3.1.-VERSIÓN LATINA CASANATENSE DEL EVANGELIO DE BARTOLOMÉ

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Estatua de San Bartolomé- Milán

32bis (latín). «Etalfatha está sobre el Aquilón. Portan varas de fuego y teas encendidas para calentar librando del frío a fin de que no se seque la tierra y perezca el mundo.

33-34»Cedor está sobre el Austro, para que el sol no conmueva a la tierra actuando desde la aurora. Porque Lenevior templa el calor del sol para que no queme a la tierra. Él apaga la llama que sale de su boca.

35»Hay también otro ángel que está sobre el mar y quiebra la fuerza de las olas.

36»Las demás cosas no te las manifiesto».

37El apóstol Bartolomé le dice: «Dime, malhechor y embustero, ladrón desde el principio y lleno de amargura, astucia, envidia y engaño, vieja serpiente sutilísima, lobo rapaz, ¿cómo es que persuades a las almas de los hombres para que se aparten del Dios vivo, creador del universo, el que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos se contiene? Porque tú siempre eres enemigo del género humano».

40Y dijo el Anticristo: «Te lo voy a decir. Una rueda sube del abismo y tiene siete cuchillos de fuego. El primer cuchillo tiene doce canales».

41Bartolomé preguntó: «¿,Quiénes tienen los cuchillos?».

42El Anticristo respondió: «En el canal de fuego que está en el primer cuchillo es donde son arrojados los aficionados al sortilegio, los adivinos, los que practican el encantamiento y los que en ellos creen o los buscan, porque por la maldad de su corazón

43Bartolomé le dice: «Dime, diablo embustero y no veraz, ¿haces estas cosas por ti mismo, por tus servidores o incluso por tus semejantes?».

44Respondió el Anticristo, diciendo: «¡Ojalá hubiera yo podido salir y hacer estas cosas por mí mismo! En tres días arruinaría a todo el mundo. Pero ni yo puedo salir ni otro alguno de los que conmigo fueron arrojados. Tenemos, no obstante, a otros servidores inútiles, más débiles, que por su parte convierten en colegas a otros servidores. A ellos les hemos dado órdenes y los hemos vestido con nuestro ropaje y los hemos enviado de caza Inca que cacen para nosotros las almas de los hombres con mucha dulzura, adulándolos para que sigan la embriaguez, la avaricia, la blasfemia, el homicidio, el hurto, la fornicación, para que se conviertan a la herejía, den culto a los ídolos, se aparten de la Iglesia, menosprecien la cruz del crucificado, den falso testimonio y aprueben lo que Dios odia y nosotros hacemos. A algunos los arrojamos al fuego, a otros los tiramos desde los árboles, otros les rompemos los pies o las manos, a otros les sacamos los ojos. Realizamos estas y otras muchas cosas. Les ofrecemos oro o plata y todo lo que el mundo puede desear, y a los que no podemos hacerlos pecar despiertos, hacemos que pequen en sueños […].

45»Te diré también los nombres de los ángeles de Dios que son nuestros enemigos. Uno de ellos se llama Mermeoth, el que gobierna las tempestades. Mis ministros lo conjuran, y él los despide para que habiten donde quieran, pero se consumen por volver. Otros son los cincuenta ángeles que están al cuidado de los rayos. Y cuando algunos espíritus quieren salir de entre nosotros por mar o por tierra, estos ángeles envían contra ellos desde las nubes ataques de piedra, el fuego nos abrasa y se quiebran las rocas y los árboles. Cuando logran encontrarnos, nos persiguen según el mandato de aquel a quien asisten, el que a mí me encadenó. Siguiendo sus órdenes, tú tienes dominio sobre mí; y lo que nunca pensé decir, ahora hasta manifiesto mis secretos muy a pesar mío».

