
Hábitos de consumo.
Por: Carlos Salas
Coches, neveras, sofás, música, vestidos, libros… La nueva economía de «pagar por usar» está amenazando al viejo sistema de «pagar para tener». Ahora la propiedad se comparte o se alquila: es mucho más barato y más versátil. Texto: Carlos Salas. Ilustración: Manuel Barbero
El popular profesor de inglés Richard Vaughan aseguró a principios de noviembre en uno de sus programas de radio que en el futuro no pensaba comprar más coches. «Lo alquilaré para fines de semana, para viajes o por días», dijo el fundador de las escuelas Vaughan. «Un coche representa muchos gastos: seguros, talleres, gasolina…».
Lo que piensa Vaughan lo están pensando muchas personas. ¿No es mejor pagar por usar un coche que comprarlo? Es la nueva cultura de «pagar por usar» (pay per use) que está rompiendo los viejos esquemas de la propiedad. Pero no solo coches: hay gente que alquila neveras, ropa, y hasta despachos para trabajar y compartir (coworking) por horas. En realidad, parece el fin de la propiedad.
La historia de pagar por usar o pagar por compartir es muy antigua. «Un anuncio publicado en un periódico en 1791 decía que un caballero compartía plaza en su coche de postas para ir de Madrid a Sevilla y hacer el gasto a medias», afirma Francisco Rodríguez, asesor de Adigital (Asociación Española de la Economía Digital), y autor del libro Del hospitium al turismo 4.0. «La humanidad siempre ha compartido sus bienes y ha usado la tecnología disponible del momento», añade Rodríguez.
MÁS BARATO, MÁS VERSÁTIL. ES VERDAD.
Durante muchos años hemos usado cosas que no eran nuestras: hemos alquilado coches para irnos de vacaciones, hemos alquilado habitaciones, hemos alquilado ropa para grandes ceremonias (o para fiestas) y hemos alquilado a los taxis por usarlos unos minutos. Hasta hemos escuchado música en la radio sin pagarla, o visto películas en televisión sin abonarlas.
Entonces, ¿en qué ha cambiado la propiedad?
En que ahora ese fenómeno es masivo, amenaza con llegar a todos los objetos de la casa y hacerlo todo el tiempo: electrodomésticos, ropa, ordenadores, libros, música y, por supuesto, hasta el coche. «Lo que ha cambiado es que facilita el consumo inmediato, la sencillez, la rapidez en el uso y la comodidad», dice Enrique Porta, socio responsable de Consumo y Retail de la consultora KPMG en España.
Antes, uno tenía que conformarse con la lista de canciones de la radio, o la parrilla de la tele. Ahora, como dice Porta, «lo hago cuando quiero y como quiero». Es el consumidor el que elige lo que quiere ver y escuchar cuando le da la gana. Todo eso se puede obtener a través de plataformas digitales, razón por la cual esta fase se llama la «economía de las plataformas», y tiene nombres propios: Amazon, Netflix, iTunes, Cabify, Uber, Spotify… solo por empezar.
Amazon te permite leer libros digitales, Netflix te permite ver películas en streaming y Spotify e iTunes te permiten escuchar canciones. Pero en ninguno de los casos tenemos la propiedad del objeto. Ni siquiera vemos su envoltorio en papel, en CD o DVD porque son digitales: caracteres alfanuméricos. No poseemos ni tocamos esos libros o esos DVDs. Lo que tenemos es el uso de su contenido, no su propiedad. Y, por un módico precio, podemos consumir más de todo eso. Ese cambio de un soporte físico a una plataforma digital ha sido tan rápido que ha triturado algunas industrias en pocos años. Las ventas de películas en DVD o blueray entre 2014 y 2018 han caído a la mitad en todo el mundo, según las consultoras IHS Markit y Digital Entertaining Group.

Ingresos Netflix España.
Han pasado de suponer casi 13.600 millones de dólares a unos 6.600 millones de dólares. En cambio, el consumo de películas en formato digital (streaming o cable) en el mundo ha pasado de 7.300 millones de dólares a 22.740 millones en ese mismo periodo, según las mismas fuentes. Las familias consumen en su casa más cine en streaming o por cable que insertando discos de DVD en reproductores. Las viejas carcasas con sus películas en discos rígidos acaban en los basureros. Y los reproductores van detrás.
