Autor: Desconocido.
Fecha probable de composición: Siglos VIII/X.
Lugar de composición: Quizá Francia.
Lengua original: Latín.
Fuente: Dos manuscritos del siglo XIV conservados en Venecia y Milán.
Este texto latino contiene detalles que despertaron un alto interés en la piedad cristiana, pues las tradiciones de fondo —a pesar de los errores históricos evidentes e hilarantes— eran consoladoras para la piedad. Un ismaelita, de nombre Natán, pone a Tito en contacto con los recuerdos de Cristo, circunstancia que bastó por sí sola para que sanara de una especie de cáncer de nariz y rostro. Velosiano, emisario del emperador Tiberio, en busca del sanador Jesús, logra dar con su efigie, que se encontraba en poder de Verónica, la hemorroísa del Evangelio (Mc 5, 25-34 paral.). El emisario y Verónica viajan a Roma portadores de la faz del Salvador. Tiberio, enfermo de lepra y otras dolencias, a la vista de la faz, queda sano, y su carne se torna como la de un niño pequeño. La destrucción de Jerusalén y la ruina de los enemigos de Jesús es la «venganza» que merecían los que tramaron su crucifixión. La obra, no obstante su aceptación, está llena de incongruencias y absurdos históricos. No es el menor el dato del bautismo de Tito y Tiberio o la conjunción geográfica de Libia con Aquitania.
Intento de pacto con Roma
1 En los días del emperador Tiberio César, siendo Herodes tetrarca, bajo el mando de Poncio Pilato, fue entregado Cristo por los judíos y rehabilitado por Tiberio. En aquellos días estaba Tito como régulo bajo la autoridad de Tiberio en la región de Aquitania, en la ciudad de Libia de nombre Burgidala (Burdeos). Ahora bien, Tito tenía una herida en la parte derecha de la nariz por causa de un cáncer, y tenía destrozada la cara hasta el ojo.
2 Salió de Judea un cierto hombre, de nombre Natán, hijo de Naúm. Era un ismaelita, que marchaba de tierra en tierra y de mar en mar, por todos los confines del orbe. Natán fue enviado desde Judea al emperador Tiberio, para llevar el pacto que habían hecho con la ciudad de Roma. Pero Tiberio se encontraba delicado y lleno de úlceras y fiebres, con nueve clases de lepra.
Naufragio de Natán
3 Quiso Natán dirigirse a la ciudad de Roma. Pero sopló un viento del Norte, que impidió su navegación y lo desvió hacia una ciudad de Libia. Viendo Tito la nave que se acercaba, conoció que venía de Judea. Todos quedaron admirados y dijeron que nunca habían visto que un navío así viniera de aquella región.
4 Ordenó, pues, Tito llamar al patrón de la nave y le preguntó quién era. Él respondió: «Yo soy Natán, hijo de Naúm, de la estirpe de los ismaelitas, y en Judea soy súbdito de Poncio Pilato. He sido enviado al emperador Tiberio para llevar un pacto desde Judea. Pero se desencadenó un fuerte viento en el mar que me desvió a una tierra que no conozco.
5 Le dijo Tito: «Si pudieses de algún modo encontrar un remedio, de unturas o de J hierbas, que pudiera curar la herida que tengo, como ves, en el rostro, de manera que me curase y recobrase mi salud anterior, te colmaría de abundancia de bienes».
Noticias de Jesús
6 Natán le respondió: «No sé, ni conozco tales cosas, Señor, de las que tú me hablas. U Sin embargo, si hubieses estado en tiempos pasados en Jerusalén, hubieras encontrado a un profeta elegido, que se llamaba Emmanuel (pues él había de salvar al pueblo de sus pecados). Hizo su primer milagro en Caná de Galilea convirtiendo el agua en vino, con su palabra limpió a los leprosos, ahuyentó a los demonios, resucitó a tres muertos; liberó a una mujer sorprendida en adulterio y condenada por los judíos para ser lapidada; a otra mujer, de nombre Verónica, que padecía flujo de sangre desde hacía doce años y que se acercó por detrás y tocó la orla de su vestido, la sanó; con cinco panes y dos peces sació a cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, y todavía sobraron doce espuertas de fragmentos. Hizo todas estas cosas y otras muchas antes de su pasión. Después de su resurrección lo vimos en carne como había sido antes».
