Autor: Desconocido.
Fecha de composición: Siglos IV/VII, quizá con base en noticias del siglo IV.
Lugar de composición: Desconocido, algún lugar del Oriente cristiano, quizá Tesalónica.
Lengua original: Griego.
Fuente: Manuscrito Escorialense II.Y.11 del siglo XIII, cotejado con otros manuscritos que presentan un texto más breve.
Este apócrifo asuncionista es un relato de los sucesos que rodean la tradición de la dormición de María. Su contexto se sitúa en la estela de otros documentos paralelos, como es la obra del Pseudo Melitón. M. Jugie, que publicó la edición crítica del presente apócrifo en 1926, lo consideraba una edición corregida y aumentada del Pseudo Melitón. Pero no faltan autores, como el mismo Tischendoif, que invierten la dependencia. Es, sin embargo, más plausible la hipótesis de Jugie, dado que el Pseudo Melitón es de finales del siglo IV o principios del V, mientras que el «libro» de Juan de Tesalónica parece de principios del siglo VII.
Estos textos paralelos se derivan con toda probabilidad de un texto común más antiguo, que podría remontarse en su base a principios del siglo IV, que es el reflejo de una tradición muy apreciada de gran influjo en la piedad cristiana, así como en la liturgia y en la iconografía. La presencia de la palma como símbolo del premio, la situación de los apóstoles Pedro y Juan a la cabecera y a los pies del cadáver de María, y la representación del alma de la Virgen en la forma de un niño, son algunos de los detalles que han quedado materializados en el arte. Este evangelio, escrito en griego, tiene forma de homilía, o así es considerado por los estudiosos. En él se afirma la tradición de la muerte y el tránsito de María en Jerusalén, y no en Éfeso. En Jerusalén y en las cercanías de Getsemaní se conserva el edificio del Sepulcro de la Virgen, que sería el lugar donde se cumplieron supuestamente los sucesos narrados.
Un hecho sorprendente es la variedad de finales en distintas versiones. Por esa razón añadimos al texto presente el final del Pseudo Melitón, como ejemplo de la libertad de tratamiento del material común.
Dormición de nuestra Señora, madre de Dios y siempre virgen María compuesta por Juan, arzobispo de Tesalónica
Prólogo
1 1A la admirable, celebérrima y realmente gran Señora de todo el mundo, a la siempre virgen madre de nuestro Salvador y Dios Jesucristo; a la que es verdaderamente madre de Dios, de parte de toda criatura que vive bajo el cielo, se le deben ofrecer perpetuamente cantos de alabanza, honor y gloria por el favor hecho por su medio a toda la creación con la economía de la venida en carne del unigénito Hijo y Verbo de Dios Padre.
2Ella, después de la voluntaria pasión corporal, la resurrección de entre los muertos y la ascensión a los cielos del que en ella se hizo carne por nosotros, verdadero Verbo de Dios y verdadero hombre, permaneció en compañía de los santos apóstoles viviendo un tiempo nada breve por la región de Judea y de Jerusalén. Residió, pues, principalmente en la casa del apóstol virgen, a quien el Señor amaba, según manifiesta la divina Escritura. Y cuando cada uno de los apóstoles, por orden del Espíritu Santo, me lanzó a predicar el Evangelio por todo el mundo, después de cierto tiempo la misma celebérrima Virgen madre de Dios abandonó la tierra de muerte natural.
3Ahora bien, algunos han transmitido por escrito las maravillas que sucedieron en aquel tiempo con relación a ella. Casi toda la tierra bajo el cielo celebra festivamente la memoria anual de su descanso, excepto unos pocos lugares, entre ellos el que rodea a esta metrópoli de los tesalonicenses, protegida por Dios. ¿Pues qué? ¿Condenaremos el descuido y la indolencia de nuestros predecesores? Lejos de nosotros decir esto o ni siquiera pensarlo, cuando ellos fueron los únicos que legaron por ley este privilegio a su propia patria; quiero decir el que no solamente celebremos las memorias de los santos del país, sino las de todos los que lucharon sobre la tierra por Cristo, familiarizándonos espiritualmente con Dios en asambleas y plegarias.
4No fueron, pues, descuidados o indolentes, sino que puesto que los que entonces vivían, según se dice, escribieron fielmente los sucesos relativos al tránsito de María, algunos de los malvados herejes, que llegaron después, sembraron su cizaña y tergiversaron los escritos. Por esta razón, nuestros padres se apartaron de ellos, como que estaban en desacuerdo con la Iglesia católica. Desde entonces la fiesta cayó entre ellos en el olvido.
5No os admiréis cuando oís que los herejes corrompieron los escritos, porque se los ha descubierto de vez en cuando haciendo cosas semejantes incluso con las epístolas del apóstol portador de Cristo y hasta con los mismos evangelios. Pero no rechazamos los escritos verdaderos por causa de sus engaños abominables ante Dios, sino que después de purificar la falsa simiente, abrazaremos incluso para gloria de Dios lo que sucedió verdaderamente con sus santos, y lo haremos que resulte provechoso para las almas y agradable para Dios.
6Pues así hemos encontrado que lo han logrado no solo los que recientemente nos han precedido, sino también los santos padres que vivieron mucho antes que ellos. Unos, sobre los llamados viajes especiales de los sanos apóstoles Pedro, Pablo, Andrés y Juan; otros, sobre la mayoría de los escritos sobre los mártires portadores de Cristo. Pues es preciso «purificar», según lo que está escrito, «las piedras del camino» (Jer 50, 26) para que no tropiece el rebaño elegido de Dios.
