
Hotdog vegetariano.
POR: CRISTINA SÁEZ.
PERIODISTA ESPECIALIZADA EN DIVULGACION CIENTÍFICA
La mayor densidad de población jamás vista en la Tierra, prevista para 2050, nos forzará a reinventar la agricultura y a que cambiemos nuestra forma de alimentarnos: carne artificial a partir de proteínas vegetales, insectos, algas… La ciencia prepara ya los menús del futuro.
Desde que los seres humanos logramos domesticar plantas y animales para consumirlos hace 12.000 años, la humanidad ha ido haciendo frente a los nuevos desafíos que han surgido para dar de comer a un mundo creciente. Sin embargo, el escenario previsto para los próximos 3o años podría poner contra las cuerdas nuestra capacidad de abastecimiento. Se estima que en 2050 rozaremos los 10.000 millones de habitantes: un 34% más de bocas que alimentar que hoy, la mayoría de las cuales vivirán en países en vías de desarrollo.
EL RETO DE ALIMENTAR A UN MUNDO CRECIENTE
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, la FAO, esa cifra ingente de humanos requerirá aumentar la producción de alimentos casi en un 70%. Pero ¿cómo, si la Tierra ya está colapsada en muchas regiones, acuciada por sequías, inundaciones, incremento de la temperatura? ¿Es posible producir más comida sin intensificar el uso de recursos naturales, como el agua dulce o la tierra fértil cultivable?
«Es posible, pero para ello hay que cambiar el paradigma de cómo producimos la comida, cómo la distribuimos y, sobre todo, cómo la consumimos», resume Mark Driscoll, al frente de la consultora británica de sistemas de alimentación sostenible Tasting the Future.

Empresa Space10.
En ello, de hecho, ya trabajan científicos de todo el planeta, que estudian desde cómo obtener, mediante técnicas de edición genética, plantas más resistentes a sequías y plagas, a hamburguesas de carne sintetizada en el laboratorio e, incluso, galletas hechas con harina de gusano y algas elaboradas con impresoras 3D.
Aunque, señalan cada vez más expertos, la solución es más «sencilla» y menos peliculera de lo que imaginamos: «Pasará por reconectarnos con el sistema de producción de alimentos, volver a comer local y optar por productos sostenibles desde un punto de vista medioambiental y humano», resume el gastrónomo y chef Toni Massanés, director-general de la Fundación Alicia (Alimentación y Ciencia).
VAMOS HACIA UNA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA
La agricultura y la ganadería comenzaron en el Neolítico. A lo largo de miles de años, el ser humano fue acumulando conocimiento y logró mejorar el rendimiento de los campos y el ganado.
Sin embargo, el precio que paga el planeta por llenamos la barriga es grande: la agricultura y la ganadería están entre los principales contribuidores a la crisis climática.
Estos dos sectores, juntos, generan el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero y, además, consumen una cantidad ingente de agua dulce, un recurso muy escaso, contaminan reservas acuíferas y provocan deforestación.
Ahora se trata de seguir generando alimento suficiente, pero usando mejores instrumentos que nos permitan producir más usando menos recursos y sin ampliar la superficie dedicada a cultivos, como drones, GPS y sensores, que pueden ayudarnos a monitorizar el estrés hídrico de los campos o la fertilidad del suelo.
También la genómica y la genética serán fundamentales. «Los biomarcadores moleculares, por ejemplo, nos permiten dotar a las plantas de sistemas de raíces que toman de forma más eficiente agua o nutrientes, disminuir el uso de pesticidas, mejorar la producción con menos superficie de terreno o prever si una determinada semilla será resistente a una plaga», explica María José Aranzana, experta en genómica de cultivos e investigadora del Instituto de investigación y tecnología alimentarias (IRTA) en el Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG) en Bellaterra, Barcelona. «También las técnicas de edición genética, como Crispr-Cas9, y los transgénicos deben formar parte de la caja de herramientas de la agricultura sostenible, junto con otras tecnologías tradicionales», defiende Manuel Rodríguez-Concepción, investigador del CSIC en el CRAG. El estudio de variedades salvajes puede resultar muy útil también para ampliar la biodiversidad de las cosechas.
Chikelu Mba, biotecnólogo al frente de la división de producción y protección vegetal de la FAO, señala que durante mucho tiempo la humanidad se ha centrado en solamente cinco o seis cultivos como el arroz, el trigo o el maíz y que ahora, en el contexto actual, «se trata de explorar otras plantas locales que tal vez sean más resilientes al cambio climático».