7 Tito le dijo: «¿Cómo resucitó de entre los muertos si estuvo muerto?». Respondió Natán, diciendo: «Manifiestamente murió, fue colgado en una cruz, fue bajado de olla y durante tres días permaneció en el sepulcro; después resucitó de entre los muertos, descendió a los infiernos y liberó a los patriarcas, a los profetas y a todo el género humano; luego se apareció a sus discípulos y comió con ellos; después lo vieron subir al cielo. Es, pues, verdad todo lo que os digo. Yo lo vi con mis propios ojos, lo mismo que la casa toda de Israel». Y dijo Tito estas palabras: «¡Ay de ti, emperador Tiberio, lleno de úlceras y rodeado de la lepra! Porque tal escándalo se cometió durante tu reinado; promulgaste tales leyes en Judea, la tierra donde nació nuestro Señor Jesucristo, por las que arrestaron al rey y mataron al gobernador de los pueblos, pero no permitieron que viniera a nosotros para curarte de la lepra y limpiarme de mi enfermedad. Por ello, si hubieran estado delante de mí, mataría con mis propias manos los cuerpos de aquellos judíos y los suspendería de un tosco madero, porque disteis muerte a mi Señor , y mis ojos no fueron dignos de ver su rostro».
Milagrosa curación de Tito
8 Dicho esto, desapareció al punto la herida del rostro de Tito, y su carne y su rostro recobraron la salud. Y todos los enfermos que allí había quedaron sanos en aquella hora. Pero exclamó Tito junto con todos ellos diciendo con gran voz: «Rey mío y Dios mío, nunca te había visto y me has curado; mándame ir navegando sobre las aguas a la tierra de tu natividad, para que tome venganza de tus enemigos. Y ayúdame, Señor, para que pueda destruirlos y vengar tu muerte; tú, Señor, entrégalos a mis manos».
Bautismo de Tito
9 Dichas estas cosas, ordenó que lo bautizaran. Pero llamó a Natán y le dijo: «¿Cómo viste que eran bautizados los que creen en Cristo? Ven a mí y bautízame en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, amén. Pues también yo creo firmemente en el Señor Jesucristo con todo mi corazón y con toda mi alma, porque en todo el mundo no hay otro que me ha creado y me ha curado de mis heridas».
Esto dicho, envió mensajeros a Vespasiano para que viniera a toda prisa con los más fuertes varones, preparados como para la guerra.
10 Entonces Vespasiano tomó consigo cinco mil hombres armados, y todos acudieron en tropel a donde estaba Tito. Cuando llegaron a la ciudad de Libia, dijo el jefe a Tito: «¿Cuál es la razón por la que me has hecho venir aquí?». Él respondió: «Has de saber que Jesús ha venido a este mundo, nació en un lugar de Judea llamado Belén, fue entregado por los judíos, flagelado y crucificado en el monte Calvario, resucitó al tercer día de entre los muertos; sus discípulos lo vieron con la misma carne con la que nació, se manifestó a sus discípulos, y ellos creyeron en él. Nosotros, por cierto, queremos también hacernos discípulos suyos. Vayamos, pues, ahora y borremos de la tierra a sus enemigos, para que se conozca que no hay nadie semejante al Señor nuestro Dios sobre la superficie de la tierra».