2 1Nosotros, pues, puesto que trabajamos también para esta metrópoli amada de Cristo, a fin de que no carezca de bien alguno, creemos que es de todo punto necesario glorificar sinceramente a la bienhechora y Señora del mundo, la siempre virgen y madre de Dios María. Y celebrando con gozo espiritual la memoria de su magnífico descanso, con razón hemos puesto no pequeño cuidado en la exhortación y la edificación de las almas en orden a proponer a vuestros piadosos oídos no todas aquellas cosas que hemos encontrado escritas sobre ella de forma diferente en los diversos libros, sino solamente aquellas que verdaderamente tuvieron lugar y que son recordadas como sucedidas y testimoniadas hasta ahora en sus lugares. Lo hemos recogido con temor de Dios y amor a la verdad, sin hacer caso alguno de opiniones personales introducidas por la perfidia de quienes han falsificado estas cosas.
2Escuchando, pues, los prodigios en verdad tremendos, enormes y dignos realmente de la madre de Dios, acaecidos con motivo de su admirable descanso con una compunción provechosa para el alma, ofreceremos a la inmaculada Señora y madre de Dios María nuestro agradecimiento después de Dios y la gloria que le es debida. Así nos manifestamos a nosotros mismos dignos de sus dones por nuestras buenas obras. Vosotros, aceptando un poco de nuestro amor y elogiando nuestra diligente exhortación hacia objetivos mejores por el presente escrito, correspondednos con vuestro cariño como hermanos e hijos queridos en el Señor. Y procuradme por una continua oración el auxilio de Dios. Pues de él es la gloria, el honor y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Anuncio del ángel
3 1Cuando la santa madre de Dios, María, se desprendía del cuerpo, vino hasta ella el ángel grande y le dijo: «María, levántate y toma esta palma que me ha dado el que plantó el paraíso y entrégasela a los apóstoles, para que con ella en la mano canten himnos delante de ti, porque dentro de tres días vas a dejar el cuerpo. Pues he aquí que envío a todos los apóstoles a tu presencia; ellos te tributarán las honras fúnebres y contemplarán tu gloria hasta que te trasladen a tu lugar». María respondió al ángel, diciendo: « ¿Por qué has traído solamente esta palma, y no has traído una palma para cada uno que no sea que si se da a uno solo, los demás protesten? ¿Qué quieres que haga, o cuál es tu nombre para que, si me lo preguntan, se lo pueda decir?». El ángel le contestó: “¿Por qué quieres tú saber mi nombre? Pues es admirable de oír. No dudes, pues, en recibir la palma, porque muchos serán curados por ella, y servirá de prueba para todos Ios habitantes de Jerusalén. Al que cree se le manifiesta; al que no cree se le oculta. Vete, pues, a la montaña».
2Entonces se fue María y subió al monte de los Olivos mientras brillaba delante de ella la luz del ángel; en su mano llevaba la palma. Cuando llegó al monte, se regocijó él con las plantas que en él había, de tal modo que las plantas inclinaban sus cabezas y adoraban. Cuando María vio esto, se turbó pensando que sería Jesús el que allí estaba y dijo: « ¿Eres tú acaso el Señor, porque por ti se ha producido tan grande prodigio, ya que tantas plantas se han postrado ante ti? Pues, digo yo, nadie puede realizar prodigio tan grande sino el Señor de la gloria, el que se entregó personalmente a mí».
3Le dijo entonces el ángel: «Nadie puede hacer milagros si no es por su mano. Pues él suministra poder a cada uno de los seres. Yo soy el que recibo a las almas que se humillan ante Dios y las traslado al lugar de los justos en el día en que salen del cuerpo. En cuanto a ti, si te desprendes del cuerpo, yo mismo vendré a buscarte».
4María entonces le dice: «Señor mío, ¿en qué forma vendrás a tus elegidos? Dime lo que es; dímelo para que yo también esté al tanto cuando vengas a tomarme». Él le contesta: « ¿Qué tienes, Señora? Pues cuando Dios envíe a buscarte, no vendré yo solo, sino que vendrán también todos los ejércitos de los ángeles y cantarán himnos delante de ti. Toma, pues, el premio». Y después de decirle estas cosas, el ángel subió al cielo convertido en luz.
4 1María regresó a su casa. Y enseguida tembló el edificio por la gloria de la palma que llevaba en la mano. Cuando cesó el movimiento, entró en su cámara secreta y depositó la palma en un lienzo fino de lino. Entonces oró al Señor diciendo: «Escucha, Señor, la plegaria de tu madre María, que dama hacia ti, y envía sobre mí tu benevolencia; que ninguna potencia venga ante mí en la hora aquella en que salga del cuerpo, sino cumple lo que dijiste cuando lloré en tu presencia diciendo: « ¿Qué haré para librarme de las potencias que vengan sobre mi alma?». Tú me prometiste diciendo: «No llores; no vendrán ángeles a ti, ni arcángeles, ni querubines, ni serafines, ni otra potestad, sino que yo mismo vendré a buscar tu alma. Ahora, pues, se ha acercado el dolor para la que está de parto». Y oró diciendo: «Bendigo la luz eterna en la que habitas; bendigo toda plantación hecha por tus manos, que permanece por los siglos. Oh santo, que habitas en los santos, escucha la voz de mi plegaria».
María se despide de sus parientes
5 1Dicho esto, salió y dijo a la doncella de su casa: «Escucha, vete y llama a mis parientes y a los que me conocen diciéndoles que María os llama». Marchó su doncella y llamó a todos según le había ordenado. Cuando entraron, les dijo María: «Padres y hermanos míos, ayudadme, pues voy a salir del cuerpo para ir a mi descanso eterno. Levantaos, pues, y haced conmigo este amable servicio. Pues no os pido oro ni plata, porque estas cosas son vanas y corruptibles, sino que os pido humanidad, para que permanezcáis conmigo estas dos noches. Que cada uno de vosotros tome una lámpara, y no permitáis que se apague en tres días, y yo os bendeciré antes de mi partida».
