Por. Loïc Finaz
La conquista de los mares no es un acontecimiento reciente. Desde la prehistoria los hombres se han aventurado a surcar las aguas. Mucho antes de Sumer, Mesopotamia y «el origen» de nuestra civilización… el dominio marítimo de los pueblos oceánicos ya les había permitido implantarse sobre un inmenso «continente insular». Si durante largo tiempo, y pese a la ruta de la seda, China no logró adquirir la influencia sobre Occidente que su tamaño y su civilización deberían haber logrado, fue en parte porque no supo, o no quiso, ser una potencia marítima. Esta conquista del mar se llevó a cabo para alcanzar nuevos territorios, establecer intercambios y abrirse, pero también para dominar y controlar. La circulación a través de los océanos inventó el comercio, desarrolló la riqueza, propagó las ideas y los descubrimientos, pero también trajo consigo la guerra. El Mediterráneo fue el laboratorio de esta humanidad que evolucionaba, se estructuraba y se globalizaba. A veces para lo peor, pero con mucha más frecuencia para lo mejor.
Estos intercambios, este «comercio de las ideas», fueron la fuente de numerosas innovaciones. El desarrollo del mundo y su estructuración se establecieron a través del mar. El 8o% de la población mundial vive a menos de 100 kilómetros de la costa. Y aunque la Universidad ha dividido la historia en cuatro periodos aceptados por todos —Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea—, tal vez la entenderíamos mejor hablando de la época del Mediterráneo, del océano Índico, del Atlántico y, actualmente, del Pacifico.