LA DIGITALIZACIÓN ES LA REVOLUCIÓN.
El fenómeno de las plataformas audiovisuales empezó a asomar la patita a finales de la pasada década, cuando Netflix, que enviaba por correo películas en formato DVD a las casas de los norteamericanos, empezó a emitir películas por internet. «Estamos viendo señales tempranas de un menor uso de DVD con algunos suscriptores que también están viendo [películas en streaming] instantáneamente en comparación con los suscriptores que solo reciben DVD», dijo en 2009 Red Hastings, fundador de Netflix. «El tiempo dirá si este efecto de sustitución es una tendencia general».
Pues bien, el tiempo habló: consumir películas sin tenerlas se convirtió en un comportamiento de masas. En cuatro años, entre 2014 y 2018, el número de suscriptores a las plataformas online de video, como Netflix o HBO, se ha cuadruplicado: de 150 millones de personas a más de 600 millones en todo el planeta. Gente que paga por ver, no por tener esas películas en las estanterías de su casa. Lo que ha originado ese cambio radical de la propiedad es la tecnología. Mejor dicho: el fácil acceso a la tecnología digital. «En el momento en el que algo se digitaliza cambia todo», decía el consultor Marc Vidal en una reciente entrevista con el diario ABC. Pongamos el ejemplo de aquel caballero que cedía una plaza de su coche de caballos para viajar a Sevilla y compartir gastos: usaba la tecnología disponible de finales del siglo XVIII: anunciarse en un periódico impreso.
Ese periódico solo era accesible en Madrid, y seguramente llegaría a un pequeño núcleo de población porque las imprentas apenas imprimían unos cientos de ejemplares cada hora, y no había trenes, coches o aviones para distribuirlos.
Ahora, todo el mundo tiene en su mano un teléfono inteligente repleto de aplicaciones digitales que le permiten alquilar servicios de coches como Uber o Cabify para disfrutar de tarifas más baratas, y prescindir de los taxis. Y, además, con ese teléfono inteligente se puede escuchar música en streaming por Spotify, leer un libro descargado en Amazon, ver películas de Netflix… Y ¿por qué tanta gente prefiere pagar por usar en vez de poseer?
Una razón clara es el ahorro de espacio: los coches, los DVDs, los libros… todo eso ocupa mucho espacio. Y también porque supone un ahorro de dinero. A lo largo de su vida útil, un coche requiere tantos gastos (empezando por la plaza de garaje), que si una familia echara cuentas, no le saldría rentable.
Hace años, la revista Capital realizó un estudio sobre qué resultaba más rentable: ¿comprar un coche o alquilar taxi? El resultado fue: alquilar un taxi, incluso para trasladarse al lugar de vacaciones. La prueba se volvió a realizar en 2016 por la web norteamericana toughnickel.com: si uno usaba taxis en vez de coches, se ahorraba casi 1.500 euros al año.
La novedad es que ahora, aparte de los taxis, están las plataformas que permiten alquilar un coche y pagar por el uso del tiempo: el carsharing.
Los fabricantes de coches son conscientes de dos cosas: la gente seguirá usando coches pero, quizá, no comprándolos, sino pagando por usarlos. «Los ciudadanos, cada vez más, entienden la movilidad como un servicio, no como un producto», dice Noemí Navas, directora de comunicación de Anfac, la patronal de los fabricantes de automóviles en España. «El concepto de propiedad está evolucionado al concepto de servicio bajo demanda», añade. Pagar por usar. Es el credo de los millenials: tienen menos apego a las propiedades, especialmente a las más caras: coche y vivienda, dos de los mayores gastos de una persona en su vida.
Por ejemplo, en 2007 en España se sacaron el carnet de conducir 325.000 jóvenes de entre 18 y 20 años. Diez años después, en 2017, obtuvieron el carné solo 195.000 jóvenes, según revelaba un reportaje del diario El País. Un 40 % menos.
