1.- LOS ORÍGENES DEL SINDICALISMO (EN ESPAÑA HASTA 1976).

El sindicalismo obrero nace y viene determinado por la respuesta que la naciente clase obrera da al proceso de industrialización y a las formas de producción capitalista iniciadas a finales del S. XVIII, a las condiciones de trabajo en que éstas se desarrollan y a la explotación sistemática de los trabajadores. Se puede decir que la formación de la clase obrera se halla íntimamente ligada al desarrollo del asociacionismo sindical. Y que éste se halla en la base de la toma de conciencia social que el movimiento obrero hace de su situación histórica.

En efecto, desde la evolución de la manufactura artesana hasta la gran industria que hoy conocemos, las luchas obreras han pasado por graves vicisitudes: primero, lucha contra la máquina, después la lucha por el derecho de asociación; y al mismo tiempo, luchas incesantes por mejorar los salarios y las condiciones de trabajo. Entre éstas la reducción de la jornada de trabajo absorbió durante mucho tiempo grandes esfuerzos. Los patronos se resistían obstinadamente a reducir el horario de trabajo, así como a renunciar a los trabajos de los menores o a tolerar limitaciones para el trabajo de mujeres. Paulatinamente los trabajadores fueron aprendiendo a distinguir entre la maquinaria y su empleo capitalista y a retirar sus ataques a los medios materiales para concentrarlos en su forma de explotación social, y por este camino dirigir sus acciones hacia los verdaderos objetivos que les permitieran salir de una situación de desigualdad. No era fácil modificar la situación, pues la legislación y una concepción racionalista del derecho natural habían venido negando a los operarios ya desde el final de la Edad Media el derecho a mejorar sus condiciones de trabajo y de vida por medio de una acción solidaria.

Lentamente, «con sangre, sudor, y lágrimas», fueron logrando victorias sustanciales: la más destacada fue el reconocimiento del derecho de asociación. Primero Inglaterra en 1824 y después los demás países europeos fueron admitiendo el derecho legal de los trabajadores para organizarse en sindicatos. Este derecho sufriría en diversos momentos vicisitudes y ataques por parte del capital que trataría de anularlo aprovechando tal o cual coyuntura favorable. Pero una vez conquistado en la historia, se convertiría ya en punto de referencia insoslayable. Los obreros de los diferentes países sabían que podían lograr tal reconocimiento y ya no se resignarán jamás a la desigualdad de derechos. En definitiva no habían hecho más que llevar hasta sus últimas consecuencias los principios burgueses consagrados por la Revolución Francesa, “libertad, igualdad, fraternidad”. Tal como dice Wolfgang Abendroth, “la época de la Revolución Francesa había creado condiciones decisivas para el futuro desarrollo del movimiento obrero europeo: la conciencia de la necesidad de la democracia política y de la solidaridad internacional en la lucha por los derechos humanos».

De la experiencia del conflicto social con los intereses de la burguesía habían surgido las primeras consideraciones sobre el modo de transformar la sociedad, que fueron ejerciendo su influjo sobre la concepción de pequeños círculos de obreros especialmente en Inglaterra y Francia. La propiedad capitalista de los medios de producción dejó de ser para estos círculos la base natural y «sagrada» de la sociedad económica y empezaron a percibir la posibilidad de un orden social diferente en el que el trabajo cumpliera una función decisiva.

Los avances del movimiento obrero inglés entre las dos revoluciones de 1830 y 1848 proporcionaron a los obreros del continente el esquema para sus luchas. Los obreros ingleses habían aportado con sus éxitos la prueba concreta de la posibilidad de obligar al poder público, con la acción del proletariado, a intervenciones político-sociales, de obtener concesiones salariales con la lucha directa sindical y de elevar el nivel de vida y de cultura de la clase obrera, en contra de las tendencias «naturales a depauperar a las masas.

1864, año de la Primea Internacional Socialista en Londres, es una fecha clave del movimiento obrero internacional; en torno a ella aparecen una serie de personalidades e ideologías que poco a poco se transformarán en programas definidos y concretos que constituyen el patrimonio plural del movimiento obrero: comunismo, anarquismo, socialismo, etc.… Desde el primer momento España estuvo presente en el desarrollo del movimiento obrero internacional. Anselmo Lorenzo y Pablo Iglesias pueden ser considerados, cada uno en una línea distinta, como los padres del movimiento obrero español. El primero, prototipo del anarquismo revolucionario, y el segundo, inspirador e impulsor del socialismo democrático.

