
José de Arimatea bajando a Jesús de la cruz.
Autor: Desconocido.
Fecha probable de composición: Posterior a las Actas de Pilato, siglo V o posterior.
Lugar de composición: Desconocido.
Lengua original: Griego.
Fuente: Manuscrito Ambrosiano E 1900 del siglo XII.
Es un complemento más en versión griega de las Acta de Pilato, al estilo de la Anaphorá y de la Parádosis. Como el subtítulo expresa, José de Arimatea aparece como autor del relato, que ofrece una detallada presentación de los dos ladrones, que fueron crucificados con Jesús. Un robo de los libros sagrados, acaecido en el Templo, fue un nuevo motivo para acusar a Jesús. Pero la condena definitiva fue debida a sus temerarias afirmaciones contra el Templo (Mt 26, 61; Jn 12).
La pasión y la resurrección de Jesús tienen como apéndice una estancia en Galilea, en la que estaba acompañado por el buen ladrón, con la presencia testimonial de José de Arimatea, relator presunto de los hechos. Sus datos derivan de los Acta Pilati, y su contexto literario es similar al de la carta de Herodes a Pilato. Pero en este documento se ofrecen datos desconocidos en otros relatos, como el que Judas era sobrino de Caifás.
Declaración de José de Arimatea el que reclamó el cuerpo del Señor, que incluye también las causas de los dos ladrones.
José acusa a los judíos
1 1. Yo soy José de Arimatea, el que reclamé a Pilato el cuerpo del Señor Jesús para sepultarlo, y que por esta causa estoy preso en la cárcel por orden de los judíos, asesinos y enemigos de Dios. Ellos, aun poseyendo la Ley, fueron motivo de aflicción para el mismo Moisés. Y después de exasperar al legislador y no reconocer a Dios, crucificaron al Hijo de Dios, como dejaron claro para los que conocían quién era crucificado. Siete días antes de que Cristo padeciera, fueron enviados a Pilato desde Jericó dos ladrones condenados, cuya acusación era esta:
Gestas, el mal ladrón
- El primero de ellos, de nombre Gestas, mataba a espada a algunos caminantes, a otros los sometía al trance de dejarlos desnudos; a las mujeres las colgaba de los tobillos cabeza abajo y les cortaba los pechos; era aficionado a beber la sangre de los miembros de los niños; nunca conoció a Dios ni cumplía las leyes; realizaba acciones violentas desde el principio de su vida.
Judas, sobrino de Caifás
- Fue arrestado también Jesús el día cuarto antes de la Pascua por la tarde. Pero no había Pascua para Caifás ni para la multitud de los judíos, sino un gran duelo por el saqueo cometido por el ladrón en el santuario. Llamaron a Judas Iscariote para hablar con él. Era Judas hijo de un hermano del sacerdote Caifás. No era discípulo sincero de Jesús, sino que lo había persuadido con mentiras la muchedumbre de los judíos para que lo siguiera; pero no para que hiciera caso de los prodigios realizados por él, ni para que lo reconociera, sino para que se lo entregase a traición, con la intención de sorprenderlo en alguna mentira. Le habían dado regalos por una acción tan gloriosa junto con una didracma de oro al día. Llevaba ya dos años viviendo con Jesús, como dice uno de los discípulos llamado Juan.
Nuevas acusaciones contra Jesús
- Tres días antes de que Jesús fuera arrestado, dijo Judas a los judíos: «¡Vamos!, pongamos por caso que no fue el ladrón el que robó la Ley, sino el mismo Jesús, y yo presentaré pruebas». Cuando se dijeron estas palabras, entraba con nosotros Nicodemo, el que tenía las llaves del santuario, y dijo a todos: «No hagáis tal cosa». Ahora bien, Nicodemo era más sincero que toda la asamblea de los judíos. Dijo, pues, a gritos la hija de Caifás, de nombre Sara: «Pues este ha dicho en presencia de todos contra este lugar santo: «Puedo destruir este templo y en tres días levantarlo»» (Mt 26, 61). Los judíos le dijeron: «Tienes la confianza de todos nosotros». Y es que la consideraban como profetisa. Celebrado, pues, el consejo, fue arrestado Jesús.