2E hicieron como les había dicho. Llegó la noticia a todos los conocidos de María y a sus parientes, y todos se reunieron con ella. Volviéndose María, vio a todos los presentes y levantó su voz, diciendo: «Padres y hermanos míos, ayudémonos unos a otros, encendamos las lámparas y vigilemos, porque no sabemos a qué hora viene el ladrón (Mt 24, 43). Se me ha dado a conocer, hermanos míos, cuándo voy a marchar. Lo he conocido, he sido instruida y no me preocupo, pues es algo universal. Pero temo solamente al luchador, al que lucha contra todos; solo que no puede hacerlo contra los justos y contra los fieles. Domina a los infieles, a los pecadores y a los que cumplen su voluntad, y hace en ellos lo que quiere. Pero no domina a los justos, porque el ángel de la maldad nada posee en ellos, sino que se retira de ellos lleno de vergüenza. Dos son los ángeles que vienen en busca del hombre, uno el de la justicia, otro el de la maldad. Llegan en compañía de la muerte. La muerte molesta al alma, pero vienen los dos ángeles y tantean su cuerpo. Y si resulta que ha realizado obras de justicia, el ángel de la justicia se alegra por ello, porque el ángel malo no tiene parte en él. Entonces vienen ángeles más numerosos en busca del alma cantando himnos delante de ella, hasta llegar al lugar de todos los justos. Entonces se lamenta el ángel de la maldad, porque no tiene parte en él. Pero si aparece alguien que ha realizado obras malas, se alegra también este y toma a otros espíritus malos, y se llevan al alma arrancándola a la fuerza. Entonces el ángel de la justicia se aflige severamente. Ahora bien, padres y hermanos míos, ayudémonos unos a otros para que no se halle nada malo en nosotros».
3Cuando María habló estas cosas, le dijeron las mujeres: «Hermana nuestra, la que has llegado a ser la madre de Dios y Señora del mundo entero, aunque todos tengamos miedo, ¿qué tienes tú que temer siendo la madre del Señor? Pues ¡ay de nosotras! ¿Adónde podemos huir cuando tú dices estas cosas? Porque tú eres nuestra esperanza. Nosotros, pues, los más pequeños, ¿qué podemos hacer o adónde vamos a huir? Si el pastor tiene miedo del lobo, ¿adónde huirán las ovejas?».
4Lloraban, pues, todos los presentes, pero les dijo María: «Guardad silencio, hermanos míos y no lloréis, sino glorificad a la que en este momento está en medio de vosotros. Os lo suplico, no lloréis en este lugar a la virgen de Dios, sino entonad salmos en vez de lamentos, para que la alabanza llegue a todas las generaciones de la tierra y a todo hombre de Dios. Entonad, pues, salmos en vez de lamentos, para que en vez de ratos se convierta para vosotros en bendición».
Llegada de Juan
6 1Cuando María dijo estas cosas, llamó a todos los que se encontraban cerca y les dijo: «Levantaos, orad». Después de hacer oración, se sentaron dialogando unos con otros sobre las grandes obras de Dios y los milagros que había realizado. Mientras dialogaban, se presentó el apóstol Juan, llamó a la puerta de María, abrió y entró. Cuando María lo vio, se turbó en su espíritu, gimió, se echó a llorar y dijo a grandes gritos: Juan, hijo mío, no olvides lo que te recomendó tu maestro sobre mí cuando le IIoré junto a la cruz diciendo: «Te vas, hijo mío., y ¿con quién me dejas? ¿Con quién habitaré?». Y me dijo cuando tú estabas presente y lo oías: «Juan es el que te cuidará». Ahora bien, hijo mío, no te olvides de lo que te han encargado sobre mí, y recuerda pie a ti te amó más que a los demás apóstoles. Recuerda que te recostaste sobre su pecho solo tú. Recuerda que a ti solo reveló el misterio cuando estabas recostado sobre su pecho, misterio que nadie ha conocido nada más que yo y tú, porque tú eres el virgen y el elegido. A mí no quiso entristecerme porque vine a ser su morada. Pues le dije: «Dime qué es lo que has dicho a Juan». Él te dio la orden, y tú me la comunicaste. Ahora, pues, Juan, hijo mío, no me abandones».
2Mientras María decía estas cosas, lloraba silenciosamente. Juan no pudo aguantar, sino que se turbó su espíritu y no entendió lo que le decía. Pues no reconoció que salía del cuerpo. Por eso le dijo entonces: «María, madre del Señor, ¿qué quieres que le haga? Pues te he dejado incluso a mi criado para que te sirva los alimentos. No quieras que yo traspase el mandamiento que me encomendó mi Señor diciendo: «Recorre el inundo entero hasta que el pecado desaparezca». Cuéntame, pues, ahora el dolor de tu alma. ¿Qué es lo que necesitas?». Le responde María: «Juan, hijo mío, no necesito nada de las cosas de este mundo, pero puesto que pasado mañana voy a salir del cuerpo, te ruego que me hagas un acto de humanidad: que pongas en lugar seguro mi cuerpo y lo deposites solo en un sepulcro. Haz guardia con tus hermanos los apóstoles por causa de los sacerdotes. Pues con mis propios oídos les he oído decir: «Si encontramos su cuerpo, le prenderemos fuego, porque de ella nació aquel impostor»».
3Cuando Juan la oyó decir que iba a salir del cuerpo, cayó de rodillas y lloró, diciendo: «Oh Señor, ¿quiénes somos nosotros, que nos has manifestado estas tribulaciones? Pues todavía no hemos olvidado las primeras y tenemos ya que aguantar otra tribulación. ¿Por qué no salgo yo de mi cuerpo para que me protejas, oh María?».
