2.2.8. Muerte de Pilato.

Autor: Desconocido.

Fecha probable de composición: Anterior a la Leyenda áurea, de Jacobo de Vorágine, con base en leyendas antiguas.

Lugar de composición: Quizás Italia.

Lengua original: Latín.

Fuente: Manuscrito Ambrosiano de Milán L. 58 del siglo XVI.

Altamente valorada por Tischendorf, esta creación medieval latina recapitula datos y tradiciones provenientes de una época más antigua. Fue incluido su texto en la Leyenda áurea, de Santiago/Jacobo de Vorágine (siglo XIII). Refiere la misión desempeñada por Volusiano, diputado por Tiberio para recabar noticias sobre Jesús, médico que curaba todas las enfermedades. No pudo llevar consigo a Jesús, muerto ya, pero regresó a Roma acompañado de Verónica, dueña de un paño que tenía grabada la efigie de Jesús. Pilato escapó de la muerte y del furor del César porque se presentaba vistiendo la túnica inconsútil de Jesús. Descubierta la causa de su impunidad, se suicidó. Su cuerpo, rechazado por el Tíber; y luego por el Ródano, fue al fin arrojado a un pozo en las cercanías de Lausana.

 

Muerte de Pilato el que condenó a Jesús

Embajada de Tiberio a Jesús

Estando Tiberio César, emperador de los romanos, aquejado de una grave enfermedad, enterado de que en Jerusalén había un cierto médico, de nombre Jesús, que curaba todas las enfermedades con sola su palabra, ignorando que los judíos y Pilato le habían dado muerte, ordenó a un familiar suyo, de nombre Volusiano, lo siguiente: «Ve lo más pronto posible más allá del mar, y dirás a Pilato, servidor y amigo mío, que me envíe a este médico para que me devuelva mi anterior salud». El dicho Volusiano, oída la orden del emperador, partió inmediatamente y llegó junto a Pilato de acuerdo con lo que le habían mandado. Expuso a Pilato en persona lo que le había encargado Tiberio César, diciendo: «Tiberio César, emperador de los romanos, tu señor, habiendo oído que en esta ciudad hay un médico que con sola su palabra cura las enfermedades, te ruega encarecidamente que se lo envíes sin más para que le cure su enfermedad». Al oír Pilato estas palabras, quedó aterrado en gran manera, consciente de que lo había hecho matar por envidia. Pilato respondió al mismo mensajero, diciendo: «Aquel hombre era un malhechor, un hombre que atraía a todo el pueblo hacia sí. Por eso, celebrado un consejo con los sabios de la ciudad, hice que fuera crucificado».

 

Verónica y la faz de Jesús

Cuando aquel mensajero regresaba a su residencia, se encontró con una mujer llamada Verónica, que había conocido a Jesús, y le dijo: «¡Oh mujer!, ¿por qué dieron muerte los judíos a un cierto médico que había en esta ciudad, que con sola su palabra curaba a los enfermos?». Ella empezó a llorar, diciendo: «¡Ay de mí! Señor, Dios mío y Señor mío, a quien Pilato entregó por envidia, lo condenó y mandó que fuera crucificado». Entonces él, con dolor desmedido, le dijo: «Lo lamento vivamente, porque no puedo cumplir el encargo que me había encomendado mi señor». Le dijo Verónica: «Cuando mi Señor se iba por ahí predicando, y yo carecía de su presencia muy a pesar mío, quise que me pintaran su imagen, para que mientras me veía privada de su presencia me diese al menos consuelo la figura de su imagen. Y cuando llevaba el lienzo al pintor para que me la pintara, mi Señor me salió al paso y me preguntó adónde iba.

Cuando le expliqué la causa de mi marcha, me pidió el lienzo y me lo devolvió señalado con la imagen de su venerable faz. Por consiguiente, si tu señor mira con devoción su aspecto, obtendrá inmediatamente el beneficio de su curación». Él le preguntó: «Esta imagen puede acaso comprarse con oro o con plata?». Ella respondió: «No, sino con un piadoso afecto de devoción. Marcharé, pues, contigo y llevaré la imagen para que el César la vea; luego volveré».

