
Al necio le parece que su camino es recto, pero el sabio escucha un consejo.
Rey Salomón
Ya está aquí. Sin llamar a la puerta, sin avisar, sin respetar la entrada del otoño, fecha para la que siempre tuvo mesa reservada. El coronavirus cabalga impunemente sobre la segunda ola porque en realidad nunca se fue como demuestran los datos, no solo de España sino de todo el mundo.
Si la covid-19 aprovechó los excesos veraniegos para engordar a nuestras espaldas será fácil de averiguar en cuanto nos presenten la factura. Sin embargo, aquella primera oleada, que recordamos como un mal sueño por lo brusco de su irrupción, no contaba con algo que ahora sí deberíamos tener: precedentes.
Si hemos extraído algo de esa lección aprendida a golpe de contagios y víctimas mortales deberíamos verlo en la gestión actual de la pandemia. En nuestro país las empresas que clamaban por ayuda para continuar se enfrentan a la nueva temporada con poco más que un eco por respuesta retumbando en la cueva vacía del «ya llegará», en el mejor de los casos.
Antes incluso de que la mayor parte haya podido retomar su actividad a pleno rendimiento, o pasar del letrero de “cerrado” al de “abierto a medio gas”, nos vemos envueltos en la siguiente ronda de confinamientos por todo el territorio nacional.
Este virus lo paramos unidos ha sido la campaña con la que el Gobierno de España pretendía concienciarnos a todos con la necesidad de cerrar filas contra el enemigo invisible.
Por desgracia, a lo que estamos asistiendo es al bíblico juicio del rey Salomón, en el que partidos de uno y otro signo se pelean por vestir de su color al virus para convertirlo en la coartada que tiña del mismo tono las urnas electorales cuando proceda. ¿Alguno de ellos sentirá la responsabilidad suficiente para superponer la lógica a la confrontación antes de que el soldado del colapso económico y sanitario sentencie la cuestión con su espada? Será difícil pero lo que es seguro es que a quien se planta inmóvil ante una ola, lo engulle el océano.