4Cuando María oyó que Juan decía estas cosas llorando, rogó a los presentes que guardaran silencio, pues también ellos estaban llorando. Y asió fuertemente a Juan, diciendo: «Hijo, sé magnánimo conmigo y cesa de llorar». Entonces Juan se levantó y enjugó sus lágrimas. María le dijo: «Sal conmigo y suplica a la multitud que canten salmos hasta que deje de hablar contigo». Mientras ellos salmodiaban, introdujo a Juan en su propia habitación y le mostró su mortaja y todos los preparativos para su cuerpo, diciendo: «Juan, hijo mío, sabes que no poseo nada sobre la tierra sino la mortaja y (k túnicas. Aquí hay dos viudas; cuando yo salga del cuerpo, dales una a cada una A continuación lo llevó al lugar donde estaba la palma que el ángel le había dado, y le dijo: «Juan, hijo mío, toma esta palma para que la lleves delante de mi féretro, pues esto es lo que se me ha dicho». Él le contestó: «No puedo tomarla al margen de mis compañeros los apóstoles, sin que ellos estén presentes aquí, no sea que cuando vengan, surjan entre nosotros riñas y pendencias. Pues hay uno mayor que yo, establecido como jefe sobre nosotros (una interpelación añade: “Pedro, que fue establecido como el primero entre nosotros por el mismo Señor). Pero si llegamos a reunirnos, reinará la buena voluntad».
Llegan los demás apóstoles
7 1A1 mismo tiempo en que salían ellos de la habitación, se produjo un trueno tan grande que todos los que estaban en aquel lugar se quedaron turbados. Después del ruido del trueno, bajaron de las nubes los apóstoles a la puerta de María. Eran once, cada uno de los cuales venía sentado sobre una nube: el primero, Pedro; el segundo, Pablo, trasladado también él por una nube y añadido al número de los apóstoles, pues había alcanzado el principio de la fe por Cristo. Además de estos, también los demás apóstoles fueron transportados en nubes hasta la puerta de María. Se saludaron unos a otros mirándose mutuamente y admirados de que se hubieran reunido en el mismo lugar. Dijo Pedro: «Hermanos, oremos a Dios que nos ha congregado, y especialmente por estar con nosotros el hermano Pablo». Una vez que Pedro dijo estas palabras, se pusieron en oración y dijeron a una sola voz: «Roguemos para que se nos dé a conocer por qué Dios nos ha congregado». Entonces cada uno hizo una reverencia al otro para que orase.
2Pedro, pues, dijo a Pablo: «Hermano Pablo, ora antes que yo, porque me he regocijado con una alegría inenarrable, pues has llegado a la fe de Cristo». Replicó Pablo: «Perdóname, padre mío Pedro, porque soy un neófito y no soy apto para seguir las huellas de vuestros pies. ¿Cómo voy a poder orar antes que tú? Pues tú eres la columna de luz, y todos los hermanos presentes son mejores que yo. Tú, pues, padre, ruega por mí y por todos para que la gracia del Señor permanezca con nosotros».
3Entonces se alegraron los apóstoles con la humildad de Pablo, y dijeron: «Padre Pedro, tú has sido establecido como nuestro jefe; ora tú antes que nosotros». Entonces Pedro oró, diciendo: «Dios nuestro padre y el Señor Jesucristo os glorificarán del mismo modo que es glorificado el ministerio que se me ha encomendado, pues yo soy el menor de los hermanos y siervo. Así como yo fui elegido, así también lo fuisteis vosotros, y una sola es la vocación por la que todos fuimos llamados. En consecuencia, todo aquel que glorifica al otro, glorifica a Jesús y no a un hombre. Pues este es el mandamiento del Maestro: que nos amemos los unos a los otros».
4Entonces Pedro, extendiendo las manos, dio gracias, diciendo: «Señor omnipotente, que estás sentado por encima de los querubines en las alturas (2 Re 19, 15 hebreo) y miras las cosas de abajo (Sal 113, 6), que habitas una luz inaccesible (2 Tim 6, 16), tú que resuelves las dificultades (Dn 5, 12), tú revelas los tesoros ocultos (Is 45, 3), tú que sembraste en nosotros tu bondad. ¿Pues quién de los dioses es tan clemente como tú? No has apartado de nosotros tu benevolencia, pues salvas de los males a todos los que esperan en ti, tú que vives y has vencido a la muerte desde ahora y por los siglos de los siglos. Amén. Y de nuevo saludó a los demás.
Encuentro con Juan
8 1Enseguida llegó Juan en medio de ellos, diciendo: «Bendecidme todos también a mí. Entonces lo saludaron también cada uno por orden. Después del saludo, le dijo Pedro: “Juan, el amado del Señor, ¿cómo has venido hasta aquí y cuántos días puedes estar?” Juan respondió: «Sucedió que, cuando yo estaba en la ciudad de Sardes enseñando hasta la hora de nona, descendió una nube en el lugar donde estábamos reunidos, y me arrebató delante de todos los que estaban conmigo y me trajo hasta aquí. Llamé a la puerta, me abrieron y encontré una multitud alrededor de nuestra madre María, y ella me dijo: «Estoy para salir del cuerpo». Yo no aguanté en medio de los que estaban a su alrededor, sino que el llanto me agobió. Ahora, pues, hermanos, si entráis de madrugada adonde está ella, no lloréis ni os conmováis no sea que al vernos llorar los que están junto a ella duden acerca de la resurrección y digan que «ellos también tuvieron miedo de la muerte». Animémonos, pues, a nosotros mismos con las palabras de nuestro buen Maestro».