Tanto en España como en el conjunto del movimiento obrero internacional, dos tendencias atraían a las masas trabajadoras en el plano ideológico: la anarquista seguidora de Proudhon y Bakunin y la marxista que tenía su punto de referencia en el famoso «Manifiesto Comunista» de 1848 redactado por Marx y Engels. Esta última, tras ciertas vicisitudes, se impondría ya en la Primera Internacional y el anarquismo apenas si tendría incidencia en los países occidentales industrializados, salvo en España y en menor grado en Francia e Italia.

Más tarde, después de haber conquistado el derecho a crear sindicatos propios, el movimiento obrero contará con partidos propios que defenderán en la escena política los derechos de la clase obrera. Desde los partidos socialdemócratas alemanes hasta los partidos comunistas el proletariado irá organizando su presencia política hasta lograr que los gobiernos legislen medidas favorables a los trabajadores. Poco a poco y tras duras batallas, se pasará de la reducción de la jornada de trabajo, a las disposiciones sobre seguridad social, accidentes de trabajo, garantían sindicales, etc. Todo se irá desarrollando en el marco del internacionalismo proletario, es decir, de la asociación a nivel internacional de las organizaciones obreras que dará lugar a las sucesivas internacionales creadas para dichos fines.

En medio de luchas y batallas incesantes se había perfilado la autonomía del movimiento obrero, la necesidad de una política independiente que no fuera «a remolque» de la política trazada por la burguesía, tal como había sucedido en los albores de la edad contemporánea. Una política que fuera capaz de ofrecer objetivos reivindicativos precisos en el plano sindical articulados con objetivos más amplios en el marco de una política capaz de movilizar a las masas trabajadoras. En la clase obrera se había desarrollado la conciencia de su misión histórica y la necesidad de darse los instrumentos y medios adecuados para cumplirla, así como de la necesaria unidad y consiguiente solidaridad como bases ineludibles para cualquier tarea que se propusiera. Esta conciencia quedaría reflejada para siempre en el «Preámbulo del Memorial a la clase obrera», manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional) redactado por Marx, uno de los documentos más importantes del movimiento obrero. Dice así:

«Considerando:

Que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la misma clase obrera;

Que la emancipación de la clase obrera no es una lucha por privilegios ni monopolios de clase, sino por idénticos derechos y deberes para destruir toda dominación clasista;

Que la sumisión económica del obrero bajo los propietarios de los medios de producción es decir, de las fuentes de vida, es la fuente de la esclavitud en todas sus formas: la miseria social, la atrofia espiritual y la dependencia política;

La Asociación Internacional de Trabajadores declara:

Que todas las asociaciones e individuos que a ella se unan reconocen la verdad, la justicia y la moralidad como su norma de comportamiento entre sí y para con todos los hombres, sin distinción de color, creencia o nacionalidad. Considera el deber de cada uno alcanzar los derechos humanos y cívicos no sólo para sí, sino para todo 21 que cumpla con su deber. Ni deberes sin derechos, ni derechos sin deberes.

Las federaciones sindicales se extenderán por todo el mundo luchando por la conquista de sus reivindicaciones y derechos. Con arduas dificultades, la clase obrera fue conquistando un lugar de pleno derecho en la sociedad de los diferentes países. La burguesía, poco dispuesta a hacer concesiones, aprovechará cualquier coyuntura favorable para limitar los derechos ya adquiridos por los trabajadores. Estos pasarán períodos especialmente duros una vez terciado el Siglo XX. Con el fascismo italiano y el nazismo alemán, el capitalismo conducirá el desarrollo económico mediante un durísimo control de la clase obrera, que verá frenadas sus conquistas, anulados sus derechos más elementales. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el sindicalismo de clase se verá reforzado entre las masas obreras de los diferentes países. La clase obrera había cumplido un papel protagonista en el derrocamiento del fascismo en Europa.

Los sindicatos —organizaciones de masas, junto con los partidos obreros, organizaciones de vanguardia y de dirección política—, constituyen los ejes del movimiento obrero, las organizaciones fundamentales de las clases trabajadoras. Gracias a ellos, el movimiento obrero tiene hoy un papel protagonista en’ el curso de la historia mundial.