Por esa razón, cuando uno entra en la web de los fabricantes de coches, encuentra una pestaña donde se ofrecen también los mismos modelos, pero en modo de alquiler: por horas, por días o por meses. En Citroén, por ejemplo, basta rellenar una ficha por internet para alquilar un coche de la marca para un fin de semana con el servicio Rent & Smile. Volkswagen ha lanzado My-Renting, un servicio de alquiler de coches que es una mezcla de Hertz y de movilidad como Emov o Zity. «Los alquileres oscilan entre los 120 euros al mes con entrada o los 178 sin entrada.
Incluyen seguro a todo riesgo, mantenimiento y averías», afirma la web Reasonwhy, que hizo un estudio sobre este nuevo modelo de negocio. Si uno tuviera coche propio, ¿cuánto se gastaría al mes en la cuota del vehículo, el seguro, la gasolina y las reparaciones? Es lo que le hizo pensar a Richard Vaughan en no comprar más coches.
Pero eso no significa que los fabricantes de coches se vayan a extinguir. Solo están cambiando de piel.
Los numerosos servicios de alquiler por minutos de coches eléctricos que se ven ahora en las ciudades son alianzas de los grandes fabricantes con plataformas digitales: Emov usa coches Citroén, Zity alquila el Renault Zoe, Wible el Kia y Car2Go ofrece los Smart de Mercedes y Swatch. «La movilidad de hoy se define por ser compartida, conectada, autónoma y electrificada», dice Navas de la Anfac.
Un informe del banco suizo UBS calcula que las empresas de carsharing moverán entre 75.000 millones y 95.000 millones de euros en 2025. «Los fabricantes tradicionales están transformando su propio modelo de negocio pasando de fabricar y vender un producto a proveer a sus clientes de un amplio abanico de servicios que se adapta a sus necesidades en cada momento», añade Porta, de KPMG.
A ESTA POPULARIZACIÓN DEL COCHE ELÉCTRICO DE ALQUILER está ayudando la presión de las grandes ciudades por ser más verdes y más peatonales. Los coches eléctricos no contaminan el aire con sus gases y además, gracias a la legislación, pueden aparcar gratis. Ideal para la generación millenial, cada vez más consciente del cuidado al medio ambiente y de su dinero. No quieren coches; quieren movilidad.
«Estamos haciendo el cambio de vender autos a vender movilidad», decía al diario británico Financial Times Alain Visser, director ejecutivo de Lynk & Co, una nueva marca de propiedad conjunta de Volvo y su matriz china Geely. «La suscripción [al servicio] es un ingrediente clave porque a nivel mundial hay consumidores jóvenes que realmente quieren comprar movilidad, pero no necesariamente un automóvil».

Negocios nuevos.
Lynk & Co lanzará su oferta de suscripción al automóvil eléctrico en China y en Europa en 2020. Los automovilistas podrán cambiar de vehículo todos los meses y entrar y salir del contrato con la frecuencia que deseen. «La clave es la flexibilidad», afirmaba Visser en el FT.
Los futuros conductores serán jóvenes que decidan no tener un automóvil en los meses de verano sino viajar por el mundo, o pueden tomar el autobús por un corto tiempo, para ahorrar dinero.
TAMBIÉN EN OTRO TIPO, DE PROPIEDADES LAS COSAS SE ESTAN ACELERANDO MUCHO.
Por ejemplo, ropa. Según la consultora Allied Market Research, en 2023 el alquiler de ropa moverá a escala mundial más de 1.730 millones de euros. Ya no estamos hablando de alquilar un frac para bodas, o un esmoquin para una fiesta de postín.
Estamos hablando de alquilar ropa común y corriente. Jennifer Hyman y Jennifer Fleiss, fundaron Rent The Runway en 2009 en Estados Unidos. Es un servicio de alquiler de toda clase de prendas para el fin de semana y más allá: trabajo, bodas, vacaciones, cócteles, salidas nocturnas…
La empresa reclama para sí la revolución del armario ideal y ya tiene un valor de 1.000 millones de dólares, sin haber salido a Bolsa. Por 80 euros al mes, puedes ponerte todos los trapos que quieras e impresionar a tus amistades, desde zapatos hasta abrigos.