Juicio de Jesús ante Anás y Caifás
2 1. Al día siguiente, miércoles, lo trasladaron a la hora de nona al palacio de Caifás. Y Anás y Caifás le dijeron: «Dinos, ¿por qué razón has robado nuestra Ley y has vendido en pública subasta las promesas de Moisés y de los profetas?». Pero Jesús nada respondió. Por segunda vez le volvieron a preguntar en presencia de toda la asamblea: «¿Por qué quieres tú destruir de un golpe el santuario que Salomón construyó en cuarenta y seis años?». Y tampoco respondió nada Jesús a estas palabras. El santuario de la sinagoga había sido, en efecto, saqueado por el ladrón.
Traición de Judas
- A la caída de la tarde del miércoles, toda la muchedumbre trataba de matar a fuego a la hija de Caifás por la pérdida de la Ley, porque no sabían cómo celebrar la Pascua. Pero ella les dijo: «Aguardad, hijos, demos muerte a este Jesús, se encontrará la Ley y la fiesta santa se celebrará solemnemente». En secreto, dieron Anás y Caifás oro abundante a Judas Iscariote, diciendo: «Di, como nos anunciaste de antemano: «Yo sé que la Ley ha sido robada por Jesús». Así la acusación recaerá sobre él y no sobre esta doncella irreprochable». Una vez dispuestas estas cosas, Judas les dijo: «Que no sepa todo el pueblo que yo he recibido instrucción de vosotros para hacer esta gestión contra Jesús. Pero liberad a Jesús, y yo convenceré al pueblo de que las cosas son así». Y con engaño pusieron a Jesús en libertad.
- Ahora bien, Judas entró en el santuario el jueves al amanecer y dijo a todo el pueblo: «¿Qué estáis dispuestos a darme, y yo os entregaré al destructor de la Ley y saqueador de los profetas?». Los judíos le respondieron: «Si nos lo entregas, te daremos treinta monedas de oro». No sabía el pueblo que Judas hablaba de Jesús, pues muchos confesaban que era Hijo de Dios. Judas, pues, recibió las treinta monedas de oro.
- Saliendo a la hora cuarta y a la hora quinta, encontró a Jesús que paseaba por la plaza. Cuando estaba para caer la tarde, dijo Judas a los judíos: «Dadme un refuerzo de soldados con espadas y palos, y yo os lo entregaré». Le dieron, pues, sirvientes para echarle mano. Cuando iban caminando, les dijo Judas: «Detened a aquel a quien yo bese, pues es el que ha robado la Ley y los profetas». Se acercó entonces a Jesús y lo besó, diciendo: «¡Salve, Maestro!». Era la tarde del jueves. Y habiéndolo apresado, lo entregaron a Caifás y a los pontífices, mientras decía Judas. «Este es el que ha robado la Ley y los profetas». Pero los judíos interrogaron injustamente a Jesús, diciendo: «¿Por qué has hecho estas cosas?». Y él nada respondió. Cuando Nicodemo y yo, José, vimos la cátedra de la corrupción, nos apartamos de ellos, pues no queríamos perecer junto con el consejo de los impíos.
Jesús es crucificado entre dos ladrones
3 1. Después de haber realizado muchas y terribles cosas contra Jesús en aquella noche, lo entregaron al gobernador Pilato al amanecer del viernes para que lo crucificara; con esta intención se reunieron todos. Hecha la investigación, ordenó el gobernador Pilato que fuera crucificado con dos ladrones. Fueron crucificados al mismo tiempo que Jesús a la izquierda Gestas y a la derecha Dimas.
- Empezó a gritar el que estaba a la izquierda, diciendo a Jesús: «Mira cuántos males he perpetrado en la tierra. Y si hubiera sabido que tú eras el rey, también hubiera acabado contigo. ¿Cómo es que dices que eres Hijo de Dios y no puedes ayudarte a ti mismo en esta necesidad? cómo vas a poder ayudar tú a otro que te suplique? Si tú eres el Cristo, baja de la cruz para que yo crea en ti. Pero ahora no te contemplo como un hombre, sino como una fiera salvaje, que pereces conmigo». Y empezó a decir muchas otras cosas contra Jesús, blasfemando y rechinando los dientes contra él. Pues aquel ladrón había caído cazado en la trampa del diablo.