 

Verónica en Roma

Así pues, vino Volusiano a Roma en compañía de Verónica y dijo al emperador Tiberio: «A Jesús, al que hace tiempo deseabas ver, lo entregaron Pilato y los judíos a una muerte injusta, y por envidia lo castigaron con el tormento de la cruz. Pero ha venido conmigo una cierta matrona que trae una imagen del mismo Jesús; si la miras devotamente, conseguirás enseguida el beneficio de tu salud». César hizo que el camino fuera cubierto con paños de seda, y ordenó que le presentaran la imagen. Tan pronto como fijó en ella sus ojos, recuperó su antigua salud.

 

Arresto y condena de Pilato

Ahora bien, Pilato por mandato del César fue detenido y conducido a Roma. Al oír el César que Pilato había llegado a Roma, se llenó de un furor desmedido contra él y ordenó que se lo llevaran. Pilato, por su parte, había llevado consigo la túnica inconsútil de Jesús, que tenía puesta cuando se presentó ante el emperador. Tan pronto como el emperador lo vio, renunció a toda su ira, se levantó rápido ante él y no tuvo valor para dirigirle ninguna dura palabra. Y el que en su ausencia parecía tan terrible y tan fiero, ahora en su presencia actuaba en cierto modo con mansedumbre. Y en cuanto lo despidió, se enardeció terriblemente contra él, llamándose a gritos miserable porque no le había demostrado en absoluto el furor de su pecho. Inmediatamente hizo que lo volvieran a llamar, jurando y afirmando que era hijo de muerte y que no tenía derecho a vivir sobre la tierra. Pero cuando lo vio, al punto lo saludó y abandonó toda la ferocidad de su alma. Todos estaban admirados, y él mismo también, de que mientras Pilato estaba ausente, se sentía enardecido contra él, y mientras estaba presente, no podía decirle nada con aspereza. Finalmente, bien por inspiración divina, bien por indicación de algún cristiano, hizo que fuera despojado de aquella túnica. Enseguida recuperó contra él la anterior ferocidad de su alma. Al estar el emperador fuertemente admirado con ello, le dijeron que aquella túnica había sido del Señor Jesús. Entonces el emperador ordenó que fuera enviado a la cárcel, hasta que deliberase con el consejo de los sabios qué convendría hacer con él. Pocos días después, se dio contra Pilato la sentencia de que fuera condenado a una muerte ignominiosa por demás. Al oír Pilato la noticia, se suicidó con su propio cuchillo.

 

El cadáver de Piloto, rechazado por la tierra

Conocida la muerte de Pilato, dijo el César: «Verdaderamente ha muerto con una muerte ignominiosa, como que ni su propia mano le perdonó».

Atado a una mole considerable, fue arrojado al fondo del río Tíber. Unos espíritus malignos e inmundos, gozosos con aquel cuerpo maligno e inmundo, se movían por I llenas aguas y provocaban relámpagos y tempestades, truenos y granizo, hasta el punto de que todos estaban sobrecogidos de un horrible temor. Por esa razón los romanos lo extrajeron del río Tíber, lo deportaron a Viena de las Galias en son de burla y lo sumergieron en el río Ródano. Viena suena algo así como camino de la gehenna o infierno, porque en aquel tiempo era un lugar maldito. Pero allí acudieron también los malos espíritus, obrando las mismas cosas. Ahora bien, aquellos hombres, no aguantando tan gran acometida de los demonios, retiraron aquel vaso de maldición y encargaron que lo sepultaran en el territorio de Lausana. Pero al sentirse sus habitantes demasiado molestos con las predichas acometidas, lo retiraron de allí y lo sumergieron en un pozo rodeado de montañas, donde todavía, según cuentan algunos, se producen ciertas maquinaciones diabólicas.

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