Se trata también de que ese conocimiento se democratice y llegue a los países en vías de desarrollo: «En la actualidad, cada hectárea de trigo en Estados Unidos rinde ocho veces más que en África», destaca Pere Puigdoménech, investigador del CSIC en el CRAG. Y eso es también aplicable a los animales.
NO HABRÁ CARNE PARA TODOS: EN BUSCA DE NUEVAS PROTEÍNAS
Durante el último siglo, las mejoras de los tratamientos sanitarios en las granjas, de la nutrición y también de la genética mediante cruces han permitido obtener un mayor rendimiento. Sin embargo, si continúa la tendencia actual de aumento de consumo de carne y productos animales, como la leche, se calcula que, para el año 2050, se necesitaría un 70% más de carne y, para ello, habría que duplicar la producción agrícola.
Pero eso, alertan los expertos, es totalmente inviable. Tanto para el medioambiente como para la salud humana. «En los países desarrollados comemos mucha más proteína animal de la que necesitamos y de la que recomiendan las guías de salud de la OMS», apunta Toni Massanés. «Tenemos que diversificar el tipo de proteína que ingerimos y aumentarla procedente de las plantas», añade y pone como ejemplo las legumbres.
CREAR UNA HAMBURGUESA SINTÉTICA EN EL LABORATORIO
En este sentido, han surgido iniciativas como la carne sintética generada en el laboratorio y la carne vegetal, elaborada a partir de plantas.
La primera hamburguesa sintética creada en un biorreactor costó unos 300.000 dólares del momento y se pudo degustar en 2,013. Detrás estaba la startup holandesa Mosameat, que compite con otras como Memphis Meat y Supermeat por intentar ser los primeros en comercializar carne sintética con un sabor y precio similares a la carne procedente de animales.
En 2020 podrían llegar las primeras hamburguesas así creadas al mercado. Por el momento, hay algunas sombras acerca de la sostenibilidad de estos productos. Un informe reciente del Foro Económico Mundial aseguraba que las emisiones de gases de efecto invernadero de carne cultivada en el laboratorio son solo un 7% inferior a las que genera la industria del vacuno. ,
Otra opción es la carne elaborada a partir de plantas, la llamada carne vegetal. Beyond Meat e Impossible Foods, ambas financiadas en parte por Bill Gates, el magnate de Microsoft, elaboran hamburguesas a partir de guisantes, soja, patata y aceites vegetales, que imitan la textura y el sabor de la carne.
Investigan incluso con técnicas de cromatografía de gases y espectrometría de masas para identificar las moléculas volátiles liberadas cuando se cocina la carne orgánica y poder copiarlas. No solo eso: también usan una levadura modificada genéticamente para conseguir producir esas moléculas.
¿LE APETECE UN PLATO DE PEZ LINTERNA A LA PLANCHA?
Los mares y océanos, que constituyen el 70% de la superficie de la Tierra, solo suponen, según la FAO, un 2% de la cadena alimentaria humana.
A pesar de ello, podrían tener la respuesta a cómo alimentar hasta 10.000 millones de personas, asegura Carlos M. Duarte, biólogo marino al frente del Centro de Investigación del Mar Rojo de la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdullah, en Arabia Saudí.
Sin duda, la acuicultura, destacan los expertos, será clave para poder alimentar el planeta en 2050. «Salir a pescar hoy es, conceptualmente, como salir a cazar en la Prehistoria. De la misma forma que criamos al ganado, tenemos que criar el pescado», considera José Miguel Cerdá, investigador y director del Instituto de Acuicultura de Torre de la Sal (IATS-CSIC), en Castellón.
También deberíamos apostar por diversificar las especies que consumimos. «Tenemos que dejar de comer sobre todo depredadores, como el atún, y empezar a consumir pescado más pequeño, herbívoro, local y de temporada», insiste Cerdá. Y abrirnos a otras especies. «Hay peces mesopelágicos que viven a entre 400 y 700 metros de profundidad, como el pez linterna, que suponen unas 30 veces la biomasa del resto.
Es un recurso importante, aunque hasta ahora nadie ha sido capaz de pescarlos», apunta Duarte, que apuesta por «desarrollar técnicas para hacerlo, porque es un recurso importante que nos permitiría multiplicar por tres o por cuatro los alimentos disponibles».
LAS ALGAS LLEGAN AL PLATO
Además del pescado, crustáceos y moluscos, las algas tendrán un papel cada vez más relevante en nuestras cocinas, tanto las microscópicas como las macroscópicas.
Ya hay proyectos que usan algas, capaces de producir biopolímeros para reemplazar plásticos, como por ejemplo en las pajitas, a las que también se les puede dar sabor y, una vez acabada la bebida, se pueden comer.