En España, Lola Ribas lanzó la empresa Ouh Lo La, un servicio de ropa de alquiler y de última moda. «Ofrecemos marcas como Zara, Asos, River Island, Bimba y Lola, Massimo Dutti, boohoo, Mango», dice la web de la empresa, que ofrece tallas para mujeres desde la 34 hasta la 42.
En unas declaraciones a El País, la valenciana Ribas afirmó que sus dientas buscan ahorrar tiempo y dejar de malgastar dinero en ropa. «Se ahorra entre 350 y 400 euros», afirmó.
Se pueden alquilar entre 5 y 12 prendas por un precio que va de 49 a 89 euros, que se envían y recogen en unas cajas de cartón, con un uso entre 12 y 30 días. Si se pueden alquilar trapitos ¿por qué no muebles de oficina? Jesper Brodin, el máximo dirigente de la multinacional sueca de los muebles IKEA, confesó al Financial Times que estaba analizando formas para prestar potencialmente los muebles a los clientes en lugar de vendérselos. Para ello, se haría uso de la realidad virtual para planificar los interiores de las casas. «La velocidad del cambio en el futuro será increíble», dijo durante una entrevista en la tienda de Ikea en la ciudad sueca de Malmó. Ikea lanzó a principios de 2019 una prueba piloto en Suiza para alquilar muebles.
Se trata de un sistema de suscripción que permite a los clientes cambiar mesas, sillas e incluso cocinas enteras por modelos más novedosos cuando finaliza el período de alquiler. Para Brodin, la sociedad está experimentando cambios tan rápidos y radicales que ya no vale planificar para largo plazo. «Se trata de una cuestión de mentalidad: ya no vamos a disponer de 10 años para cambiar y planificar gradualmente», agregó.
EN HOLANDA, SE PUEDEN ALQUILAR LAVADORAS de la firma Bundles, aliada con la alemana Miele, de modo que aquellos que antes tenían que ir a una lavandería, ahora pueden disponer de su aparato en casa.
La compañía entrega, instala y mantiene la lavadora. Y le da la oportunidad al cliente de comprarla al final del contrato o devolverla. En Estados Unidos, Aaarons.com alquila todo lo que contiene un hogar: desde neveras hasta sofás, pasando por ordenadores o lavadoras, y Rent King permite alquilar un televisor Samsung de última generación por menos de 30 euros al mes.
Si uno puede alquilar un libro o una lavadora, y desde un coche hasta un vestido de noche ¿será ese el destino de la humanidad? ¿El fin de la propiedad? Hay sociólogos que piensan que, tarde o temprano, esa generación de millenials acabará diciendo: quiero tener mi propia casa, mi propio coche, mi propia ropa.
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Un enigma para Marx
En su voluminosa obra El Capital, Karl Marx afirmó que una de las causas de la desigualdad humana era la propiedad. La burguesía acumulaba la propiedad, especialmente los medios de producción, mientras que los trabajadores solo poseían su trabajo.
Eso creaba dos clases sociales irreconciliables. En El manifiesto comunista abogaba por abolir la propiedad privada, y caminar hacia una sociedad comunista donde la propiedad fuera de todos.
Pero la realidad le dio la vuelta a las previsiones de Marx. Los proletarios en lugar de «carecer de bienes» se rodearon de ellos: la prosperidad de los siglos XX y XXI les ha permitido tener casa en propiedad, coche, televisor, equipo de música, lavadora, nevera, ordenador y muchas cosas más. Así se acabó la conciencia de clase. La pregunta es si, en el futuro, no volveremos a aquel pasado que impulsó a Marx a escribir El manifiesto comunista.
Si los consumidores no quieren comprar coches, por ejemplo, sino pagar por usar coches temporalmente, ¿quién será el dueño de esos coches? Solo las grandes industrias o los grandes propietarios se permitirán tener flotas enormes de coches (como pasa con las empresas que trabajan para Cabify), de modo que los proletarios de hoy carecerán de bienes: ¿serán más infelices que los proletarios de 1848? Un enigma para Karl Marx.