Y de nuevo le dice el apóstol Bartolomé: «¿Qué has hecho y qué estás haciendo? Explícamelo». Satanás le contestó: «Yo había decidido no manifestarte todo mi secreto, pero por aquel que lo reside todo, cuya cruz me ha comprometido, no puedo ocultarte nada» […]

52Admirado de la audacia del enemigo y confiando en el poder del Salvador, respondió Bartolomé diciendo a Satanás: «Confiesa, demonio inmundísimo, por qué motivo fuiste arrojado de lo alto de los cielos, porque me juraste que lo manifestarías todo».

53Respondió el diablo y dijo: «Cuando Dios hizo a imagen suya a Adán, el padre de los hombres, ordenó a los cuatro ángeles que trajeran tierra de los cuatro ángulos de la tierra, y agua de los cuatro ríos del paraíso. Yo estaba entonces en el mundo, cuando en los cuatro ángulos de la tierra donde yo nunca estuve, el hombre se convirtió en alma viviente. Y Dios lo bendijo porque era su propia imagen. Después se postraron ante él Miguel, Gabriel y Uriel.

54»Cuando volví de nuevo al mundo, me dijo el arcángel Miguel: «Adora la figura que ha hecho Dios según su voluntad». Pero yo vi que había sido hecha de barro de la tierra. Y yo fui formado antes y con fuego y agua. «Yo no adoro al barro de la tierra».

55»De nuevo me dijo Miguel: «Adóralo, no sea que el Señor se irrite contra ti». Pero yo le dije: «El Señor no se irrita contra mí, sino que yo pondré mi trono frente a su trono». Entonces se irritó el Señor contra mí, mandó abrir las esclusas del cielo y me arrojó a la tierra.

56»Y después de que yo fui arrojado, preguntó el Señor a los restantes ángeles que estaban bajo mi poder si querían adorar las obras creadas por sus manos. Pero ellos le dijeron: «Como hemos visto que nuestro superior no adoraba, tampoco nosotros adoraremos a uno que es inferior a nosotros». Entonces fueron también ellos arrojados a la tierra conmigo.

57»Y nos quedamos dormidos durante cuarenta años. Cuando desperté, observé quiénes estaban dormidos debajo de mí.

58»Los desperté según mi voluntad, y deliberé con ellos cómo podría convencer al hombre por cuyo motivo yo fui arrojado de los cielos.

59»Tomado consejo, comprendí cómo podría seducirlo. Tomé unas hojas de higuera en las manos, enjugué el sudor de mi pecho y de mis axilas y las arrojé a la corriente de las aguas. Al beber Eva el agua, descubrió el deseo de la carne, y ella se lo ofreció a su marido. A ambos les pareció más bien algo dulce, pero aunque el sabor era amargo, no se dieron cuenta por la prevaricación que habían cometido. Ahora bien, si ellos no hubieran bebido de aquella agua, nunca hubiera yo podido convencerlos, ni hubiera sido capaz de prevalecer sobre ellos de otra manera sino con esta» […].

60El apóstol Bartolomé dijo en oración: «Señor Jesucristo, ordénale que entre en el infierno, pues este diablo es atrevido contra mí». El Señor Jesucristo dijo a Satán: «Vete, desciende al abismo y quédate allí hasta mi venida». E inmediatamente desapareció el diablo.

61Entonces Bartolomé, cayendo de hinojos a los pies de nuestro Señor Jesucristo, empezó a decir entre lágrimas: «¡Abbá! ¡Padre! Tú, que permaneces como el único y glorioso Verbo del Padre, por quien todo fue hecho; tú, a quien apenas pueden abarcar los siete cielos, a quien agradó habitar en el seno de una virgen; a quien una virgen gestó y dio a luz sin dolor. Tú, Señor, elegiste a la que llamaste verdadera madre, reina y esclava. Ahora bien, Madre, porque por ella te dignaste descender y de ella tomaste carne. Reina, porque la nombraste reina de las vírgenes.