 

TIPOLOGÍA SINDICAL

Si tomáramos la definición académica, puramente aséptica, de sindicato como «asociación privada que forman un grupo de individuos para defender sus intereses», a la hora de establecer una tipología sindical podríamos referirnos a sindicatos de copropietarios, de afectados por planificaciones urbanas o de meros poseedores de títulos de bolsa que se asocian para asegurar la venta de sus títulos en las mejores condiciones. En estos casos el término expresa menos una ideología y una relación respecto a las fuerzas sociales y al aparato del Estado que una mera fuerza de organización de intereses corporativos. Pero en nuestra perspectiva de sindicalismo de clase lo relevante es la posición ante el sistema capitalista y ante los Estados que lo representan y gestionan. La diferente posición adoptada ante las llamadas a la colaboración de los gobiernos para el buen entendimiento y eventualmente para el mantenimiento de pactos sociales que permitan sostener el proceso de acumulación capitalista, así como los diversos principios doctrinales que los informan, permiten establecer fundamentalmente cuatro tipos de sindicalismo: sindicalismo de conciliación, sindicalismo de clase, sindicalismo de represión, sindicalismo asociado al poder.

El sindicalismo de represión es el adoptado por los regímenes fascistas que orquestan instituciones bajo el nombre de sindicatos, pero no para defender los intereses de los trabajadores sino para controlar y reprimir mejor al movimiento obrero. Es el caso de los sindicatos alemanes durante el nazismo, de Italia en la era de Mussolini, del Portugal salazarista y el que, en esa línea, adoptó el estado franquista ya durante la guerra civil. Como este tema es objeto de análisis más detallado en las páginas dedicadas al estudio de la Organización Sindical Española (POSE) no nos extendemos en él.

El sindicalismo asociado al poder es el que predomina en la mayoría de las democracias populares de Europa del Este. Las finalidades asignadas a los sindicatos por sus estatutos expresan una adhesión total a las normas y a las instituciones de una sociedad que se proponen reforzar y consolidar. Al lado de su finalidad política —la lucha por la consolidación del régimen socialista— y de sus finalidades administrativas, tales como la participación en la preparación de las elecciones de los órganos gubernamentales, se pone el acento sobre sus funciones económicas y educativas. Estas funciones caracterizan la acción de los sindicatos en el seno de la empresa, reflejan la orientación fundamental del sindicato favorable al régimen y le confieren su fisonomía particular.

La subordinación de los sindicatos de “modelo soviético” al gobierno y su falta de autonomía es uno de los graves problemas que tienen planteados las democracias populares de estos países. No pocos conflictos habidos en ellos se hallan relacionados con la falta de organismos autónomos que defiendan realmente los intereses de los trabajadores.

En Yugoslavia, Polonia y Hungría la existencia de consejos obreros modifica el modelo de funcionamiento sindical descrito. Los consejos son a la vez herederos de una larga tradición histórica del movimiento obrero internacional y una forma original de acción obrera. Tanto en la práctica como en la imagen que la clase obrera tiene de ellos, los consejos han representado siempre un modo de acción revolucionaria.

Ha sido en Yugoslavia donde la experiencia de los consejos obreros en un marco institucional socialista ha adquirido mayor relevancia gracias a la experiencia autogestionaria y a la práctica de planificación descentralizada. Los consejos yugoslavos han sido deliberadamente creados, primero como organismos consultivos por las instrucciones comunes del Comité Central de la Federación de Sindicatos de Yugoslavia y del consejo económico del gobierno en diciembre de 1949, después como organismos de gestión por la ley de junio de 1950, justificado por las necesidades del propio desarrollo económico. Así, en la medida en que los consejos obreros son la expresión de una política de conjunto, queridos y aceptados por un Estado y un partido que renuncian a una concepción centralizada de la planificación económica y de la organización de la vida social, como es el caso de la experiencia Yugoslavia, se desarrollan y alcanzan una cierta función social propia en la construcción del socialismo.

Sindicatos de conciliación son los que predominan fundamentalmente en Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, Suecia, Holanda, Austria, etc… Estos sindicatos aceptan en sus principios doctrinarios y en sus posiciones estratégicas la estructura fundamental de la sociedad capitalista. No pretenden, pues, transformar dicho sistema y dedican su acción a la mera defensa de los intereses económicos de los trabajadores mediante una colaboración leal y eficaz con los patronos y con el Estado «a través de una conducta calificada habitualmente de responsable, entendiendo por tal la que acepta subordinar las reivindicaciones sindicales (en cuanto intereses de grupo) al interés general de la nación» según precisan Jesús Salvador y Fernando Almendros.

Los sindicatos de conciliación se han ido transformando en instituciones de control de la espontaneidad y de la combatividad obrera. Bajo la renuncia a toda lucha que pueda poner en peligro el sistema y limitando sus objetivos a reivindicaciones económicas o por la mejora de las condiciones de trabajo, estos sindicatos son una garantía de estabilidad para las sociedades capitalistas avanzadas, un mero «poder compensador».