Destrucción de Jerusalén
11 Celebrado, pues, el consejo, salieron de la ciudad de Libia, llamada Burgidala, y se embarcaron con rumbo a Jerusalén. Pusieron sitio al reino de los judíos y comenzaron a provocar su perdición. Cuando los reyes de los judíos tuvieron noticia de sus hechos y de la destrucción de la tierra, quedaron sobrecogidos de temor y altamente desconcertados. Entonces Arquelao se turbó en sus palabras y dijo a su hijo: «Hijo mío, recibe mi reino y adminístralo; toma consejo con los demás reyes que hay en la tierra de Judá, para que podáis escapar de nuestros enemigos». Dicho esto, desenvainó su espada y se arrojó sobre ella, inclinó luego su más aguda espada, se la hundió en el pecho y murió.
12 Su hijo se alió con otros reyes que estaban bajo su autoridad. Tomaron consejo Li en común y se concentraron dentro de Jerusalén en compañía de sus nobles, que habían estado presentes en el consejo, y permanecieron allí siete años.
13 Tito y Vespasiano tomaron la decisión de poner sitio a su ciudad. Y así lo hicieron. Cumplidos, pues, siete años, aumentó gravemente el hambre; y por la falta de pan empezaron a comer tierra.
14 Entonces todos los soldados de los cuatro reyes tomaron consejo entre sí y dijeron: «Nosotros vamos a morir. ¿Qué va hacer Dios con nosotros? ¿O qué nos aprovecha nuestra vida, ya que los romanos han venido para conquistar nuestra tierra y nuestra gente? Más nos vale que nos matemos nosotros a nosotros mismos, y que no digan los romanos que son ellos los que nos mataron y celebren sobre nosotros la victoria». Sacaron, pues, sus espadas y se hirieron; y murieron de ellos doce mil hombres.
15 Se produjo entonces un hedor grande en aquella ciudad por los cadáveres de aquellos muertos. Y sus reyes tuvieron un desmedido temor mortal y no pudieron soportar el hedor de aquellos, ni sepultarlos, ni arrojarlos fuera de la ciudad. Dijeron entre sí: «¿Qué podemos hacer? Nosotros, por cierto, entregamos a Cristo a la muerte, pero ya hemos sido nosotros entregados también a la muerte. Cambiemos nuestra actitud y entreguemos a los romanos las llaves de la ciudad, porque Dios nos ha entregado ya a la muerte». Y enseguida se subieron a los muros de la ciudad y empezaron todos a gritar a grandes voces, diciendo: «Tito y Vespasiano, recibid las llaves de la ciudad, que os ha entregado el Mesías, llamado Cristo».
16 Entonces se entregaron en manos de Tito y de Vespasiano, y dijeron: «Juzgadnos, porque debemos morir, porque nosotros juzgamos a Cristo y lo entregamos sin motivo alguno». Tito y Vespasiano los arrestaron, y a unos los lapidaron, a otros los colgaron en la cruz con los pies arriba y la cabeza abajo, y los atravesaron con lanzas; a otros los entregaron para venderlos, a otros se los repartieron entre sí e hicieron cuatro partes, »no ellos habían hecho con las vestiduras de Cristo. Y dijeron: «Vendieron a Cristo por treinta monedas de plata, vendamos nosotros a treinta de ellos por un denario». Y así lo hicieron. Hecho esto, se apoderaron de todas las tierras de Judea y de Jerusalén.
Verónica y la faz de Jesús
17 Enviaron entonces a investigar sobre la faz o rostro de Cristo, para tratar de contarlo. Y hallaron a una mujer, llamada Verónica, que lo tenía. Luego detuvieron a Pilato y lo metieron en la cárcel para que fuera custodiado por cuatro escuadrones de soldados, situados a la puerta de la cárcel.