62”Tú, que fuiste coronado de espinas para procurarnos a los pecadores arrepentidos preciosa corona del cielo; que fuiste colgado de una cruz y recibiste como bebida hiel y vinagre para darnos a nosotros a beber el vino de la contrición; que te hiciste traspasar el costado con la lanza para saciarnos con tu cuerpo y con tu sangre.

63»Tú, que diste nombre a los cuatro ríos, los cuales obedecen a tu mandato y son diligentes en tu servicio. El primer río es el Philósophon, por la unidad de la Iglesia y las creencias que se han manifestado en el mundo. El segundo es el río Geón, porque (el nombre] fue formado de la tierra o también por los dos testamentos. El tercero es el rio Tigris, porque se nos ha manifestado en los cielos la sempiterna Trinidad a nosotros, los que creemos en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, que es un solo Dios, por quien han sido hechas todas las cosas en el cielo y en la tierra. El cuarto río el Éufrates, porque saciaste para siempre a todo ser viviente por el lavado de la regeneración, que mostraba le figura de los evangelios que andan corriendo por todo el orbe de la tierra y que te dignaste anunciar por medio de tus siervos, para que creyéndolos y confesándolos se salven los que creen en tu nombre grande y terrible y en tus santos evangelios a fin de que puedan llegar a la vida que no tienen.

64»Dios mío, gran Padre y Rey, salva, Señor, a los pecadores».

65Cuando Bartolomé hubo terminado la oración, Jesús le dijo: «Bartolomé, el Padre me ha llamado Cristo para que descendiese a la tierra y ungiese con el óleo de la vida a todo el que viene a mí. Me llamó Jesús para que curase todo pecado de los ignorantes y para que transmitiese a los hombres la verdad de Dios».

66Bartolomé le pregunta: «Señor, ¿es licito manifestar a todos los hombres estas verdades?»

67Le responde Jesús: «Es lícito manifestarlas a cuantos creen y observan este misterio que os he revelado. Pues entre los gentiles hay algunos que sirven a los ídolos, dados a la bebida, fornicarios, perjuros, blasfemos, detractores de la Iglesia católica, envidiosos, maléficos, magos, malignos, seguidores de las artes del enemigo y que odian a sus prójimos. Estos no son dignos de oír este misterio.

68»Son dignos de oírlo los que guardan mis mandamientos y los que aceptan las palabras salvíficas de vida eterna que no tienen fin, los que tienen parte en los cielos con los santos, los justos y los fieles en el reino de mi Padre. Ahora bien, el que se haya separado del error de la iniquidad y haya seguido el camino de la salvación y de la justicia, ese debe oír este misterio. Pero tú, Bartolomé, eres dichoso, y dichosa es tu generación».

69Entonces Bartolomé, escribiendo en su corazón todas estas cosas que oyó de labios de nuestro Señor Jesucristo, bendijo con rostro alegre al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, diciendo: «Gloria a ti, Señor, redentor de los pecadores, vida de los justos, fe de los creyentes, resurrección de los muertos, luz del mundo, amante de la castidad».

70Y entonces Jesús, recibiendo la coraza, dijo: «Yo soy bueno, manso y benigno, misericordioso y clemente, fuerte y justo, admirable, santo y taumaturgo, defensor de los huérfanos y las viudas, que concedo la corona a los justos y a los fieles, juez de vivos y muertos, luz de luz y resplandor de la claridad, consuelo de los atribulados y ayuda de los necesitados. Alegraos conmigo, amigos míos, y recibid mi don. Yo os daré el don celestial. Y os concederé la vida eterna a vosotros y todos los que me desean y creen en mí».

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5 1Bartolomé le dijo: «Señor, dinos cuál es el pecado más grave de todos».

