugares diversos, no siempre coherentes; esta densa obra, de más de 400 páginas y oscuro lenguaje, tuvo poco éxito. Muchos años más tarde, el suizo Oswald Wirth dedicó a la alquimia dos capítulos de su obra Le Tarot des imagiers du Moyen Áge (París, 1926): «Nociones de simbolismo y colores» y «El Tarot a la luz de la filosofía hermética». Se trata de una síntesis extrema de los conceptos alquimistas tradicionales, ligados a la baraja diseñada por Wirth algunos decenios antes bajo la guía de Stanislas de Guaita. Para adaptarse mejor a las antiguas doctrinas, Wirth impuso a las imágenes, donde le fue posible, una geometría que recalcaba los símbolos de los elementos; por ejemplo, El Emperador recoge el símbolo del azufre, que se encuentra invertido en El Colgado, el cumplimiento de la Gran Obra; La Emperatriz muestra el signo invertido de Mercurio. Dos años después, un adepto que se ocultaba bajo el seudónimo de Auriger publicó en la revista Le Voile de Isis un artículo titulado «La Alquimia ante el Tarot», que se inspiraba en la obra de Jollivet-Castellot pero definía 22 fases de la Obra totalmente distintas; su punto de referencia iconográfica era un Tarot de Besançon. El trabajo de Auriger sirvió luego a Jean Chaboseau para un estudio más amplio, acompañado de una serie de ilustraciones en estilo medieval: Le Tarot, essai d’interprétation selon les principies de l’hermétisme (París, 1946).

Miniatura perteneciente a un tratado de alquimia alemán del siglo XVI, que muestra a un alquimista portando un matraz.
TAROT Y ALQUIMIA EN INGLATERRA
A pesar de que el líder de la Golden Dawn Samuel L Mathers estaba interesado en la alquimia, nunca indicó un sistema preciso de correspondencia con el Tarot. En efecto, entre los documentos oficiales redactados alrededor de 1890 sólo el VII está dedicado a la alquimia, pero no dice nada respecto del Tarot. En su Liber T, por su parte, se indican relaciones precisas entre los cuatro palos y los elementos; además, también la tabla de las atribuciones astrológicas contiene claras referencias a dichos elementos (El Loco = aire; El Colgado = agua; El Juicio = fuego). Por ello, la tabla puede ser leída desde el punto de vista alquimista con sólo relacionar cada planeta con el metal que tradicionalmente le corresponde: Mercurio = mercurio; Luna = plata; Venus = cobre; Júpiter = estaño; Marte = hierro; Sol = oro; Saturno = plomo. Tras la disgregación de la Golden Dawn, Arthiir E. Waite, uno de sus dirigentes más importantes y profundo conocedor de la literatura alquimista, evitó profundizar en estas relaciones, pues se contradecían con sus convicciones personales, expresadas en el capítulo de The Pictorial Key to the Tarot (Londres, 1910) llamado «La doctrina dentro del velo».
Las cartas de Tarot, según Waite, también se remontan a una «doctrina secreta» representada en los símbolos alquimistas, en la cábala, en la astrología y en la magia ceremonial. Sin embargo, dicha doctrina no deriva, en su opinión, de ninguna de estas escuelas, sino que es la expresión simbólica de una serie de ideas universales, o, mejor dicho, de todas las ideas que la mente humana es capaz de concebir. De aquí procede, según el esoterista inglés, la semejanza entre algunos triunfos y ciertas representaciones alquimistas, que se encuentran, por ejemplo, en el Mutus Liber de Altus y en el Libro sobre la Piedra Filosofal de Lambsprink. Al contrario que Waite, Aleister Crowley desarrolló en su The Book of Thoth Tarot (Londres, 1944) el contenido del Liber T, mezclando las diversas claves de lectura de las cartas (mitológica, astrológica, cabalista y alquimista) en un oscuro texto. A pesar de la dimensión poco popular de la alquimia, el interés respecto de esta «ciencia espiritual» sigue vivo, aunque limitado a elites restringidas, y existen algunas barajas recientes inspiradas en esta disciplina, que fue la precursora de la química.

El Colgado (arriba) y El Carro (abajo), según las versiones de Aleister Crowley (color) y Godfrey Dowson (blanco y negro).
NUEVOS TAROTS ALQUIMISTAS
La producción contemporánea de barajas de Tarot alquimistas no brilla siempre por su originalidad; por ejemplo, las 22 ilustraciones del Alchemical Tarot (Dinamarca, 1987), diseñadas por el polaco Rafal Prinke y dibujadas por el escocés Edward O’Donnelly, están copiadas directamente del Mutus Liber, así como de las XII Llaves de Basilio Valentino, de la Pretíosa Margarita novella y de otros textos de alquimia renacentistas. Tampoco es muy significativo el Golden Cycle Tarot (1976), de John Sandbach y Ronn Ballard, que, como el anterior, está inspirado en la iconografía antigua. Una baraja decididamente más interesante es el Hermetic Tarot (1979), de Godfrey Dowson. Este autor recogió los títulos de los arcanos inventados en el ámbito de la Golden Dawn y, en ciertos casos, imitó el Book of Thoth Tarot de Crowley, por ejemplo en los triunfos VII, XII, XIII y XV y en numerosas cartas numerales. A pesar de todo, Dowson por lo menos demostró haber estudiado e interiorizado las complicadas doctrinas de la alquimia. Vale la pena recordar el Elemental Tarot de Caroline Smith; también en este caso se trata de una baraja fuertemente sincrética, compuesta por 78 cartas en las que se mezclan doctrinas alquimistas y gnósticas de divinidades orientales, precolombinas, semíticas y helenísticas. Para concluir esta breve reseña, citaremos el Entropy Tarot (1983), de Shigeki Gomi; son 22 aerografías que tratan los conceptos alquimistas desde un punto de vista más moderno, sugiriendo un «sistema de energías cósmicas» que reflejan la fórmula de la Tabla de esmeralda atribuida a ThotHermes: «lo que está en lo alto es como lo que está abajo; ello completa el milagro de todas las cosas».