Misión de Velosiano
18 Enseguida mandaron mensajeros a Tiberio, emperador de la ciudad de Roma, para que les enviara a Velosiano. Tiberio le dijo (a Velosiano): «Toma todo lo que necesites para el mar, desembarca en Judea y busca a un discípulo de aquel que se llamaba Cristo y Señor. Dile que venga a mí para que en el nombre de su Dios me cure de la lepra y de las enfermedades que a diario me atormentan gravemente, y también de las heridas, pues yo me encuentro bastante mal. Y envía para los reyes de los judíos, que están sometidos a mi imperio, tus garfios y terribles instrumentos de tortura, porque mataron a Jesucristo Nuestro Señor, y condénalos a muerte. Si encuentras a tal hombre que pueda librarme de esta enfermedad, yo creeré en Cristo, el Hijo de Dios, y haré que me bauticen en su nombre». Velosiano dijo: «Señor emperador, si encuentro a tal hombre que nos pueda ayudar y liberar, ¿qué recompensa le prometeré?». Respondió Tiberio: «La mitad completa de mi reino».
19 Entonces Velosiano marchó inmediatamente, embarcó en la nave, desplegó velas para navegar y navegó mar adelante. Duró la travesía un año y siete días, en cuyo tiempo llegó a Jerusalén. Ordenó enseguida que algunos de los judíos acudieran a su presencia. Y empezó a investigar qué había sucedido con Cristo.
Testimonio de José y Nicodemo
20 Entonces José, de la ciudad de Arimatea, y Nicodemo llegaron juntos. Nicodemo dijo: «Yo lo vi personalmente, y sé que en verdad es el Salvador del mundo». José, por su parte, dijo: «Y yo lo bajé de la cruz y lo deposité en un sepulcro nuevo, que estaba excavado en la roca. Los judíos me arrestaron y encerraron el viernes por la tarde. Mientras me encontraba en oración el día del sábado, la casa quedo suspendida por los cuatro ángulos, y vi al Señor Jesucristo como un relámpago de luz y, presa de temor, caí en tierra. Él me dijo: «Mírame, que yo soy Jesús, cuyo cuerpo enterraste en tu sepulcro». Yo le dije: «Muéstrame el sepulcro donde te deposité». Jesús me tomó con su diestra y me condujo al lugar donde lo había sepultado».
21 Llegó también una mujer, llamada Verónica, que le dijo: «Yo también toqué entre la turba la orla de su vestido, pues durante doce años había sufrido flujo de sangre, y enseguida me curó».
22 Entonces Velosiano dijo a Pilato: «Tú, impío y cruel Pilato, ¿por qué mataste al G Hijo de Dios?». Pilato respondió: «Su pueblo y los pontífices Más y Caifás me lo entregaron». Velosiano replicó: «Impío y cruel, eres digno de muerte y de un castigo cruel». Y lo devolvió a la cárcel.
La faz camino de Roma
23 Velosiano buscó, por fin, la faz o el rostro del Señor. Y le dijeron todos los que J allí estaban: «Una mujer, llamada Verónica, es la que tiene el rostro del Señor en su propia casa». Inmediatamente ordenó que fuera conducida ante su presencia. Y le dijo: «¿Tienes tú el rostro del Señor en tu casa?». Ella lo negó. Entonces Velosiano mandó que recibiera tormento hasta que mostrara el rostro del Señor. Ella, viéndose obligada, declaró: «Yo, señor mío, lo tengo en una sábana limpia, y cada día lo adoro». Velosiano le dijo: «Muéstramelo». Entonces ella le enseñó el rostro del Señor». Velosiano, tan pronto como lo vio, se postró en tierra. Lo tomó con corazón dispuesto y fe recta, lo envolvió en un lienzo de oro, lo colocó en un cofrecillo y lo selló con su anillo. Y juró solemnemente, diciendo: «Vive el Señor Dios y por la salud del César, que no lo verá más nadie sobre la faz de la tierra hasta que yo vea el rostro de mi señor Tiberio».
24 Dicho esto, los nobles más importantes de Judea tomaron a Pilato y lo condujeron a un puerto de mar. Pero Velosiano tomó el rostro del Señor en compañía de todos sus discípulos y todos sus estipendios, y aquel mismo día se embarcaron en la nave.