2Jesús respondió: «En verdad te digo que los pecados más graves de todos son la hipocresía y la calumnia. Por eso el profeta dijo en el salmo: «Los impíos no prevalecerán en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos; lo mismo estarán los impíos en el juicio de mi Padre. En verdad, en verdad os digo que cualquier pecado será perdonado, pero el pecado contra el Espíritu Santo nunca será perdonado»» (Mc 3, 29 paral.).

3Bartolomé preguntó: «¿En qué consiste el pecado contra el Espíritu Santo?».

4Jesús respondió: «Todo el que da un decreto contra los que sirven a mi Padre, ese blasfema contra el Espíritu Santo. Pues, en efecto, todo el que sirve a Dios con veneración es digno del Espíritu Santo, y quien habla contra él no hallará perdón.

5» j Ay del que jura por la cabeza de Dios, aunque no corneta perjurio, sino que diga la verdad! Pues Dios, el excelso, tiene doce cabezas. Él es la misma verdad, y con él no cabe ni mentira ni perjurio.

6»Id, pues, y anunciad al mundo entero la palabra verdadera. Después, tú, Bartolomé, revela esta palabra secreta a quien la desea. El que crea en ella tendrá la vida eterna».

7Le dice de nuevo Bartolomé: «Señor, si alguien comete un pecado de la carne, ¿cuál será su recompensa en el juicio?».

8Jesús le contesta: «Es bueno que el bautizado respete su bautismo, guarde la castidad y en ella permanezca. Pero si le sobreviene el deseo carnal, debe ser varón de una sola mujer. Pues así como la mujer no debe conocer a otro varón, así el varón debe aborrecer a cualquiera otra mujer. Y si guardan castidad, si observan mis mandamientos y entregan sus diezmos a la Iglesia, como hizo Abrahán mi siervo, que guardó mis preceptos, les devolveré el ciento por uno y su matrimonio estará sin pecado. Y si surgiere la necesidad de tomar una segunda mujer o de tomar la mujer un segundo marido, pueden hacerlo lícitamente siempre que acudan a la Iglesia, hagan limosnas, vistan al desnudo, den de comer y de beber al hambriento y al sediento, den posada al peregrino sin menospreciarlo, visiten a los enfermos, sirvan a los encarcelados, no digan falso testimonio, reciban con toda veneración al sacerdote y al que teme a Dios y, como ya he dicho, ofrezcan diezmos a la Iglesia y hagan las demás cosas que son justas para que puedan agradar a Dios.

»Pero si alguien toma una tercera esposa, será llamado indigno y pecador en el reino de los cielos juntamente con ella. Pero el que guarde su castidad y virginidad y sea perfecto en la Iglesia católica, sea varón o mujer, será llamado perfecto en el reino de los cielos.

9»Vosotros debéis predicar a todos que estén vigilantes frente a tales cosas, que yo no me aparto de vosotros y os doy el Espíritu Santo».

10Bartolomé dio gloria a Dios durante largo tiempo en compañía de los demás apóstoles, diciendo: «Gloria a ti, Padre Santo, sol que nunca se apaga, incomprensible, lleno, de luz. A ti se debe el honor, la gloria y la adoración por toda la eternidad. Amén».

11Entonces Bartolomé, y con él todos los demás apóstoles, daban gloria al Señor Jesucristo, diciendo: «Gloria a ti, Padre de los cielos, rey de la vida eterna, lámpara de luz inextinguible, sol brillante y resplandor de eterna claridad, Rey de reyes y Señor de los que dominan. A ti la gloria, la magnificencia, el imperio, el reino, el honor y el poder con el Padre y el Espíritu Santo. Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque nos ha visitado y ha redimido a su pueblo de la mano de sus enemigos. Ha obrado con nosotros con misericordia y clemencia. Gentes todas, alabad a nuestro Señor Jesucristo, tened fe en él, porque es juez de vivos y muertos y Salvador de los fieles. Que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén».

Terminan las preguntas del beatísimo apóstol Bartolomé y otros apóstoles a nuestro Señor Jesucristo.

 

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