2Entonces los apóstoles, entrando de madrugada en la casa de María, dijeron a una sola voz: «Dichosa María, la madre de todos los salvados, la gracia sea contigo». María les preguntó: « ¿Cómo habéis entrado hasta aquí o quién os ha anunciado que voy a salir del cuerpo? ¿Y cómo es que os habéis congregado aquí? Pues os veo reunidos y me alegro». Cada uno dijo el país desde el que había sido transportado, y que arrebatados por nubes se habían congregado allí. Entonces la glorificaron todos, diciendo: «Que te bendiga el Señor, Salvador de todos». María se regocijó en el espíritu y dijo: ..Te bendigo a ti, que proporcionas a todos las bendiciones; bendigo la morada de tu gloria; te bendigo a ti, dador de la luz, que te hiciste huésped de mi vientre; bendigo todas las obras de tus manos, que te obedecen con toda sumisión; te bendigo a ti que nos has bendecido; bendigo las palabras de vida que salen de tu boca y que en verdad nos has entregado. Pues creo que todo lo que has dicho se está realizando en mí. Pues dijiste: «Enviaré a todos los apóstoles hasta ti cuando vayas a salir del cuerpo». Y he aquí que se han reunido, y yo estoy en medio de ellos, lo mismo que una vid fecunda, como cuando estaba contigo. Te bendigo con toda bendición; que se cumplan, pues, también las demás cosas que me prometiste. Pues me dijiste: «Tienes que verme cuando salgas del cuerpo».
3Dichas estas cosas, llamó a Pedro y a todos los apóstoles, los introdujo en su habitación y les mostró su mortaja. A continuación, salió y se sentó en medio de todos con las lámparas encendidas. Pues no las habían dejado apagarse, según les había mandado María.
Palabras de Pedro a los apóstoles y a las vírgenes
9 1Cuando se puso el sol el lunes, cuando estaba para salir del cuerpo, dijo Pedro a todos los apóstoles: «Hermanos, el que tenga palabras para enseñar que las diga, exhortando al pueblo durante la noche entera». Y los apóstoles le dijeron: «<:,Quién hay delante de ti? Nos alegraremos especialmente si podemos escuchar tu enseñanza».
2Entonces Pedro empezó decir: «Hermanos y todos los que habéis venido a este lugar en esta hora de la partida de nuestra madre María, los que habéis encendido las lámparas que aparecen con el fuego de esta tierra visible, habéis hecho bien. Pero yo quiero también que cada uno reciba su lámpara inmaterial en el siglo interminable. Ella es la lámpara del hombre interior, la de tres pabilos, es decir, cuerpo, alma y espíritu. Pues si lucen estos tres con el fuego verdadero por el que lucháis, no os sentiréis avergonzados cuando entréis a la boda para descansar con el Esposo. Así ocurre con nuestra madre María. Pues la luz de su lámpara ha llenado la tierra y no se apagará hasta la consumación del mundo, para que todos los que quieran ser salvados reciban confianza por ella. Pues no penséis que la muerte de María es realmente muerte. No es muerte, sino vida eterna, porque la muerte de los justos es una gloria a los ojos de Dios (Sal 116, 15). Esta es la gloria, y la muerte segunda no podrá causarles molestia».
3Mientras Pedro hablaba todavía, brilló una gran luz en la casa en medio de todos, de modo que se oscureció la luz de sus lámparas. Y se oyó una voz que decía: «Pedro, háblales con conocimiento las cosas que pueden comprender. Pues el mejor médico cura según las dolencias de los enfermos, y la nodriza aplica sus cuidados de acuerdo con la edad del niño». Pedro, pues, levantó su voz, diciendo: «Te bendecimos, oh Cristo, timón de nuestras almas».
10 1Entonces Pedro dijo a las vírgenes que estaban allí: «Escuchad vuestra gracia, V vuestra gloria y vuestro honor. Pues dichosos todos los que guardan el perfil de su dignidad. Escuchad y aprended lo que nos dijo nuestro Maestro.: «Semejante es el reino de los cielos a unas vírgenes» (Mt 25, 1). No dijo: «Es semejante a muchos tiempos”, porque los tiempos pasan, pero el nombre de la virginidad no pasará. No lo comparó con un hombre rico, porque las riquezas disminuyen, pero el nombre de la virginidad permanece. Por esta razón creo que seréis apreciadas. Por eso, comparó el reino de los cielos con vosotras, porque vivís libres de preocupaciones. Porque cuando muerte es enviada a vosotros, no decís: «¡Ay de nosotras! ¿Adónde marchamos, dejando a nuestros desgraciados niños, nuestras grandes riquezas, nuestros campos sembrados o nuestras grandes posesiones?». Pues no os preocupáis de ninguna de estas cosas. No tenéis otra preocupación si no es lo que se refiere a vuestra virginidad. Cuando la muerte es enviada a vosotros, se os encuentra preparadas sin que os falte de nada. Y para que sepáis que no hay nada más importante que el nombre de vuestra virtud y que nada hay más pesado que las cosas de este mundo, considerad también esto:
2«Había en una ciudad un hombre rico con toda clase de posesiones. Tenía casualmente criados. Sucedió que dos de esos criados faltaron contra él al no obedecer a sus órdenes. Se encolerizó su señor y los desterró a un país lejano durante un tiempo con la intención de volverlos a llamar después. Uno de los criados desterrados se edificó una casa, sembró una viña, construyó una tahona y adquirió otras grandes propiedades. El otro siervo, si conseguía algo con su trabajo, lo invertía en oro. Y llamando a un orfebre, hizo una corona y dijo al orfebre: «Yo soy un siervo, que tengo un amo y a su hijo. Modela su figura en la corona de oro». El orfebre realizó su obra de arte y dijo al siervo: «Levántate y ponte la corona sobre la cabeza». Pero el siervo dijo: «Toma tu salario, pues yo tengo el momento apropiado para llevar la corona». Entonces el orfebre comprendió lo que había dicho el siervo, y se marchó a su casa.