A través de la negociación colectiva, los sindicatos de conciliciación firman pactos con los patronos mediante los cuales se regulan los aumentos de salarios a medio plazo, haciéndolos depender estrechamente de los aumentos de productividad. Estos acuerdos permiten al capital planificar su expansión a largo y medio plazo y contener los aumentos de salarios que puedan afectar seriamente el proceso de acumulación.

Los sindicatos de clase se basan doctrinalmente en su oposición antagónica al sistema capitalista, en su deseo de transformarlo y en la lucha de clases. Tales sindicatos tienen una notable influencia en Francia e Italia especialmente donde las dos mayores centrales sindicales —la Confederation General du Travail (CGT) y la Confederazione Generale ltaliana del Lavorao (GGIL) respectivamente— expresan su identificación con tales principios tratando de adecuar su acción a los mismos. En esta perspectiva las reivindicaciones económicas no se consideran como un objetivo final —como vienen a serlo para el sindicalismo de conciliación— sino que son también un medio de movilización de los trabajadores y a partir de ahí de mejor organización y de elevación de la conciencia de clase. La negociación colectiva, así como la eventual participación en los organismos paritarios de empresa, son instrumentos reivindicativos subordinados a las finalidades más amplias propuestas• instrumentos que se utilizan con ciertas reservas por temor a que puedan neutralizar la combatividad obrera o por conducir a acuerdos con el capital que condicionen la libertad de movimientos. El instrumento esencial para estos sindicatos sigue siendo la huelga, que los sindicatos de conciliación sólo tienden a utilizar excepcionalmente. Los sindicatos de clase consideran que la huelga bien dirigida desarrolla la conciencia de clase así como la organización de masas, permitiendo, al mismo tiempo, negociar en condiciones más favorables para los trabajadores. No abandonan en sus planteamientos los objetivos que corresponden a la misión histórica de la clase obrera, centrando sus objetivos finales en la transformación radical de las estructuras económicas, sociales y políticas del sistema capitalista.

Ahora bien, los sindicatos de clase entienden que tan importante es iniciar una huelga y extenderla solidariamente, como saber concluirla en el momento en el que prolongarla, puede suponer un desgaste para los trabajadores de consecuencias incalculables, a veces incluso una hipoteca de la confianza de las masas en la eficacia de este método de lucha. Saber •salir de las huelgas• es un arte propio de un sindicalismo de clase que actúa de acuerdo con un análisis realista de la correlación de fuerzas, capaz de evitar experiencias suicidas. El sindicalismo de clase entiende que la huelga es un arma insustituible del movimiento obrero, pero por eso mismo, delicada, y que debe aplicarse con una visión general de la estrategia y de la táctica en cada momento de la lucha de clases.

Aunque en algunas tipologías al uso se tiende a clasificar arbitrariamente a la CFDT en un sindicalismo reformista por la división que entre sus adheridos provoca la palabra socialismo, no consideramos válida esta inclusión, sobre todo después de los acontecimientos de mayo de 1968. Jean Daniel Réynaud ha descrito agudamente la trayectoria de la CFDT a partir de los acontecimientos del 68. Y así ha expuesto cómo la CFDT ha encontrado en la huelga de 1968 la ocasión de afirmar su originalidad y de precisar su doctrina. De las huelgas ha retenido la necesidad de adoptar sus propias estructuras para que el sindicato esté realmente al servicio de las luchas locales; decisión táctica para captar la nueva corriente militante que aparecía ya a mediados de la década de los 60; pero también decisión estratégica: se trataba de buscar la forma moderna de la acción directa con todo su valor educativo. En esa línea ha recogido y elaborado toda una corriente de ideas en su objetivo de autogestión expresado en el congreso de 1970: a la propiedad social de los medios de producción y a la planificación democrática viene a añadirse un esquema original de reconstrucción de la sociedad, en el trabajo, pero también en el sindicato y en la vida política. Con esta afirmación la CFDT da finalmente la primacía a la lucha de clases y afirmando su pertenencia a la familia socialista, capta así viejas corrientes del sindicalismo revolucionario para darles una forma renovada. Esta línea se ha llevado adelante manteniendo la unidad de acción con la CGT, unidad difícil, sacudida por no pocas tensiones y problemas pero que a la larga ha tendido a reforzar a las dos grandes centrales sindicales francesas. La CFDT entra, de pleno pues, en el sindicalismo de clase. La tipología seguida, utilizada frecuentemente, es pues discutible, simplificadora y sobre todo, cambiante. No debe tomarse de forma rígida, sino como mera referencia. La hemos dado no con ánimo de provocar encasillamientos de siglas simplificadores, sino como orientación genérica del panorama sindical.

 

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