
EL ESPÍRITU DE LA LUNA Uno de los grandes espíritus de los inuit es el de la Luna (Tarkec), responsable de la fertilidad, la corrección moral y, entre los inuit de Alaska, del control de los animales. Es un poderoso cazador que habita en el reino del cielo. En la ilustración vemos una máscara del Espíritu de la Luna del oeste de Alaska. El reborde que rodea la cara simboliza el aire, los arcos los niveles del cosmos y las plumas las estrellas.
Espíritus del mar y del cielo
Los poderes espirituales, de mayor o menor importancia, dominan la vida de los inuit y el más conocido es el Espíritu del Mar de los inuit de Canadá y Groenlandia. Denominado Sedna (así como Nuliajuk y otros nombres), el Espíritu de Mar ejerce su soberanía sobre todos los animales que proporcionan alimento a los humanos. En su morada del fondo del mar, desde donde envía los animales de caza, adopta la forma de una mujer, a la que incluso los chamanes temen. Otro gran espíritu es el del Aire, conocido en muchas regiones como Sila («tiempo atmosférico», «inteligencia»). Reconocido prácticamente en todas las zonas inuit, rige la lluvia, la nieve, el viento y el mar desde un reino situado muy por encima de la tierra. Aunque se lo concibe como una persona, el Espíritu del Aire no se encarna. El Espíritu de la Luna es la tercera de las grandes fuerzas espirituales. Todas ellas son inherentemente benévolas, pero los humanos las consideran peligrosas, sobre todo al Espíritu del Mar, por su aguda sensibilidad a los malos actos de los hombres, a los que responde enviándoles mal tiempo, fracaso en la caza y enfermedades, y para protegerse, los inuit pronuncian palabras mágicas, se ponen máscaras y amuletos (preferentemente extremidades de animales) y acuden a sus chamanes. En el plantel de espíritus menores, tanto benévolos como malévolos, los más interesantes son los «espíritus de ayuda» de animales, objetos o personas muertas, que los chamanes encuentran en el transcurso de su largo aprendizaje: al poseer al chamán, uno de estos espíritus puede prestar una colaboración vital a sus esfuerzos. La creencia inuit en unos reinos situados en el cielo y bajo la superficie de la tierra, cada uno de ellos definido por el gran espíritu que habita en él, ayuda a comprender el concepto de «alma» y de su reciclaje. La creencia en la existencia de un alma en los animales explica el respeto especial que dispensa este pueblo a sus presas.
La esencia espiritual del ser humano resulta más compleja. Tras la muerte física, una parte de esta esencia entra, quizá para siempre, en los infiernos o en el reino del cielo, dependiendo de cómo haya muerto la persona. Otra parte, encarnada en el nombre de la persona, se reincorporará a un pariente recién nacido: imponer a un niño el nombre de alguien fallecido hace poco significa que su antepasado le transferirá ciertas cualidades personales. En la actualidad, prácticamente todos los inuit profesan el cristianismo, que han asimilado rápidamente a la luz de sus creencias tradicionales. La mitología de este pueblo no reconoce una deidad creadora omnipotente, pero asocia el dios cristiano con las principales potencias espirituales y a los chamanes con los misioneros. En algunas regiones del suroeste de Alaska, los inuit practican la fe ortodoxa rusa y participan en una ceremonia navideña que denominan Selavic, que, para ellos, incorpora significados cristianos y tradicionales y comienza y acaba con un servicio religioso. Dura hasta diez días, con una procesión encabezada por grandes representaciones de estrellas que va anunciando de casa en casa el nacimiento de Cristo, y en cada casa se cantan himnos y se reparten regalos. Las procesiones de casa en casa eran importantes en la religión tradicional de estos pueblos de Alaska. Antes de la Fiesta de la Vejiga (véase margen, p. anterior), por ejemplo, la comunidad humana se abría al mundo espiritual llevando a los muchachos por la aldea de puerta en puerta. El reparto de regalos en Selavic es una versión moderna de la tradicional distribución de comida en la comunidad inuit, reflejo de su ética de generosidad.

EL ALMA DE LOS ANIMALES La ilustración muestra la efigie de una ballena, amarrada a una barca. Los inuit creen que el cazador no «coge» a los animales, sino que ellos se dejan matar. Cuando el animal muere, el cazador ejecuta una breve ceremonia para asegurar que su alma regrese al mundo no terrenal y se reúna con la sociedad animal, dispuesto a volver como presa. En gran parte de Alaska, los inuit celebran importantes fiestas destinadas a reconocer la aparición de los animales en la tierra e influir en ella. La fiesta de la Vejiga, por ejemplo, es un acontecimiento invernal de cinco días de duración en cuyo punto culminante se meten las vejigas de los mamíferos marinos cazados durante el año en agujeros perforados en el hielo para devolver sus almas al mundo de los espíritus.
EL CUERVO
El Padre Cuervo, figura clave en la mitología de los inuit de Alaska, y también en la de sus vecinos indios y siberianos, es la única manifestación clara de un creador personificado para este pueblo. Tras descender del cielo, el Cuervo creó en primer lugar la tierra firme, después un hombre y diversas especies de animales y plantas y por último una mujer, como compañera del hombre. También fue maestro, en forma humana: enseñó al hombre y a la mujer a utilizar los animales, a cuidar a los niños, a encender fuego, etcétera. Un rasgo curioso de este mito consiste en que el hombre brotara de una parra hecha por el Cuervo, de la que después brotaron más hombres: sencilla explicación de la evolución de la raza. Tras estos «primeros tiempos», el Cuervo sólo ejerció poderes limitados. Puede propiciársele en su morrada del cielo para que envíe buen tiempo, y si alguien mata un cuervo, sin duda habrá malas condiciones atmosféricas.

La foca surgió del dedo cortado de la mujer que se transformó en el Espíritu del Mar. Esta caja representa a una foca tumbada de espaldas, y la cara humana de la tapa el alma del animal.
LOS ORÍGENES DEL ESPÍRITU DEL MAR
Un mito de los inuit canadienses cuenta los orígenes del Espíritu del Mar y de los animales marinos. El relato comienza con una joven a la que su padre obliga a casarse con un perro. El matrimonio empieza bien, pero tras el nacimiento de varios hijos, las cosas se ponen feas. El padre de la muchacha ahoga al perro y sus nietos intentan vengarse, pero al fracasar, son expulsados. Entonces aparece un ave (un petrel), en forma de viejo feo, y la muchacha se va con él, en calidad de esposa, en su kayak. El padre consigue recuperarla, pero el ave los alcanza y desencadena una tormenta que está a punto de hacer zozobrar la embarcación. Aterrorizado, el padre trata de lanzarle a su hija al ave, pero ella se aferra al borde del bote, él le corta los dedos y la chica acaba por caer al mar. Así fueron creados los animales marinos: las focas más pequeñas con las yemas de los dedos de la chica, las mayores de las falanginas y las morsas de las falanges. La muchacha cae al fondo del mar, donde se transforma en el gran Espíritu del Mar, y vive con los animales (posiblemente también los terrestres). El padre, arrastrado igualmente a las aguas, se reúne con ella, y le sigue el perro, su primer marido. El perro adopta el papel de guardián de la muchacha y el padre el de irascible castigador de los humanos que transgreden las normas de la vida.