- En cambio, el ladrón que estaba a la derecha, de nombre Dimas, al ver la gracia divina de Jesús, gritaba así: «Yo sé, Jesucristo, que tú eres Hijo de Dios. Te veo adorado como Cristo por miles de miríadas de ángeles; perdóname los pecados que he cometido; no hagas que en mi juicio vengan los astros contra mí, o la luna cuando vayas a juzgar a toda la tierra, porque fue durante la noche cuando realicé mis malos proyectos; no estimules al sol, ahora oscurecido por ti, para que diga los males de mi corazón, pues no puedo ofrecerte don alguno por el perdón de mis pecados. Ya la muerte me alcanza por mis errores; pero tú puedes expiarlos. Sálvame, Señor del universo, de tu juicio terrible. No des poder a mi adversario para que me devore y para hacerse el heredero de mi alma, como de la de ese que está colgado a tu izquierda. Pues observo cómo el diablo recibe gozosamente su alma, mientras sus carnes van desapareciendo. No ordenes que yo vaya a parar también a la porción de los judíos. Porque veo a Moisés y a los patriarcas sumidos en un gran llanto, mientras el diablo se regocija a costa de ellos. Por lo tanto, Señor, antes de que mi espíritu salga, manda que sean borrados mis pecados, y acuérdate de mí, pecador, en tu reino, cuando sobre tu trono grande y altísimo vayas a juzgar a las doce tribus de Israel. Pues has preparado un gran castigo para tu mundo por ti mismo».
- Cuando el ladrón terminó de hablar estas cosas, le dijo Jesús: «En verdad, en verdad te digo, Dimas, que hoy estarás conmigo en el paraíso. Pero los hijos del reino, descendientes de Abrahán, de Isaac, de Jacob y de Moisés serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí habrá llanto y crujir de dientes. Tú, en cambio, habitarás solo en el paraíso hasta mi segunda venida, cuando vaya a juzgar a los que no reconocieron mi nombre». Y añadió dirigiéndose al ladrón: «Márchate y di a los querubines y a las potestades que blanden la espada de fuego y que guardan el paraíso, desde que Adán, el primer creado, que vivió en él, transgredió y no guardó mis mandamientos, por lo que lo arrojaron de allí. Ninguno de los primeros verá el paraíso hasta que venga por segunda vez a juzgar a vivos y muertos. —Así lo ha escrito Jesucristo, el Hijo de Dios, el que bajó de las alturas de los cielos, el que surgió, sin separarse, del seno del Padre invisible, descendió al mundo para hacerse carne y ser clavado en una cruz para salvar a Adán a quien plasmó—. Aviso a mis potestades arcangélicas, a los porteros del paraíso, a los servidores de mi Padre. Quiero y ordeno que entre el que está crucificado conmigo, que ha recibido por mí el perdón de sus pecados, que entre en el paraíso revestido de un cuerpo incorruptible, y que habite allí donde nadie puede jamás habitar».
Y he aquí que, dichas estas cosas, Jesús entregó su espíritu a la hora de nona del viernes. Las tinieblas cubrían toda la tierra y, al producirse un gran terremoto, se vino abajo el santuario y el pináculo del Templo.
La sepultura
4 1. Yo, José, reclamé el cuerpo de Jesús y lo deposité en un sepulcro nuevo, donde nadie había sido sepultado. Del ladrón que estaba a la derecha no se pudo encontrar el cuerpo; pero el cadáver del de la izquierda tenía un aspecto como de dragón.
Prisión de José
Puesto que reclamé el cuerpo de Jesús para enterrarlo, llevados los judíos de un sentimiento de indignación, me encerraron en una cárcel donde se guardaba a la fuerza a los malhechores. Esto me sucedió en la tarde del sábado en la que estaban prevaricando los de nuestra nación. Y he aquí que nuestra misma nación tuvo que soportar el sábado terribles tribulaciones.