Hay empresas biotecnológicas y chefs que las están incorporando ya a productos y a platos, y en China, país productor de la mayoría de algas del planeta, han emprendido un proyecto para cuantificar los beneficios ecológicos de cultivarlas. «Mejoran la calidad del agua, proporcionan hábitat y comida a la fauna marina, secuestran CO, e incluso actúan sobre la acidificación de los océanos», resume Duarte.
COMER CON ÉTICA: SIN CONTAMINAR, SIN DESPERDICIAR
No hay soluciones mágicas ni universales, al final se trata de aplicar el conocimiento acumulado que tenemos como humanidad, junto con las nuevas tecnologías de que disponemos, para ir encontrando las soluciones más eficientes para cada caso.
Actualmente, en España desperdiciamos 26 millones de kilos de comida a la semana, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Mientras que en los países desarrollados se sufre hoy una epidemia global de obesidad y sobrepeso, según datos de la (FAO) hoy en el mundo padecen hambruna mil millones de personas y otros 3.000 millones sufren malnutrición, la mayoría habitantes de países en vías de desarrollo. «En los países desarrollados la comida se ha abaratado tanto en los últimos arios que la proporción de dinero destinado en los hogares para alimentarnos ha caído mucho.
Y en una sociedad cada vez más urbanizada, estamos totalmente desconectados de cómo producimos comida, cómo la consumimos, la cocinamos, por lo que no valoramos la importancia que tiene.

Alimentos por impresora.
Y si no la valoras, no la aprecias, y si no estás conectado, tiendes a desperdiciarla», afirma Driscoll, que apunta que, si bien sin la ciencia y la tecnología no conseguiremos alimentar a un mundo de 10.000 millones de personas, tampoco lo haremos sin políticas que garanticen un sistema de repartición más justo, en términos de igualdad y distribución de alimentos. «Tenemos que volver a los alimentos locales y alejarnos de los llamados superalimentos, que son una trampa que genera enormes problemas de sostenibilidad.
Cuando todos queremos desayunar tostadas de aguacate, creamos un problema, porque no hay origen que pueda producir aguacate para todo el planeta», insiste Massanés, que concluye que «nada de OCNIS, objetos comestibles no identificados.
Tenemos que alimentamos de productos de los que se pueda trazar su origen, locales». Aunque siempre hemos transformado la realidad para abastecernos de alimentos, lo que ha llegado a puntos extremos desde la globalización, ahora, más que nunca, debemos replanteamos el tema de la producción de alimentos a nivel global para lograrlo de forma ética y sostenible en un planeta en el que la población humana no deja de crecer. En eso andan los científicos.
ADEMÁS
LA COMIDA LE PASA FACTURA AL PLANETA
11.000 MILLONES de toneladas de gases de efecto invernadero lanza la producción de comida a la atmósfera. Esos gases proceden de la agricultura, almacenamiento, transporte, procesamiento y consumo de los productos.
El 32% de la acidificación terrestre se debe a la producción de comida.
El 33% de la comida que se produce en el mundo acaba en la basura, lo que supone un 8% de los gases de efecto invernadero que se liberan para elaborarla.
El 58% de las emisiones de gases de efecto invernadero generados por la comida proceden de la producción de carne, acuicultura, huevos y lácteos, a pesar de que solo proporcionan el 37% de las proteínas que tomamos y el 18% de las calorías.
El último informe del Panel Internacional para el Cambio Climático de la ONU (IPCC) arroja datos sorprendentes relacionados con cómo la producción de nuestra comida afecta al medioambiente.
570 MILLONES de granjas producen alimentos en casi todos los climas y suelos del mundo y de forma muy diversa. El tamaño medio de una granja varía de las 0,5 hectáreas en Bangladesh a las 3.000 en Australia. La cantidad de fertilizantes minerales usados van de 1 kg de nitrógeno por hectárea en Uganda a 300 kg en China.
El 43% de la superficie del mundo sin hielo ni desiertos se usa para el sistema de agricultura actual. De esta superficie, el 87% se destina a alimentos y el 13% a biocombustibles o producción textil, o se emplea para usos no alimentarios como producción de lana y de cuero.
El 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero de la comida son metano, un gas procedente del cultivo de arroz, del ganado y de pienso concentrado para cerdos y aves.
El 66% de toda el agua dulce del mundo, un recurso muy escaso, se usa para irrigación.
INSECTOS: LA PROTEÍNA DE ANTIGÜEDAD Y EL FUTURO
Los insectos han forman parte de la alimentación del ser humano desde la antigüedad y la FAO considera que serán proteína del futuro». Alrededor de dos mil millones de personas (en países como México, China, Tailandia, Estados Unidos, Zimbabue) comen ya a diario hormigas, grillos, escarabajos y gusanos.