3»Después de estos sucesos, se acercó el día del regreso. Y el amo les envió cierto mensajero severo advirtiéndoles: «Si dentro de siete días no me los presentas, correrás grave peligro». Entonces marchó el emisario con gran diligencia. Cuando llegó a aquel país, encontró a los criados que vivían de noche como de día. Tomando al que había adquirido la casa, la viña y las demás propiedades, le dijo: «Vamos, que tu amo me ha enviado a buscarte». Pareció que aceptaba, diciendo: «Vamos». Pero después le dice: “Ten paciencia conmigo hasta que venda todas las posesiones que aquí he adquirido». Entonces el empleado le contestó: «No puedo tener paciencia, pues dispongo solamente de siete días de plazo, y como tengo miedo de su amenaza, no puedo tardar». Entonces el siervo se echó a llorar, diciendo: «¡Ay de mí! Porque me han encontrado desprevenido». Le replicó el empleado: «Siervo pésimo, ¿no conocías tu condición de esclavo y que estabas desterrado, y que cuando tu amo quisiera mandaría a buscarte? ¿Por qué has plantado viñas, de las que no puedes llevarte nada, por lo que has sido hallado desprevenido? Antes de que yo llegara hasta ti, debías haberte preparado». Entonces el siervo se echó a llorar y dijo: «¡Ay de mí! Pues yo pensaba que estaba desterrado para siempre y que mi amo no me había de reclamar. Por eso me hice con todas estas propiedades en este país». Entonces el empleado se lo llevó sin que pudiera llevarse nada consigo.
4»Cuando el otro siervo oyó que había venido un enviado en su busca, se levantó, tomó la corona y, dirigiéndose al camino por donde había de pasar el empleado, se puso a esperar. Cuando llegó, le dijo: «Mi amo te ha enviado a buscarme; vamos juntos con alegría, pues nada me lo impide, y hasta lo que tengo es ligero. Pues no tengo ninguna otra cosa sino esta corona de oro. La mandé preparar esperando cada día y deseando que mi señor me fuera propicio, que mi amo enviara a buscarme y me sacara de este destierro, no fuera que otros me cobraran envidia y me quitaran la corona. Ahora, pues, he logrado mi deseo. Levantémonos, pues, y vámonos».
5»Entonces los dos siervos se pusieron en camino con el empleado. Y cuando su amo los vio, dijo al que nada llevaba: «¿Dónde está el producto del trabajo de tanto tiempo de tu destierro?». El siervo respondió: «Señor, has enviado para buscarme a un soldado exigente; yo le rogué que me permitiera vender mis propiedades para tomar el producto en mis manos. Pero me dijo que no podía». Entonces le dijo su amo: «Siervo malo, ¿es que te acordaste de hacer la venta justo cuando envié a buscarte? ¿Por qué no te fijaste en el destierro y no pensaste que aquellas propiedades no significaban nada para ti?». Y montando en cólera, ordenó que atado de pies y manos fuera arrojado a otros lugares más indignos.
6»Llamó luego al que llevaba la corona y le dijo: «Bien, siervo bueno y fiel, deseaste la libertad como lo demuestra la corona que hiciste, pues la corona es cosa de hombres libres. Y no te atreviste a llevarla sin la licencia de tu señor. Pues no puede un siervo conseguir la libertad sino de manos de su propio señor. Ya que has deseado la libertad, recíbela de mis manos». Entonces quedó libertado y puesto al frente de muchas cosas».
11 1Después de que Pedro dijo estas cosas a las vírgenes que estaban alrededor de María, vuelto a la multitud, dijo: «Escuchemos también nosotros, hermanos, lo que nos va a suceder. Pues realmente nosotros somos las vírgenes del esposo verdadero, del Hijo de Dios y Padre de toda criatura, es decir, del género humano, con el que encolerizado Dios desde el principio, expulsó a Adán a este mundo. Por lo tanto, habitamos en el mundo como por su indignación y como en un destierro, pero no podemos permanecer en él a perpetuidad. Porque a cada uno le llega su día y será trasladado al lugar donde están nuestros padres y antepasados, donde están Abrahán, Isaac y Jacob. Llegado el final de cada uno, es enviado contra ellos el fuerte servidor, es decir, la muerte.
2»Y cuando llega a buscar el alma del pecador que está enfermo y que ha acumulado sobre sí muchos pecados y maldades, le provoca grandes molestias. Entonces el pecador le suplica, diciendo: «Ten paciencia conmigo solamente esta vez hasta que arranque los pecados que he sembrado en mi cuerpo». Pero la muerte no le hace ni caso. Pues ¿cómo va a condescender, si ya se ha cumplido su plazo? Por tanto, al no tener nada de lo que es justo, es trasladado al lugar del tormento. Pero aquel que hace obras de justicia se alegra, diciendo: «Nada me retiene, pues no tengo otra cosa que llevar en este momento si no es el nombre de virginidad». Le suplica, pues, diciendo: «No me abandones en esta tierra para que algunos no me odien y me quiten el nombre de mi virginidad». Entonces sale el alma y es trasportada con himnos hasta el esposo inmortal. Y la depositan en el lugar del descanso. Ahora, pues, hermanos, luchad, sabiendo que no permanecemos aquí por los siglos».
El tránsito de María
12 Mientras Pedro decía estas cosas y hasta el alba confortaba a las turbas, salió el sol. Levantándose María, salió fuera, alzó sus manos y oraba al Señor. Después de la oración, entró y se tendió sobre el lecho. Pedro estaba sentado junto a su cabecera, y Juan a los pies; los demás apóstoles estaban alrededor de la cama. Hacia la hora de tercia se produjo un gran trueno proveniente del cielo y un olor de perfume tan agradable que todos los presentes quedaron sumidos en el sueño, excepto los apóstoles solamente y tres vírgenes, a quienes el Señor conservó en vela para que fueran testigos funeral de María y de su gloria. Y he aquí que el Señor se presenta sobre las nubes con una multitud innumerable de ángeles. Entró el mismo Jesús con Miguel en la cámara donde se encontraba María mientas entonaban himnos los ángeles y los que estaban alrededor de la cámara. Tan pronto como entró el Salvador, encontró a los apóstoles alrededor de María y los saludó a todos. Después saludó a su madre. Y abriendo María su boca, pronuncio una bendición, diciendo: «Yo te bendigo, porque no me has defraudado en lo que me prometiste. Pues me prometiste repetidas veces que no permitirías que los ángeles vinieran a buscar mi alma, sino que vendrías tú por ella. Y en mí ha cumplido todo según tu palabra. ¿Quién soy yo, pobre de mí, que he sido hallada digna de tan grande gloria?». Al decir estas cosas, cumplió su destino mientras su rostro sonreía al Señor. Y el Señor, tomando su alma, la depositó en las manos de Miguel después de envolverla en una especie de velos, cuya gloria no es posible describir.