25 Entonces Verónica abandonó por el amor de Cristo cuanto poseía y siguió a Velosiano. Y Velosiano le dijo: «¿Qué quieres o qué buscas, mujer?». Ella respondió: «Yo busco el rostro de nuestro Señor Jesucristo, que me iluminó, no por mis méritos, sino por su santa piedad… Devuélveme el rostro de mi Señor Jesucristo, pues me muero por este buen deseo. Si no quieres devolvérmelo, no cesaré hasta que vea dónde lo ponéis, porque yo, miserable de mí, le serviré todos los días de mi vida. Pues creo que mi Redentor vive eternamente».
26 Entonces Velosiano mandó que Verónica fuera llevada con él a la nave. Y desplegadas las velas, iniciaron la navegación en el nombre del Señor y atravesaron el mar. Ahora bien, Tito y Vespasiano subieron a Judea y tomaron venganza de todos los pueblos de aquella tierra. Velosiano, por su parte, transcurrido un ario, llegó a la ciudad de Roma, dejó su navío en el río llamado Tíberis o Tíber, y entró en la ciudad. Envió un mensajero a su lateranense señor, el emperador Tiberio, dándole noticia de su feliz llegada.
27 El emperador Tiberio, oído el mensaje de Velosiano, se alegró profundamente y mandó que acudiera a su presencia. Y cuando llegó, lo llamó, diciendo: «Velosiano, ¿qué tal has llegado y qué has visto en la región de Judea con relación a Cristo, el Señor, y a sus discípulos? Indícame, por favor, quién es el que me va a curar de mi enfermedad, para que pueda quedar limpio enseguida de esta lepra que soporto sobre mi cuerpo, y entregaré todo mi reino a tu poder y al suyo».
Relación de Velosiano
28 Dijo Velosiano: «Señor emperador mío, yo he encontrado en Judea a tus servidores Tito y Vespasiano, temerosos del Señor, que han sido curados de todas sus úlceras y dolencias. Descubrí que por orden de Tito habían sido colgados todos los reyes y jefes de Judea, que Más y Caifás habían sido lapidados, que Arquelao se había atravesado con una lanza; a Pilato lo envié preso a Damasco, y está encerrado en la cárcel bajo una custodia segura. Pero también he hecho averiguaciones sobre Jesús, contra quien se lanzaron los judíos de mala manera con espadas, palos y otras armas, y lo crucificaron. Él tenía que venir a nosotros para liberarnos e iluminarnos, pero lo colgaron de un madero. Vinieron José de Arimatea y Nicodemo con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras para ungir el cuerpo de Cristo. Lo bajaron de la cruz y lo depositaron en un sepulcro nuevo. Al tercer día resucitó con toda seguridad de entre los muertos, y se manifestó a sus discípulos con la misma carne con la que había nacido. Finalmente, después de cuarenta días, lo vieron subir al cielo. Por cierto, que Jesús hizo también otros muchos signos antes y después de su pasión. En primer lugar, convirtió el agua en vino; luego resucitó a muertos, limpió a leprosos, dio vista a ciegos, curó a paralíticos, arrojó a demonios, hizo oír a los sordos y hablar a los mudos; resucitó a Lázaro, que llevaba ya cuatro días en el sepulcro; a Verónica, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años y tocó la orla de su vestido, le devolvió la salud.
29»Entonces agradó al Señor de los cielos que el Hijo de Dios que, enviado a este mundo, fue el primogénito de los muertos en la tierra, enviara a su ángel, quien dio órdenes a Tito y Vespasiano, a los que conocí en este lugar donde se encuentra tu trono. Agradó también a Dios omnipotente el hecho de que marcharan a Judea y a Jerusalén, prendieran a tus súbditos y los sometieran a un juicio prácticamente igual al juicio a que sometieron a Jesús cuando lo detuvieron y ataron».