TODO VENTAJAS se trata de una alternativa sostenible, saludable y económica a las proteínas convencionales: con un alto valor nutricional —los grillos tienen más proteínas por kilo que la ternera—, se pueden criar masivamente y el impacto que generan sobre el medioambiente es mínimo.

Proteínas.
YA ESTÁN AQUÍ A pesar de que en España, por el momento, su consumo es limitado, existen ya empresas que los comercializan o los usan como ingrediente para elaborar otros productos. Es el caso de Entomafoods, que fabrica pastas, harinas y bombones con harina de grillo, el mismo ingrediente que usa Insectfit para sus barritas proteicas. Y ya hay chefs que los usan. ¿Gustan una brocheta de saltamontes con adobo oriental y una crema suave de yogur con gusanos de la harina caramelizados?
ENTOMOFAGIA EN OCCIDENTE Común es Asia, África y América Latina, ahora la ingesta de insectos llega a Occidente bajo la forma de una hamburguesa.
DE DESCARTE MARINO… AL EMBUTIDO SANO
«No podemos seguir siendo caprichosos y comiendo solo cinco o seis especies de pescado. Realmente, no somos conscientes del destrozo que causa conseguir un kilo de rape», asegura el chef Ángel León. Por ello, el gaditano ha emprendido un proyecto pionero para transformar el descarte de la pesca en embutidos «sanos».

Chef Ángel León.
EL SALCHICHÓN QUE VIENE DEL MAR
Ángel León trabaja con pescadores locales que le proporcionan pescado extractivo, como jurel, caballa, sardina o boquerón. Pero sobre todo lo que le suministran son descartes, «la fauna que acompaña al pescado comercial». «Usamos proteínas del mar que nadie quiere y las reconvertimos en cosas que el ser humano conoce, pero más saludables: salchichón, sobrasada, caña de lomo, bacon… pero sin las grasas saturadas del embutido tradicional.
Nadie piensa en que es pescado cuando se lo come», asegura el chef.
IMPRÍMEME UNOS MACARRONES A LA PUTANESCA
Hacia un menú imprimible. ¿Recuerdan la serie de los años sesenta de dibujos animados «Los Supersónicos»? Estaba ambientada en 2062, en un futuro en que la gente se desplaza en coches voladores y vive en casas flotantes. Quizás esas dos predicciones queden aún muy alejadas de la realidad pero, en cambio, la serie acertó de pleno en cómo comeríamos: apretaríamos un botón y un robot elaboraría un delicioso plato, algo parecido a lo que ya ocurre con las impresoras 3D.

Macarrones por impresión.
Alimentos sostenibles. Estas máquinas, capaces de crear objetos complejos a partir de plásticos, metales y otros materiales, también combinan distintas materias primas para hacer desde filigranas de chocolate a pizza, pasta rellena, quiche e incluso brownies. La NASA investiga la viabilidad de enviar impresoras 3D en sus misiones de larga duración para alimentar a sus astronautas.
Y distintos laboratorios estudian cómo contribuir a la producción de alimentos sostenibles incorporando productos como algas o gusanos preparados, por ejemplo, en forma de galleta.
PARECE CARNE, SABE A CARNE PERO… ¿LO ES?
En 2016 un grupo de personas fue convocado en EE. UU para degustar carne de pollo cultivada, es decir, creada a partir de células de animales reales en un laboratorio. Aquel grupo constató un hecho insólito: la creación culinaria artificial de la empresa Memphis Meats, además de parecer pollo, sabía a pollo. No era la primera vez que se creaba carne en un laboratorio, pero sí era la primera vez que se conseguía que un pollo artificial recibiera la aprobación organoléptica por parte del consumidor.

Carne.
¿Es la carne del futuro? La compañía estadounidense Just asegura que en breve empezarán a servir a algunos restaurantes nuggets de pollo cultivado a partir de células extraídas de pluma de pollo vivo. Sin embargo, los responsables de la empresa inglesa Cellular Agriculture sostienen que tendremos que esperar al menos cinco años para poder encontrar carne de laboratorio en los supermercados. Los productores de carne in vitro (en Estados Unidos y Europa ya existen varias empresas dedicadas a ello) aseguran que este producto podría ser la solución para encarar las crecientes necesidades de carne sin tener que sacrificar animales. Lo que está por ver ahora es si a los consumidores les convencerá esta propuesta culinaria.
←EN LA ACTUALIDAD: DE LA GLOBALIZACIÓN A LA CONTINENTALIZACIÓN
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