2Nosotros, los apóstoles, vimos cómo el alma de María era entregada en las manos de Miguel, cubierta con todos los miembros humanos, excepto solamente la forma de hembra o de varón. Sin que hubiera en ella otra cosa que la semejanza del cuerpo completo y una blancura siete veces mayor que la del sol. Pedro, lleno de alegría, preguntó al Señor, diciendo: «¿De cuál de nosotros es tan blanca el alma como la de María?». El Señor le contestó: «Pedro, las almas de todos los que nacen en este mundo son semejantes. Pero cuando salen del cuerpo no se encuentran tan blancas, porque de una manera son enviadas y de otra son halladas. Y es que amaron la oscuridad de muchos pecados. Pero si uno se guarda de las maldades de la oscuridad de este mundo y sale así del cuerpo, su alma se encuentra así con semejante blancura». Después dijo de nuevo el Salvador a Pedro: «Asegura con cuidado el cuerpo de María, mi morada. Sal por la izquierda de la ciudad y encontrarás un sepulcro nuevo. Deposita el cuerpo en él y esperad allí como se os ha ordenado».
13Mientras el Salvador decía estas cosas, gritó también el cuerpo de la santa madre de Dios, diciendo: «Acuérdate de mí, rey de la gloria, acuérdate de mí, porque soy hechura tuya; acuérdate de mí, porque guardé el tesoro que me fue encomendado». Entonces Jesús dijo al cuerpo de María: «No te abandonaré, tesoro de mi margarita; no abandonaré a ti, que fuiste hallada guardiana fiel del depósito que te había sido encomendado. Lejos de mí el que yo te abandone, arca que gobernaste a tu propio gobernador; lejos de mí el que yo te abandone, tesoro sellado, hasta que seas buscado». Dicho esto, desapareció el Salvador.
Honras fúnebres
13 1Pedro, los demás apóstoles y las tres vírgenes tributaron los honores fúnebres al cuerpo de María y lo depositaron sobre el féretro. A continuación se levantaron los que se habían quedado dormidos. Pedro trajo la palma y dijo a Juan: «Tú eres el virgen; y tú eres el que debes ir cantando himnos delante del féretro con la palma en la mano». Juan le replicó: «Tú eres nuestro padre y obispo, y debes ir delante del lecho hasta que lo llevemos a su lugar». Pedro repuso: «Para que nadie de nosotros se entristezca, coronemos el féretro con la palma».
2Levantándose los apóstoles, transportaron el féretro de María. Y Pedro cantó un himno, diciendo: «Salió Israel de Egipto (Sal 114, 1). Aleluya». El Señor y los ángeles caminaban sobre las nubes cantando himnos y alabanzas sin ser vistos. Solo se oía la voz de los ángeles. Pero se esparció por toda Jerusalén una voz como de una numerosa multitud. Cuando los sumos sacerdotes oyeron el tumulto y el canto de los himnos, se turbaron y dijeron: «¿Qué significa este tumulto?». Pero uno les explicó que María había salido del cuerpo y que los apóstoles iban a su alrededor cantando himnos. Al punto, Satanás entró en ellos y, llenos de ira, dijeron: «Venid, salgamos fuera, matemos a los apóstoles y quememos el cuerpo que gestó a aquel mago». En efecto, se levantaron y salieron con espadas y otras armas con intención de darles muerte. Pero enseguida los ángeles que estaban sobre las nubes los hirieron de ceguera. Los sacerdotes, al no ver adónde se dirigían, tropezaban de cabeza con las paredes, excepto solamente un sacerdote que había salido para ver lo que sucedía. Ahora bien, cuando se acercó a los apóstoles y vio el féretro con la corona y a los apóstoles cantando himnos, dijo lleno de gran cólera: «He aquí la morada del que ha arruinado a nuestra nación, qué gloria tan terrible recibe». Y se lanzó con gran furia sobre el féretro. Como lo quiso derribar, se agarró de él donde estaba la palma y, tirando fuertemente, intentaba derribarlo todo a tierra. Pero de pronto sus manos quedaron pegadas al féretro, se separaron de los codos y quedaron colgando.
3Entonces aquel hombre se echó a llorar en presencia de todos los apóstoles y les rogaba, diciendo: «No me abandonéis ahora que estoy en tan grande necesidad». Pedro le dijo entonces: «El poder de ayudarte no es cosa mía ni de ninguno de estos. Pero si crees que Jesús es el Hijo de Dios, contra el que conspirasteis, al que prendisteis y diste muerte, quedarás libre de esta prueba». Replicó aquel hombre: «¿Es que acaso sabíamos que era Hijo de Dios? Pero ¿qué podíamos hacer si teníamos los ojos oscurecidos por la codicia? Pues nuestros padres, estando para morir, nos llamaron y nos dijeron: Hijos, he aquí que Dios os ha elegido de entre todas las tribus para que estéis revestidos de poder delante de este pueblo y no trabajéis con la materia de esta tierra. Esta es vuestra tarea: que edifiquéis a este pueblo y recibáis de todo el pueblo diezmos y primicias, y todo primogénito que abra la matriz. Pero estad vigilantes, hijos, no sea que por vosotros el país adquiera una abundancia desmedida y, sublevándoos, hagáis negocio en provecho vuestro y exasperéis a Dios. Más bien repartid lo que os sobra entre pobres, los huérfanos y las viudas, y no descuidéis al alma atribulada. Pues nosotros no escuchamos las tradiciones de nuestros padres, sino que viendo que el país gozaba de gran abundancia, pusimos los primogénitos de las ovejas, de los bueyes y de toda clase de ganado como negocio para vendedores y compradores. Pero vino el Hijo de Dios y arrojó a todos de aquel lugar, y también a los cambistas, diciendo: «Quitad estas cosas de este lugar y no convirtáis la casa de mi Padre en centro comercial» (Jn 2, 16). Pero nosotros, volviendo la mirada hacia nuestras costumbres abolidas por él, proyectamos maldades en nuestro interior, nos alzamos contra él y le dimos muerte, aunque sabíamos que realmente era Hijo de Dios. Ahora bien, no guardéis memoria de nuestra maldad, sino tened indulgencia conmigo. Porque esto me sucedió para que viva por ser amado de Dios».
