
Por.Tiziana Cotrufo y Jesús Mariano Ureña Bares
La pasión amorosa crea sensaciones de euforia, alegría y felicidad especialmente intensas.
Las técnicas de neuro-imagen han mostrado una intervención de los circuitos de recompensa, regiones activadas que presentan altas concentraciones de dopamina, un neurotransmisor asociado —como ya sabemos— con la recompensa, el deseo, la adicción y los estados de euforia, y que es liberada en el núcleo accumbens.
En defensa de las emociones
Lo dicho no pretende ser un alegato en contra de la razón ni de nuestra tradición cultural, ¡faltaría más! Nadie discute que el pensamiento y el sentimiento es una facultad íntimamente unida a la condición del ser humano, y esta concepción heredada de los griegos es lo que ha permitido, con el paso de los siglos, la aparición de una peculiar forma de afrontar y conocer el mundo: la ciencia.
Sin embargo, es precisamente la misma ciencia la que, en fechas muy recientes, ha empezado a poner en cuarentena todo lo que hasta hace poco se sabía acerca de las emociones.
Gracias a los nuevos avances en el conocimiento del cerebro y a las evidencias experimentales acumuladas a lo largo de los últimos años, ahora sabemos que las emociones, además de hacernos, al igual que la razón, propiamente humanos, desempeñan un papel esencial en el correcto funcionamiento de nuestras «facultades elevadas».
La curiosidad y el asombro —que intervienen en la motivación—son ingredientes indispensables del aprendizaje, ya que memorizamos más y mejor aquellas informaciones que están vinculadas a las emociones; el miedo, a su vez, nos permite tomar decisiones adecuadas en situaciones de riesgo, pues ayuda a anticipar posibles amenazas y peligros.