Este relato está considerado como prolongación de la Anaphorá (véase anteriormente 2.2.3). Su paralelismo en estilo y sensibilidad ha hecho pensar en la posibilidad de que se trate de una obra del mismo autor. Lo mismo que la Anaphorá, también esta Parádosis claramente favorable al prefecto en detrimento de los judíos, «instigadores y responsables» de la muerte de Jesús. Hasta el punto de que la muerte de Pilato, precedida de una sentida plegaria, tiene el carácter de una gloriosa liberación más que de castigo.
Consecuencias de la muerte de Jesús
1 Llegó la carta a la ciudad de los romanos y fue leída al César en presencia de no 1 pocos testigos. Todos quedaron estupefactos, porque a causa de la injusticia cometida por Pilato, las tinieblas y el terremoto se habían extendido sobre toda la tierra. Y el César, lleno de ira, ordenó que llevaran preso a Pilato.
Pilato trasladado a Roma
2 Trasladado Pilato a la ciudad de Roma, cuando el César oyó que había llegado, G tomó asiento en el templo de los dioses al frente de todo el Senado, con todo su aparato militar y el conjunto de sus fuerzas, ordenó que Pilato se adelantara. Y el César le dijo: «¿Por qué te atreviste a hacer tales cosas, hombre infame, después de ver signos tan grandes como los que hacía aquel hombre? Por haberte atrevido a cometer malas acciones, has llevado a la ruina al mundo entero».
Juicio de Pilato ante el emperador
3 Pilato respondió: «Soberano emperador, yo soy inocente de estas cosas; los instigadores y los culpables son la turba de los judíos». El César le dijo: «¿Quiénes son ellos?». Contestó Pilato: «Herodes, Amuelo, Filipo, Anás y Caifás y toda la multitud de los judíos». El César replica: «¿Por qué razón seguiste tú su consejo?». Dijo Pilato: «Su nación es revoltosa y rebelde, y no se somete a tu autoridad». El César dijo: «Tan pronto como te lo entregaron, debiste ponerlo en lugar seguro y enviármelo a mí, y no dejarte convencer por ellos para crucificar a un hombre así, justo, que realizaba prodigios tan buenos como tú mismo decías en tu relación. Pues por tales signos era evidente que Jesús era el Cristo, el rey de los judíos».
4 Cuando el César dijo estas cosas y pronunció el nombre de Cristo, se vino abajo toda la multitud de los dioses, que quedaron reducidos a polvo en el lugar donde estaba sentado el César con el Senado. Y todos los del pueblo, que estaban presentes junto al César, quedaron llenos de temor cuando oyeron pronunciar aquel nombre y vieron caer a sus dioses. Todos, en efecto, sobrecogidos de miedo, marcharon cada uno su casa, maravillados por lo sucedido. Ordenó, pues, el César que Pilato fuera custodiado con seguridad, para poder conocer la verdad sobre Jesús.
5 Al día siguiente, sentándose el César en el Capitolio con todo el Senado, trataba de J interrogar nuevamente a Pilato. Dijo el César: «Di la verdad, hombre infame, porque por la acción impía que intentaste contra Jesús se ha puesto de manifiesto la práctica de tus malas obras por la caída de los dioses. Responde, pues: «¿Quién es aquel crucificado, cuyo nombre ha traído la ruina a todos los dioses?». Pilato contestó: «Realmente, todas sus memorias son verdaderas. Yo mismo me convencí por sus obras de que era más grande que todos los dioses que nosotros veneramos». El César replicó: «¿Por qué razón, pues, tuviste el atrevimiento de actuar así contra él si sabías quién era? ¿,0 acaso maquinabas algún mal contra mi reino?». Dijo Pilato: «Por la injusticia y la revuelta de los malvados y ateos judíos hice lo que hice».
Decreto contra los judíos
6 Montando el César en cólera, celebró consejo con todo el Senado y con su fuerza militar. Y ordenó emitir un decreto contra los judíos de este tenor: «A Liciano, el que ostenta la autoridad de la provincia oriental, salud. He tenido noticia de la osadía, acaecida en los tiempos actuales, de parte de los habitantes de Jerusalén y de las ciudades judías de alrededor, de que han obligado a Pilato a crucificar a un cierto dios llamado Jesús. Delito por el que el mundo, envuelto en tinieblas, era arrastrado a la perdición. Procura, pues, presentarte a ellos rápidamente junto con abundantes soldados y proclamar la cautividad por medio de este decreto. Cumple esta orden de marchar contra ellos, y obligándolos a la dispersión, somételos a servidumbre entre todas las naciones. Expulsando de toda Judea hasta la parte más pequeña de su nación, procura que no aparezca nada de ella, porque están llenos de maldad».
7 Llegado este decreto a la región oriental, Liciano obedeció por miedo al decreto y puso a toda la nación de los judíos en trance de exterminio. A los que quedaron en Judea les permitió que marcharan a la diáspora como esclavos. Tuvo noticia el César de cuanto había realizado Liciano contra los judíos en la región oriental, lo que le agradó.
Pilato condenado a muerte
8 El César se dispuso de nuevo a interrogar a Pilato. Y ordenó a un jefe de nombre Albio que cortara la cabeza a Pilato, diciendo: «Lo mismo que este levantó la mano contra el hombre justo llamado Cristo, de modo semejante caerá también él sin posibilidad de salvación».
Oración de Pilato
9 Cuando Pilato llegó al lugar, oró en silencio, diciendo: «Señor, no me pierdas con 7 los malvados hebreos, porque yo no hubiera levantado mis manos contra ti si no hubiera sido a causa del pueblo de los impíos judíos, porque provocaron un tumulto contra mí. Pero yo actué por ignorancia. No me pierdas, pues, por este pecado, sino sé benevolente conmigo, Señor, y con tu sierva Procla, que permanece conmigo en esta hora de mi muerte. A ella la designaste para que profetizara que ibas a ser clavado en una cruz. No la condenes también a ella por mi pecado, sino perdónanos y cuéntanos entre la porción de tus justos».
10 Y he aquí que al terminar Pilato su oración, vino una voz del cielo que decía: «Te llamarán bienaventurado todas las generaciones e instituciones de las naciones, porque en tu tiempo se cumplieron todas estas cosas que habían sido anunciadas por los profetas acerca de mí. Tú tendrás que aparecer como mi testigo en mi segunda venida, cuando juzgue a las doce tribus de Israel y a los que no han reconocido mi nombre». El prefecto sacudió la cabeza de Pilato, y he aquí que un ángel del Señor la recibió. Cuando vio su mujer Procla al ángel que venía y recibía su cabeza, llena de alegría, entregó también ella su espíritu y fue sepultada con su marido.