30 Vespasiano dijo después: «¿Qué haremos con los que van a quedar?». Tito respondió: «Ellos colgaron a nuestro Señor en un madero verde y lo hirieron con una lanza; nosotros, pues, colguémoslos en un madero seco y atravesemos con una lanza sus cuerpos». Y así lo hicieron. Pero Vespasiano insistió: «Qué vamos a hacer con los que han quedado?». Tito respondió: «Tomaron la túnica de nuestro Señor Jesucristo y de ella hicieron cuatro partes; tomémoslos ahora nosotros y dividámoslos en cuatro partes, una para ti, otra para mí, otra para tus hombres y la cuarta parte para mis siervos». Y así lo hicieron. Dijo otra vez Vespasiano: «¿Qué haremos con los que han quedado?». Tito respondió: «Aquellos judíos vendieron a nuestro Señor por treinta monedas de plata; ahora nosotros vendamos a treinta de ellos por una de esas monedas». Y así lo hicieron. «Prendieron a Pilato y me lo entregaron. Yo lo encerré en la cárcel para que fuera custodiado por cuatro escuadrones de soldados en Damasco».
31 A continuación enviaron a investigar con toda diligencia dónde estaba la faz del Señor. Y hallaron a una mujer llamada Verónica, que poseía dicha faz.
Curación y bautismo de Tiberio
32 Entonces dijo a Velosiano el emperador Tiberio: «¿Cómo es que tú la tienes?». Li Él respondió: «La tengo en un lienzo limpio de oro envuelta en mi capa». El emperador Tiberio le dijo: «Tráemela y extiéndela ante mi rostro para que yo, postrado en tierra y de rodillas, la adore». Entonces Velosiano extendió su capa con el lienzo de oro donde está grabada la faz del Señor. Y el emperador Tiberio la vio. Él adoró enseguida la imagen del Señor con un corazón puro, y quedó limpia su carne como la carne de un niño pequeño. Y todos los ciegos, leprosos, cojos, mudos, sordos y aquejados de enfermedades, que por allí estaban, se curaban, y quedaron sanos y limpios.
33 Pero el emperador Tiberio, inclinando la cabeza y doblando las rodillas, considerando aquellas palabras «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que mamaste» (Lc 11, 27), dirigió un gemido al Señor, diciendo entre lágrimas: «Dios del cielo y de la tierra, no me permitas que peque, sino confirma mi alma y mi cuerpo y colócalos en tu reino, porque en tu nombre confío siempre; líbrame de todos los males, lo mismo que libraste a los tres niños del horno de fuego ardiente».
34 Dijo después el emperador Tiberio a Velosiano: «Velosiano, ¿has visto tú a algún hombre de los que vieron a Cristo?». Velosiano respondió: «Sí que lo he visto». Dijo Tiberio: «¿Preguntaste cómo bautizan a los que creen en Cristo?». Dijo Velosiano: «Aquí, señor mío, tenemos a uno de los discípulos del mismo Cristo». Ordenó entonces que llamaran a Natán para que viniera a su presencia. Vino, pues, Natán y lo bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén. Enseguida el emperador Tiberio, curado de todas sus dolencias, subió sobre su trono y dijo: «Bendito eres, Señor Dios omnipotente y digno de alabanza, que me libraste del lazo de la muerte y me limpiaste de todas mis iniquidades, porque he pecado mucho en tu pi esencia, Señor Dios mío, y no soy digno de ver tu rostro». Entonces el emperador Tiberio fue instruido plenamente en todos los artículos de la fe con firme convencimiento.
Conclusión
35 El mismo Dios omnipotente, que es rey de reyes y Señor de los que dominan, 5 nos proteja en su fe, nos defienda y libre de todo peligro y de todo mal, y se digne conducirnos a la vida eterna cuando termine nuestra vida temporal. Él es bendito por los siglos de los siglos. Amén.