- Llegada la tarde del primer día después del sábado, a la hora quinta de la noche, vino a mí Jesús dentro de la cárcel en compañía del ladrón que había estado crucificado a su derecha y a quien él había enviado al paraíso. Hubo una gran luz en la prisión. Y quedó suspendida la casa por los cuatro ángulos, el lugar se descompuso y yo pude salir. Entonces reconocí a Jesús en primer lugar y después al ladrón, que traía una carta para Jesús. Mientras caminábamos hacia Galilea, brilló una gran luz, tal que la creación no podía soportarla. En cuanto al ladrón, exhalaba un gran aroma, propio del paraíso.
Carta traída por el buen ladrón
- Sentándose Jesús en cierto lugar, leyó así: «Los querubines y los ángeles de seis alas, que hemos recibido de tu divinidad la orden de custodiar el jardín del paraíso, por medio del que contigo fue crucificado manifestamos por tu disposición lo siguiente: «Cuando hemos visto la señal de los clavos del ladrón que fue crucificado contigo y en las letras el resplandor de tu divinidad, el fuego se apagó, al no poder soportar el resplandor de aquella señal. Y nosotros, llenos de miedo, quedamos espantados. Pues habíamos oído al autor del cielo, de la tierra y de toda la creación, que desde las alturas bajaba para poner su morada en las partes inferiores de la tierra a causa de Adán, el primer creado. Porque después de ver la cruz sin mancha, que resplandecía por causa del ladrón y que brillaba siete veces más que el resplandor del sol, nos pusimos a temblar dominados por la agitación de los infiernos. Entonces los ministros del abismo, junto con nosotros, dijeron con gran voz: Santo, santo, santo el que tiene el poder en las alturas. Y las potestades emitieron este grito: «Señor, has aparecido en el cielo y sobre la tierra, proporcionado la alegría de los siglos después de salvar de la muerte a la misma criatura»».
Jesús, resucitado
5 1. Tras contemplar estas cosas, mientras marchaba a Galilea con Jesús y el ladrón, J Jesús se transfiguró y no era como al principio antes de que fuera crucificado, sino que era totalmente luz. Los ángeles le servían constantemente, y Jesús hablaba con ellos. Pasé con él tres días, y no estaba ninguno de sus discípulos con él, sino solamente el ladrón.
- Y mediada ya la fiesta de los Ácimos, llegó su discípulo Juan. Todavía no habíamos visto al ladrón ni sabíamos lo que había ocurrido con él. Juan, pues, preguntó a Jesús: «¿Quién es este, que no has permitido que yo pueda ser visto por él?». Pero Jesús no le dio respuesta alguna. Y echándose a sus pies, le dijo: «Señor, sé que desde el principio me amaste; pues ¿por qué me ocultas a aquel hombre?». Jesús le respondió: «¿Por qué buscas lo secreto? Eres el colmo de la insensatez. ¿No ves cómo el perfume del paraíso ha llenado este lugar? ¿Es que no sabes quién era? El ladrón puesto en la cruz ha conseguido ser heredero del paraíso. En verdad, en verdad te digo que él es su único dueño hasta que llegue el gran día». Juan replicó: «Hazme digno de contemplarlo».
El buen ladrón
- Mientras hablaba Juan, apareció de repente el ladrón. Entonces Juan, estupefacto, cayó en tierra. Pero el ladrón no tenía la misma apariencia que antes de venir Juan, sino que era como un rey con gran poder, adornado con la cruz. Y se oía una voz emitida por una numerosa muchedumbre: «Has venido al lugar del paraíso preparado pura ti; hemos recibido del que te ha enviado la orden de servirte hasta el gran día». Al (Irse esta voz, el ladrón y yo, José, nos hicimos invisibles. Entonces yo me encontré en mi casa y no volví a ver a Jesús.
- He puesto por escrito estas cosas que yo mismo vi para que todos crean en Jesucristo crucificado, Señor nuestro, y no sean ya ministros de la ley de Moisés, sino que crean en los signos y prodigios realizados por Jesús, y para que, creyendo, heredemos la vida eterna y nos encontremos en el reino de los cielos. A él conviene dar gloria, poder, alabanza y majestad por los siglos de los siglos.