4Entonces Pedro hizo depositar en tierra el féretro y dijo al pontífice: «Si crees ahora de todo corazón, vete y besa dulcemente el cuerpo de María, diciendo: «Creo en ti y en el Dios nacido de ti»». Entonces el pontífice bendijo a santa María en el idioma de los hebreos durante tres horas y no permitió que nadie la tocara. Aducía testimonios de los santos libros de Moisés y de los demás profetas en el sentido de que estaba escrito sobre ella que se convertiría en el templo del Dios de la gloria. De tal modo que los oyentes se admiraban de tales tradiciones que nunca habían oído.
5Pedro le dijo: «Vete y une tus manos la una con la otra». Y las unió, diciendo: «En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, el hijo de María, la madre de Dios, que se unan mis manos una con otra». Enseguida quedaron como eran desde el principio sin que nada les faltara. Pedro añadió: «Levántate, toma un retoño de la palma y entra en la ciudad; hallarás una multitud de ciegos que no encuentran el camino para salir, y cuéntales lo que te ha sucedido. Al que crea le impones el retoño sobre sus ojos, y al punto recobrará la vista».
6Marchó el pontífice como Pedro le había ordenado, y encontró a muchos ciegos, —eran aquellos a quienes los ángeles habían herido de ceguera—, que lloraban diciendo: «¡Ay de nosotros!, porque lo que ocurrió en Sodoma nos ha sucedido también a nosotros». —Pues, en primer lugar, Dios los hirió de ceguera, y luego hizo venir fuego del cielo que los abrasó—. «¡Ay de nosotros! He aquí que estamos lisiados, y ahora viene también el fuego». Entonces aquel hombre les habló sobre la fe. El que creyó cobró la vista; el que no creyó no la recobró, sino que permaneció ciego.
Sepultura y sepulcro vacío
14 1Los apóstoles transportaron el precioso cuerpo de la gloriosísima señora nuestra, madre de Dios, siempre virgen María, y lo depositaron en un sepulcro nuevo, donde el Salvador les había indicado. Permanecieron en él todos juntos haciendo guardia durante tres días. Después del tercer día, al abrir el ataúd para venerar la preciosa morada corporal de la que merece ser celebrada con himnos, solamente encontramos los lienzos, pues había sido trasladada por Cristo Dios, que en ella se había encarnado, a la eterna heredad. Este mismo Señor nuestro Jesucristo, el que ha glorificado a su inmaculada madre y madre de Dios, María, glorificará a los que la glorifiquen, salvará de todo peligro a los que invoquen anualmente su memoria y llenará de bienes sus casas, como hizo con la casa de Onesíforo. Recibirán el perdón de los pecados no solo aquí sino en el siglo futuro. Porque la designó como trono suyo sobre la tierra, trono digno de querubines y cielo terrenal, esperanza, refugio y confianza de nuestra raza.
Epílogo
15 1Celebrando así místicamente la fiesta de su divina dormición, encontremos misericordia y gracia en el siglo presente y en el futuro por la gracia y la benevolencia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder con su Padre increado y el santísimo y vivificante Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Versión latina de los sucesos finales de la tradición según la versión del Pseudo Melitón
De repente llegó el Señor Jesús con un ejército innumerable de ángeles en medio de un resplandor de gran claridad, y dijo a los apóstoles: «La paz sea con vosotros»… Entonces Pedro y los demás apóstoles dijeron: «Señor, elegiste a esta esclava tuya para que fuera tu inmaculada morada… Nos ha parecido a nosotros, tus siervos, que también era lo correcto que, como tú, vencida la muerte, reinas en la gloria, así resucitando el cuerpo de tu Madre, tú te la llevaras contigo al cielo llena de alegría». Entonces el Salvador dijo: «Que se haga según vuestra palabra». Y ordenó al arcángel Miguel que se llevara el alma de santa María. Y he aquí que de repente el arcángel Miguel corrió la piedra de la entrada del sepulcro, y dijo el Señor: «Levántate, amiga mía, pariente mía, tú que no sufriste la corrupción por contacto de varón, no padecerás la disolución del cuerpo en el sepulcro». Enseguida se levantó María de la tumba y bendecía al Señor; Postrándose a los pies del Señor, lo adoraba, diciendo: «Yo no puedo darte las gracias dignamente por los favores que te dignaste conceder a tu esclava. Que tu nombre, Redentor del mundo, Dios de Israel, sea bendito por los siglos». El Señor, después se retiró, y la entregó a los ángeles para que la llevaran al paraíso. Dijo entonces a los apóstoles: «Acercaos a mí». Cuando se acercaron, los besó y les dijo: «La paz sea con vosotros, porque yo estoy siempre con vosotros hasta la consumación del mundo». Tan pronto como dijo esto el Señor, elevado en una nube, fue llevado al cielo. Con el iban los ángeles transportando a la beatísima María, madre de Dios, hasta el paraíso de Dios. En cuanto a los apóstoles, fueron tomados en nubes y regresaron cada uno al lugar de su predicación.
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